viernes, 14 de octubre de 2016

De camellos y agujas, con ojo



A Tomás Huidobro,
escriturista y jesuita chileno oriundo de Valdivielso,
recordando nuestra conversación en La Casona este verano.

Lo dije al principio de esta diatriba. Las dos reflexiones anteriores sobre Judaísmo rabínico nacieron de un reencuentro con el amigo escriturista de la dedicatoria. Le pedí su opinión  sobre el interés actual de esa literatura, empezando por el Talmud, como herramienta para entender el Testamento Nuevo. Su respuesta positiva me movió a indagar un poco. Y aparte de lo visto –curioso y extravagante, vaya; prometedor, no tanto–, hay filones productivos.
Veamos un ejemplo. Y para discutirlo, tal vez ayude remedar de algún modo el método dialéctico de las discusiones rabínicas («Sí, pero no…, aunque también…, o si se prefiere… etc. etc.»).
¿Quién no recuerda lo del camello pasando por el ojo de una aguja? Como hipérbole metafórica de lo (casi) imposible, lo entiende cualquiera [1]:
«Es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de los Cielos.»
Ahora bien, toda buena metáfora pide congruencia. Me explico con un ejemplo. La vida humana es comparable a un viaje, por tierra o por mar. Si se elige la metáfora terrestre, por congruencia pondremos en la mano del caminante no un remo, sino un bordón. Un bordón que no tendrá sentido si el viajero navega. Capito?
Volviendo al ojo de la aguja, algunos han pensado que el camello no es el colmo de la congruencia metafórica. Las agujas de coser tienen ojo, no para cerrar el paso de camellos, pero tampoco de animálculos que sí cabrían, como el mosquito o la pulga. El ojo de la aguja es para enhebrar hilo hasta cierto grosor, pero no del calibre de una maroma o un cable marinero. Ésto sí que sería congruente:
«Es más fácil enhebrar un cable en una aguja de coser», etc.
Los cuatro evangelios canónicos están en griego. Así la ‘aguja’, en Mateo y Marcos, es rháphis, aguja de coser; en Lucas es belóne, aguja de pinchar, pero aquí para el caso es lo mismo, pues tiene ojal.
En cuanto al ‘camello’, en griego es kámêlos, pronunciado kámilos por iotacismo, querencia a la i. Pero también en griego, ‘cable’ es kámilos, que suena igual. Coincidencia notable, aunque no tanto si el cable es de pelo de camello.
¿Podría haberse dado el cambiazo, por ejemplo, al pasar de un texto oral (con iotacismo) a un texto escrito? En lo posible cabe, y por pura congruencia es tentador ‘restaurar’ el texto, como en efecto hacen algunas traducciones de la Biblia, poniendo cable o maroma en vez de camello. El problema es que, entre tantísimos códices del Testamento Nuevo, incluidos los de mayor autoridad, hay práctica unanimidad en poner ‘camello’, salvo unos pocos de tercera fila que prefieren ‘cable’.
Un testimonio tan firme invita a dejar aparcado el cable y  buscar la congruencia metafórica por otro camino. Admitido, pues, el camello, no es congruente que estos animales de carga o de silla intenten pasar por ojos de agujas de coser, pero sí por puertas y otros pasajes, que tal vez resulten estrechos. 

Belén: Basílica de la Natividad
¿Qué tal, si en la Jerusalén de tiempos de Cristo hubo alguna puerta tan baja y angosta que se conoció como el
‘Ojo de Aguja’? Una portezuela de ese tipo (aunque no la llaman así) es la que todavía hoy sirve de entrada ordinaria a la gran basílica de la Natividad en Belén. Hecha ex profeso según dicen, para evitar que los jenízaros turcos se metiesen a caballo en el templo.
El supuesto postigo ‘Ojo de Aguja’, unos lo ponen en el Templo, otros en algún punto de la muralla de Jerusalén. Algunos viajeros en el siglo XIX incluso lo dibujaron, porque sus trujimanes complacientes se lo mostraban con ese nombre. Como les habrían mostrado, de pedírselo, la mesa del rico Epulón, o la Piedra Angular que desecharon los constructores (Mateo 21: 42), etc. etc.; si es que no trataron de venderles la lámpara de una Virgen Necia, porque «de las otras ya no nos quedan».
De todas formas, tal congruencia seudo-arqueológica con base en una puertecilla o postigo de encargo era demasiado forzada, frente a la popular opción ‘cable’ por ‘camello’.
En esas me quedé, desde mis años jóvenes hasta ahora, cuando he topado un par de citas del Talmud Babilonio, donde el ojo de la aguja de coser tiene como correlato no al camello, pero sí al elefante [2]. Y aquí sí que no hay manuscrito alguno que nos eche un cable, ni hay cable ni maroma a donde agarrarnos en relación con el ojo de la aguja (en arameo talmúdico, qûfa de-mahta).
1. En el tratado Berakoth (Bendiciones), 55b, a propósito de sueños o fantasías, se dice que hay cosas que nunca se sueñan, como son por ejemplo:
«Una palmera de oro, ni un elefante pasando por el ojo de una aguja»
¿Por qué no? La explicación que dan es que «los sueños suelen limitarse a situaciones posibles». No es cierto, pero ahí queda eso.
2. En el tratado Baba Mezi‘a (Puerta de en medio), 38b, en una discusión entre rabinos, sobre transmisión de bienes, uno interpela al otro:
«¿No serás tú de Pumbedita, de los que hacen pasar un elefante por el ojo de una aguja 
Pumbedita, ciudad caldea sobre el Éufrates, con importante colonia judía, fue uno de los centros de redacción del Talmud Babilonio. Y a lo que se ve, los de aquella escuela despuntaban de agudos.
Con que, adiós pareja camello/cable. Estamos ante una expresión proverbial de lo imposible físico. El camello, sobre todo si va cargado, es el paradigma de la más grande, como el ojo de la aguja lo es de lo más pequeño. ¿Por qué el Talmud Babilonio prefiere el elefante al camello? Porque en Babilonia había elefantes, y esos sí que eran bestias grandes de verdad.
¿Volvemos, pues, a tomar en cuenta la idea del postigo ‘Ojo de Aguja’? No hay para qué, si el colmo ya lo tenemos. No obstante, si nos da por ahí, podemos citar a R. Johanan, que dijo (‘Erubim o Mixturas, 119b-120a):
«Los corazones de los sabios primeros (como R. Aquiba) eran tan grandes como el pórtico del Templo. Los de los sabios que vinieron luego (como R. Eleazar bar Shamua, o según otros, Oshiya el Grande) fueron tan grandes como las puertas del Templo. Pero nuestros corazones son tan pequeños como el ojo de aguja»
No hay más que ponerlo en mayúsculas, y ya tenemos el postigo famoso, en alguna pared del lugar Santo. Pero de verdad, no hace ninguna falta. El ojo de la aguja sería el paradigma del espacio pequeño, como el camello o el elefante lo son de la corpulencia.
¿Y la dichosa congruencia metafórica? No es esencial. El mismo Evangelio ironiza sobre el escrúpulo de colar un mosquito y tragarse un camello (Mateo, 23: 24). No es raro que en un líquido de beber caiga un mosquito, animal impuro, que un fariseo de pro filtraría cuidadosamente, mientras se tragaba un camello entero, animal igualmente impuro (según el Levítico), aunque menos casual en la copa o el plato. De igual modo critica Jesucristo (Mateo, 7: 3-4) a los hipócritas que ven una paja o brizna en ojo ajeno, y hasta se prestan a limpiársela, mientras no ven que en el ojo propio llevan una viga, cosa nada fácil.
En retórica, la incongruencia es un recurso de comicidad. Estamos habituados a escuchar las parábolas del Evangelio en lecturas litúrgicas serias. En conserva, como quien dice, y a menudo explicadas perfunctoriamente por un funcionario del púlpitó. Así se pierde la situación vital, que pudo ser hasta divertida. Un predicador ambulante como lo fue Rabbenu Jesús seguramente llevaba consigo, junto con su navaja multiuso y un eslabón de hacer lumbre, su aguja de remendarse. Así que, blandiendo la aguja ante su público, el gag o golpe del rico/camello en el brete de entrar por aquel orificio al Reino de Dios que además se anunciaba inminente y a la rebatiña debió de ser premiado con grandes risas.
En aquel rebañito miserable que seguía a Jesús, cada pobre tenía en el magín a su ‘rico’: su acreedor, su arrendatario, su explotador, su amo, su gordo Epulón. Ningún oyente pensaba en congruencias, en maromas ni en portezuelas. Sólo en su rico, ahora con una giba a cuestas –su caja de caudales–, haciendo contorsiones para meterse con aquel estorbo a donde ellos entrarían sin dificultad.
Cerremos el tema con otra metáfora del Talmud:
«Cuando nuestro amor era fuerte, el filo de una espada era bueno para acostarnos. Ahora que ya no es fuerte nuestro amor, una cama de seis codos no nos basta.»
Ya no es el ojo de la aguja, sino el filo del arma, el espacio inverosímil para dormir juntos y hacer el amor, ni siquiera la pareja más enamorada. Pero el ojo de la aguja sigue siendo referente válido, también para el amor:
«Ni el ojo de la aguja es estrecho para dos que se aman, ni el mundo es lo bastante ancho para dos que se aborrecen.» 
¿A que es hermoso? –Oiga, pero esto último ya no es del Talmud, es de otro libro.  –Ya; pero volvemos al ojo de la aguja...
Amigo Tomás, gracias por tu sugerencia.  Te veo en la línea de tu consocio jesuita, Joseph Bonsirven (1880-1958), que ya se atrevió a bucear en ese mermágnum rabínico [2].
Escrutar las raíces judías del mensaje del judío Jesús parece elemental. ¿Qué cultura, si no, se esperaba de aquel hijo de hombre? Pero como tú sabes mejor que yo, a Bonsirven ni la Iglesia ni la Compañía le agradecieron el trabajo. Corrían ‘tiempos recios’ –expresión de santa Teresa de Ávila–, cuando una Iglesia a la defensiva montó su caza de brujas en su propia casa, contra el Modernismo. ¡Modernismo, leer el Talmud en cristiano! ‘Tiempos necios’, habría dicho Teresa, de haberlos conocido.
Gracias a tu visita he podido ahora ver cuánto las cosas han cambiado para bien, en esa especialidad. Con todo, buscando para esta entrada alguna foto de Bonsirven, sólo me es posible ofrecer esta minucia.
Que Moscovia y el Anticiclón siberiano te se sean leves, до свидания.
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[1] Mateo 19: 24, y paralelos, Marcos 10: 25, Lucas 18: 25.
[2] Las citas figuran en el Florilegio Hebraico de Johan Buxtorf, hijo (Basilea, 1648).
[3] Me refiero sobre todo a su antología monumental, Textes ràbbiniques des deux premiers siècles pour servir à l'intelligence du Nouveau Testament. Rome, Institut Biblique Pontifical, 1954, 804 páginas. Sobre la travesía y peripecias del jesuita, véase su semblanza por Laurence Loupiac-Deffayet en Archives Juives, 40/1 (2007).