miércoles, 28 de octubre de 2015

Burano, Murano y encuentro con Layard

Laguna Véneta: La Isla de los muertos




Li fiumi, il mare e gli uomini tu hai
Per inimici, il provi, e non lo credi:
Non tardar, apri gli occhi e muovi i piedi,
Che volendolo poi, far nol potrai.

Navegamos al norte por la Albufera de Venecia. El humedal más extenso de toda la cuenca mediterránea. Última reliquia de un sistema de marismas que en tiempo históricos configuraba toda la costa del golfo o mar Adriático [1].
La Laguna véneta está inventariada en el  ‘Patrimonio de la Humanidad’. Espacio frágil, necesitado de protección muy costosa frente a los tres enemigos seculares de Venecia (sin contar la discutida, y antes desconocida, subsidencia o hundimiento paulatino del suelo):

«A los Ríos, al Mar y a los Humanos
tienes por enemigos»


Así lo advertía Cristóbal Sabbadino (1556), ingeniero hidráulico de la República, en muy citado soneto –a ti te lo digo, Venecia, para que lo entendáis vosotros, Señorías– [2].
Los cuales no hicieron oídos sordos. De hecho, la idea madre del soneto, a saber, la paradoja del Mar como muralla defensiva y ofensiva de la ciudad, ya figuraba escrita en mármol sobre la sede de la Magistratura del Mar, redactada en forma de ley a la antigua, y desde entonces se multiplican las ordenanzas ecológicas. Más retóricas que efectivas, por supuesto, como lo prueba la escasa noticia de sanciones graves. Además, antes del maquinismo, el efecto nocivo de las actividades humanas normales era insidioso [3].
«Desvía de ti los Ríos, refrena la codicia de los Hombres. Con eso, el Mar por sí solo, de enemigo se convertirá en tu aliado.» Aliado y cónyuge. Desde el año 1000 aproximadamente,  cada año por la Ascensión el Dux con su cortejo hacía un recorrido por la Laguna, en procesión naval propiciatoria por los navegantes. Es creíble que, entre los ‘requiescant in pace’, paternosters y aspersiones de agua bendita en los puntos de siniestra memoria, se arrojasen al mar monedas o anillos, recuerdo del óbolo a Caronte. Un rito pagano que la Iglesia abolió con la invención del Purgatorio, desviando aquellas obsequias en indulgencias por los difuntos.
Aquella ceremonia religiosa más tarde se profanó, gracias a un papa. En 1177 Alejandro III se encontraba en Venecia, con ocasión del triunfo y paces de la Liga Lombarda frente al emperador germánico Federico Barbarroja. Se acercaba la Ascensión, y el pontífice regaló uno de sus anillos al dux Sebastián Zani para la procesión marítima, queriendo simbolizar la alianza perpetua de la República con el Papado.
Pero Venecia, siempre mirando por sí, lo reinterpretó a su manera, como su propia alianza y esponsales con la Mar. Matrimonio por poderes, con el Dux haciendo de marido: «Desponsamus te, Mare, in signum veri et perpetui dominii» (‘Te desposamos, oh Mar, en señal de verdadero y perpetuo dominio’). Matrimonio por amor, pero un amor condicionado a la conveniencia. Como todo en Venecia [4].


Bodas con la Mar. Teatro. En Venecia, sin teatro nada es nada. Es lo primero que percibe el turista, lo mismo en panorámicas que en detalles. Pero nada como las vistas desde el mar, para captar en su plenitud lo teatral del escenario veneciano.
El vaporetto es el transporte público entre las islas. Sentados en proa, con el aire en calma, vemos transparentarse la bruma matinal. mientras las aves marinas se desperezan sobre los postes en hilera y balizas que marcan la ruta por unas aguas de quita y pon, al ritmo o capricho combinado de vientos y mareas. Estas gaviotas se saben al dedillo los horarios del tráfico, por la cuenta que les tiene.
Algunas de las islas casi despobladas hoy o desiertas fueron refugios monásticos que movieron cierta actividad religiosa y económica a la vez. Al paso del vaporetto se ofrecen espacios yermos con ruinas de conventos transformados en cuarteles y fortificaciones desde la caída de la República a fines del XVIII bajo Bonaparte. El abuso militar de las islas desde aquellas décadas trajo abandono del equilibrio entre la gran ciudad y su entorno insular.











La primera isla que se deja a la derecha es San Miguel, monasterio de la Camáldula hasta que Napoleón Bonaparte la destinó para cementerio de Venecia. San Michele in Isola pasa por ser la primera iglesia renacentista de la Laguna. De aquí salió fray Mauro Cappellari, luego general de su orden en Roma, cardenal y finalmente papa Gregorio XVI (1831-1846). Muerto en olor de dipsomanía, según sus críticos.

San Giacomo in Paludo es un islote a medio camino entre Murano y Burano. Dedicado a Santiago Apóstol, patrón de los peregrinos, desde el siglo XI, fue uno de tantos proyectos monásticos que, de mano en mano entre monjas y frailes en el servicio divino, acabó en el servicio militar y en la ruina. ¿Una pena? Tampoco está mal así. En el mismo plan queda, más cerca de Mazzorbo y Burano, Madonna del Monte.
Ruinas en Madonna del Monte

De allí el vapor, en vez de ir derecho a Burano, enfila por el canal rectificado entre Mazzorbo y Mazzorbeto. Cortesía tal vez de un par de tabernas que de algo han de vivir (además del cementerio); con invitación a un paseo por el muelle, ya que al final hay una pasarela a Burano. Lo cierto es que el turismo para poco en esta isla mayor o ‘Mallorca’ –eso significa Mazzorbo–, tan visitada desde los celtas y en época romana por devoción al dios Beleno, hasta que dejó de existir.
Mazzorbo: Ángulo NE de la isla y arranque de la pasarela a Burano
Burano-Murano. Parece juego de palabras con intención aviesa, para despistar al viajero o para que se pierdan las cartas. Mal pensado. Esos  nombres consonantes recuerdan que fueron fincas de antiguos propietarios romanos (Burrio, Amurio), igual que ocurre en otras partes incluida España; de forma especial en el País Vasco, es curioso, donde hasta tenemos nuestro Amurrio, hermanable con Murano. Como Burriana de Castellón con Burano. Disfrutamos de la misma cultura.
Las dos islas que casi comparten nombre distan una de otra 6 km de centro a centro. Nos detenemos primero en Burano, porque venimos de Torcello y es hora de pillar un bocado.
Burano ( 3.300 h) es popular por el colorido de sus casas, donde la norma parece ser que ninguna copie el color de sus vecinas. Fuera de ese detalle pintoresco, poco más ofrece. Y aunque presume de torre inclinada, la de Pisa poco tiene que envidiar a la de San Martín de Burano. 
Porque, además, ¿de veras pende la torre pendente buranesca? Depende.
La plaza mayor es Piazza Galuppi. Baldassare Galuppi, apodado el Buranello (1706-1785), ocupa el metacentro en un bronce. Ni busto, ni cuerpo entero. Un tajo limpio por los santos lugares y listo al podio. Desconozco el nombre técnico del formato, de bragueta para arriba, o de espinazo completo. ¿Estatua ‘terminal’, tal vez? Porque así se terminaba el dios Término. Un formato que también se sufre en Bilbao, en el memorial de acción de gracias a John Adams, por veintitantas palabras de elogio que dedicó una vez al pueblo vasco, al dictado de D. Diego Gardoqui. ¿Cómo saldrían del paso estos artistas, si en vez de un Adams o un Buranello les encargan una Sirena?
Fuera historias, el amable Buranello fue uno de tantos músicos aclamados en vida y olvidados luego. Menos en su Venecia, donde fue maestro de Capilla en San Marcos y Director del Conservatorio de ‘Incurables’. ¡Qué tiempos! Cuando los mejores ejecutantes salían de los orfanatos y hospitales. La cantinela de Galuppi como teórico era una: «Modulación, modulación, modulación»
En fin, como puede que a algún lector el Buranello le caiga tan nuevo como al que escribe, he aquí una muestra de su maestría: Este Concierto para bajón, cuerdas y bajo continuo en Si bemol mayor, interpretado por ‘L’Opera Stravagante’ de Venecia, tiene mucha gracia. Toda una difícil facilidad.



Con esto zarpamos rumbo a Murano.
–¡Cómo! ¿Y de los encajes de burano, ni palabra?
Todo a su tiempo.
Murano. Cerca de 5.000 h. Más que Burano; pero como Murano es más grande no se nota tanto golpe de gente. De no haberse llamado así, su nombre bien podría ser Venezuola o Venezuela, una Venecia chica, con su Canal Grande y algunos palacios de mérito.
La iglesia mayor de Murano, y su monumento más importante, es la basílica catedral de la Asunción de María y San Donato. La que hoy se ve es la restauración del s. XIX, a partir de una reconstrucción bizantina de los siglos XI-XII, incluso reciclando priezas importadas. Un edificio maravilloso, que los nuevos bárbaros de edad moderna se encargaron de desfigurar y maltratar a conciencia con sus invenciones.
Por fuera, la basílica muestra una reconstrucción y restauración a fondo. La parte más notable y singular es el ábside, donde el ladrillo juega muy bien con el blanco de las columnas geminadas y las balaustradas, más algo de colores. Todo ello formando doble arcada, la de arriba en galería practicable, mirando al canal.
En el interior, prohibidas terminantemente las fotos, recurrimos a la treta. Mientras yo me hago regañar por un cancerbero intratable que no me quita ojo, mis compañeros hacen su trabajo. Y como dicho señor tiene que atender a su venta de entradas, incluso a mí me deja en paz.
Impresionante el mosaico bizantino del ábside, de principios del XII, similar al que preside la catedral de Torcello. Allí la Madre de Dios muestra al Niño Jesús en brazos. Aquí está ella sola, con las manos levantadas en oración. Esbelta, en pie como allí, sobre la misma almohadilla voladora (de ahí haberse interpretado como la Asunción).
La inscripción que recorre el arco incluye este dístico leonino
QUOS EVA CONTRIVIT PIA VIRGO MARIA REDEMIT
HANC CUNCTI LAUDENT, QUI CRISTI MUNERE GAUDENT.
(A los que Eva machacó, María Virgen piadosa redimió.
A esta alaben todos los que gozan del regalo de Cristo)
Aquí podríamos entablar una disputa bizantina, sobre si todo esto sabe a mariolatría. Puede que algo sí, pero tampoco exageremos. El hecho mismo de aparecer María sin el Niño puede significar justo lo contrario. Con él en brazos es como muestra cierta superioridad casi divina. Aquí ella, sin renunciar a su título abreviado en griego –ΜΡ  ΘΥ  (Madre de Dios)– en su actitud orante se reduce a intercesora. Intercesora privilegiada, por supuesto, la que hizo a los fieles el gran regalo de la humanidad de Jesucristo. Y en ese sentido, corredentora (Maria redemit).
Los otros versos también leoninos no tienen nada que ver con lo anterior y aluden a un mosaico de la tranfiguración que hubo encima y que la barbarie barroca destruyó, tan sin dejar rastro, que los restauradores del XIX no dieron pie con bola [5].
En origen este templo fue sólo mariano. La advocación de San Donato se añade en el siglo XII, cuando siguiendo la manía de comprar o hurtar supuestas reliquias de santos milagreros, se traen de Grecia las de este santo obispo del siglo IV. 
De sus muchos milagros, el que más impresionó a la gente es que mató a un dragón. Esta vez, un dragón carnívoro devorador de ganados. Y a diferencia de san Miguel, san Jorge y otros santos militares de infantería o caballería, el buen obispo lo mató sin otra arma que la señal de la cruz. Así figura en su leyenda y hasta en la historia escrita por Sozomeno. Prueba de ello es que no sólo están aquí los huesos del santo, sino también tres costillas y un hueso compacto de la propia bestia. Se pueden ver detrás del altar mayor, bajo el mosaico de la Madonna y encima de un pequeño órgano de tubos.

        Excelente el suelo de mosaico, también bizantino. Una inscripción redonda, algo confusa, fija la fecha exacta: Primero de Septiembre de 1140. Es todo él de piezas de mármoles y otras piedras de diversos colores, con dibujos geométricos, y entre ellos algunas representaciones simbólicas o burlescas. Los expertos lo comparan con el de San Marcos de Venecia.



En Murano vidrios, en Burano encajes
Las piezas o teselas originales del mosaico de María son mayormente de vidrio. La referencia a san Donato y sus mosaicos nos lleva a recordar la vieja tradición vitrocerámica muranesca, gremio floreciente en el siglo XIII. En 1278 la mayor parte de los vidrieros estaban confinados en Murano, bajo protección de S. Donato. No tanto  por alejar de Venecia los humos de sus hornos, como por secreto de Estado. Muy considerados y privilegiados, pero también cautivos de los secretos de su arte.  Dejar Murano, dejar Venecia cualquiera de ellos, se consideraba traición. No todos eran italianos, los había por ejemplo alemanes.
Una especialidad fueron las ‘perlas’ o margaritas. Se hacían cortando tubo de vidrio, pasando un alambre fino de hierro y calentando hasta que tomaban forma esférica. Pero es leyenda eso de que Marco Polo dio la idea de crear toda una industria de cuentas de vidrio de colores, como moneda de cambio para el comercio con nativos de Asia y África.
Las piezas más preciosas se hacían de cristal de roca fundido. Del mismo material se hicieron también anteojos o gafas, invento del florentino Salvino degli Armati (1286).
No todo el mundo sabía apreciar el derroche de arte de la cristalería muranesaca. En 1452 el emperador Federico III de Habsburgo pasa por Venecia, donde se le sirve en cristal de Murano: un servicio riquísimo que se llevará como recuerdo, porque es el regalo de la Serenísima. Al oír esto último, el alemán ordena a su bufón que, como por torpeza, vuelque la mesa, y toda la joya se hace añicos. Todo ello para comentar Federico que de haber sido  de oro la vajilla no se habría roto. Así, a su vuelta de Roma, de casarse con la infanta Leonor de Portugal, los regalos venecianos fueron más de su gusto.
Los secretos de Murano no podían guardarse por siempre. Bohemia sobre todo, a fines del XVI competía con Venecia en calidad, y un siglo más tarde imitaba a la perfección los vidrios coloreados a la veneciana. Hoy en día los propios vidrieros de Murano son imitadores de sus antepasados.
Ocurre en esto como en los encajes de Burano. Los italianos reclaman para Venecia la invención del encaje de bolillos. Ciertamente el primer gran muestrario impreso de encajes es veneciano: Le Pompe (1557-1569). Y aunque la tradición lo hace remontar al Quattrocento, más segura es la noticia sobre la dogaresa Morosina Morosini, mujer del dux Marino Grimano (1595), como creadora de un taller de encajes «y otros caprichos», equipado a sus expensas, con 130 operarias a las órdenes de mistra Cattina Gardin. Todo esto en Venecia. Desaparecida la Morosini y su subsidio, el taller se cierra, pero la industria se difunde por las islas, sobre todo en Burano.

Bien entendido, no fue sólo encaje toda la gran industria ornamental de aguja y pasamanería en la Laguna. Tal vez lo más característico fue que allí era sobre todo cosa de mujeres. Si en la Edad Media la cesta de bodas de toda veneciana incluía una rueca con su juego de husos, desde el Renacimiento esos utensilios ceden sitio al bastidor y al tambor, agujas, ganchillos, etc. La doncella en su casa, la monja en su convento, hasta damas aristocráticas en sus palacios se ejercitaban en el arte, por necesidad o por gusto.
Como ocurrió con el vidrio, toda esta industria se vino abajo en el XVIII, copiándose o importando sin más artículos franceses o flamencos, hasta olvidarse aquellos oficios, como el famoso ‘punto de Burano’. De 1845 queda noticia de una monja casi centenaria, dedicada de joven a esa labor.
Pues bien, como el vidrio, también la tradición del encaje resurge desde principios del XIX, hasta cobrar de nuevo interés económico. Voy a citar una pequeña experiencia personal.
Hace poco, visitando la antigua abadía-colegiata de Valpuesta (Burgos), me fijé en un encaje de lienzo de altar, con más técnica que estética, dedicado a la Virgen Inmaculada Milagrosa, en italiano: «Vergine Immacolata Miracolosa». La técnica supera con creces a la estética seudogótica, pero la referencia es interesante porque refunde dos conceptos marianos muy de época: la Milagrosa (París, 1830) y la Inmaculada (1854). Un burano, supongo. Cuidenlo, Amigos de Valpuesta.

Encuentro con Layard (y Señora)





Un intento de restaurar este arte, como otros en olvido (cincelado, mosaico etc.), vino de la mano, cómo no, de un inglés enamorado de Venecia. Su nombre: Layard. “Layard de Nínive». Sir Austen Henry Layard (1817-1894), parisiense de nacimiento, anticuario y gran arqueólogo, diplomático y coleccionista, se dio a conocer mundialmente por sus excavaciones de Nínive y Babilonia (Mesopotamia), con hallazgos estupendos, incluida la gran Biblioteca del rey de Asiria Asurbanipal (siglo VII a. E. C.), en 1851.

Como arqueólogo de su tiempo, Layard hizo muchas cosas técnicamente criticables, en parte por el afán de arramblar con todo lo que pudo para el Museo Británico. Esta rapiña también se ha censurado mucho, aunque hoy, vista la suerte del Museo de Mosul, arrasadas por las hordas del Califato Islámico allí, como en otras partes, mucha gente ha cambiado de opinión. Pero hagamos también memoria del ayer: Antes de excavar en Nimrud, una de las primeras noticias que tuvo Layard sobre el lugar fue el hallazgo reciente de estatuas y relieves, que el muftí local calificó de ídolos paganos y ordenó destruirlos.

Layard inició su carrera diplomática propiamente dicha en 1869, con un destino poco de su gusto y de su joven esposa Emid (1843-1912): España. La revista satírica Punch imaginaba así la entrada triunfal de ‘Don Layardos’, caballero sobre uno de sus Toros de Nínive, en la Corte de Madrid, ovacionado por un público de toreros y manolas.
Para entonces Layard ya estaba interesado en el cristal de Murano, hasta fundar una compañía para su venta en Londres (1866). En Madrid el matrimonio tuvo buenas relaciones, como la del arabista y bibliófilo Pascual Gayangos, que promovió al arqueólogo a la Real Academia de la Historia. Aparte de dejarse querer, la estancia fue también de provecho a los Layard para su coleccionismo.

De aquí pasaron a Estambul (1877-1880), él como embajador, retirándose finalmente a Venecia, donde tenían comprado el palacio renacentista ‘Ca Cappello’, sobre el Canal Grande, junto al Campo San Polo. La roja mansión Cappello-Layard fue muy hospitalaria, conocida cariñosamente entre sus huéspedes agradecidos como ‘La Nevera’ (The Refrigerator).


Otro interés del matrimonio fue la recuperación de los encajes venecianos. Como experta en la materia, cuando Urbani de Gheltof publicó su monografía, Encajes en Venecia, 1876, la viuda Lady Emid Layard se encargó de la traducción inglesa. Allí se dice del ‘punto de Burano’ que su origen era tan ignoto como el resto de labores del género, datando su primera mención impresa (en la Gaceta de Venecia) de 1792 [6].

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Notas:
*) Una bonita colección de vistas de la Laguna Véneta: Koh Joe Jyh-Febrero 2013.
[1] Omnis regio haec fluviis et paludibus abundat (Estrabón, 5). « Dicha cuenca y pantanos unían desde un extremo en el río Savio, al sur de Ravena, y el otro por encima del Isonzo, no lejos de Duino, en un recorrido de unas 200 millas discurriendo por los Lidos. Del otro lado en tierra firme o en sus orillas estaban las ciudades de Aquilea, Heraclea, Concordia, Oderzo, Treviso, Altino, Padua, Vicenza, Verona, Adria, Espina y Rávena» (Pietro Lucchesi, Prospetto di verità dei fatti che per autentici documenti provano i danni recati alla laguna e porti di Venezia… (Venezia, 1816), pág. 130.
[2] Cit. en la misma memoria de Lucchesi, pág. 127:
Quanto fur grandi le tue mura il sai,
Venezia: or com’ esse s’attrovin, vedi:
Che se al bisogno lor tu non provvedi,
Deserta e senza mura resterai.

Li fiumi, il mare, e gli uomini tu hai
Per inimici; il provi, e non lo credi:
Non tardar, apri gli occhi e movi i piedi,
Chè volendolo poi, far nol potrai.


Scaccia i fiumi da te; le voglie ingorde
degli uomini raffrena; e poi dal mare
Rimasto sol, sempre sarai obbedita.


Deh! non aver le orecchie al tuo ben sorde,
perchè con gran ragion posso affermare
Che il Ciel ti diè nell’ acque eterna vita.


[3] El texto de la lápida es de Gianbattista Cipelli, ‘Egnatius’ o Egnazio, cura de Santa Marina, humanista  y gran latino (m. 1553), redactada a imitación de las Leyes de las XII tablas, aunque con más circunloquio propio de la época:
VENETORUM VRBS / DIVINA DISPONENTE PROVIDENTIA / AQVIS FUNDATA / AQVARVM AMBITV CIRCVMSEPTA / AQVIS PRO MVRO MVNITUR. / QVISQVIS IGITVR / QVOQVO MODO DETRIMENTVM PVBLICIS AQVIS / INFERRE AVSVS FVERIT / HOSTIS PATRIAE IVDICETVR / NEC MINORI PLECTATVR POENA / QVAM QVI SACROS MVROS PATRIAE / VIOLASSET. / HVIVS EDICTI JVS RATVM PERPETVVMQVE / ESTO

(La urbe de los Vénetos, por disposición de la Providencia divina fundada en las aguas y rodeada por ellas, tiene a los aguas por muro defensivo.  Por ende, quien quiera que de cualquier modo osare inferir detrimento a las aguas públicas, sea juzgado enemigo de la patria, e incurra en pena no menor que quien violase los sagrados muros. De este edicto resulte derecho rato y perpetuo.)
Cfr. Elisabeth Crouzet-Pavan, ‘Toward an Ecological Understanding of the Myth of Venice’; en John Jeffries Martin, Dennis Romano (eds.) Venice Reconsidered. The History and Civilization of an Italian Sity-State (1297-1797).  JHU Press. 2002, 560 pp.; pp. 39-64. (Integro con notas)
[4] Desde 1311 por lo menos, la galera oficial ducal se llamó el Bucintoro. Nombre oscuro, probablemente común en su origen para designar algún tipo de embarcación veneciana, y que luego con pedantería erudita se trocó en Bucentauro. Como si alguna vez hubiesen existido centauros bovinos –a diferencia de los normales o equinos, como aquel Quirón de Tesalia, sabio y doctor en Medicina y Cirugía, que hasta tuvo nombre de clínica.
[5] Cfr. Vincenzo Zanetti, La Basilica dei SS. Maria e Donato di Murano. Venezia, 1873
[6] Urbani de Gheltof, Merletti a Venezia, Venezia, 1876, pág. 31.