viernes, 4 de septiembre de 2015

De cuando el Danubio pasaba por Presburgo ...


(Políticas de antaño, de recordar hogaño)


A monseñor Santiago Mislin el vals vienés del 48 le pilló tan a contrapié como a su admirado Canciller imperial Metternich. Cuando éste tuvo que salir de Viena con lo puesto, y un disfraz encima, a mediados de marzo, monseñor se disponía a cumplir su sueño de conocer la Tierra Santa. Conocerla, y de paso intrigar en ella, siempre atento a su carrera eclesiástica y áulica, aprovechando la restauración del Patriarcado Latino de Jerusalén por el papa Pío IX, el año anterior (1847).
El viejo concepto de ‘Tierra Santa’ había vuelto a revivir en Europa, como evocación entre religiosa,  política y poética del país de las Cruzadas y las peregrinaciones al Santo Sepulcro. Los laicos preferían hablar de ‘El Oriente’ o Levante. En rigor, era el nombre de una provincia del imperio Otomano (Bilad al-Sham); pero al menos desde el viaje de Lamartine y su libro de recuerdos (1835), la referencia geográfica nada precisa se coloreó de matices estéticos, muchas veces recargados o falsos [1].
Junto al término geográfico Siria se difunde también el de Palestina: el país de los filisteos, la parte meridional de la vieja Siria Fenicia. Caso notable, porque no era a la sazón entidad política, como tampoco era históricamente correcto. Lo que nadie resucitó fue el nombre auténtico que da la Biblia a dicho país: Canaán. Se ve que la maldición bíblica sobre los cananeos pesaba demasiado [2].
La apertura otomana con la Tanzimat (o Reorganización, desde 1839) propició una incursión de europeos y americanos con objetivos o pretextos varios: misión, educación, beneficencia, desarrollo, exploración, turismo y peregrinaje,  literatura y arte, espionaje, diplomacia e influencia política etc. En una época de escrutinio y crítica de las tradiciones y creencias, y a la vez auge del folclore, los cristianos entendidos en Biblia iban a comprobar sobre el terreno la certidumbre de los datos revelados. Cada jeque beduino les parecía Abraham en persona. Cosa que los creyentes y los clérigos cultos como Mislin recogían con enfoque apologético, muy natural entonces.
Para los religiosos de distintas confesiones, la Tierra Santa fue también campo de encuentro ecuménico, aunque mucho más de confrontación y desencuentro. Hasta los católicos se miraban entre sí con recelo, según los intereses de cada parroquia. Los franciscanos, que desde siglos gozan de la ‘Custodia de Tierra Santa’ –base de colectas por toda la cristiandad–, veían ahora su terruño invadido por otras órdenes religiosas y otras empresas de acogida. Si al menos el Papa les hubiese confiado a ellos el Patriarcado Latino …
Pero no. El agraciado con esta dignidad vacante desde las Cruzadas  fue Jusepe Valerga (1813-1872), eclesiástico de miras amplias, buen conocedor del Levante, del  árabe y el hebreo. Valerga era de extracción social humilde, lo mismo que Mislin, y supongo que ambos se entenderían bien, en latín o incluso en italiano, a pesar de diferencias sensibles en sus gustos culinarios, pues el abate Mislin en ínfulas de gourmet decía pestes de la cocina italiana. Si es que tal cosa existía más que de nombre.


Don Santiago, Jacobo o Jacques Mislin (1807-1878) era un suizo nacido en Porrentruy, cantón del Jura, en el ángulo NO de la Confederación Helvética. De padres muy modestos, inmigrantes de Alsacia y de habla francesa. Su lengua materna era por tanto el francés, aunque dominaba el alemán y el italiano, además del latín. Educado en el que fue  colegio jesuítico de su ciudad, el espíritu seguía siendo el mismo sin los jesuitas. El propio Mislin, ya sacerdote (1830), fue ‘principal’ del mismo (1830-1836), coincidiendo su destitución, de signo político, con su nombramiento como preceptor auxiliar de la Casa de Austria. En este cargo, impartió Geografía y otros conocimientos a dos futuros emperadores: Francisco José de Austria-Hungría y Maximiliano de Méjico.
Al estallar la revolución de 1848, Mislin se encontraba en Viena desde principios del año, no sé si de paso preparatorio de su viaje a Oriente, o por alejarse de Suiza, en plena guerra civil. Guerra más enconada en su patria chica y en el conflictivo cantón jurasiano, que cuando él nació todavía estaba anexionado por Francia (hasta el Congreso de Viena, 1815).
Ni siquiera la Roma pontificia era refugio ideal para un conservador pro austríaco como Mislin, cuando Pío IX (papa desde 1846) –quién iba a creerlo, un par de años después– pasaba ante el mundo como abanderado del liberalismo nacionalista italiano.
De modo y manera que, en junio de 1848, nuestro monseñor lía sus capisayos y demás efectos personales, porque ha conseguido pasaje, Danubio abajo, al Mar Negro y de allí a Estambul. Viaje fluvial, el Expreso de Oriente vino más tarde.
Como tantos viajeros y peregrinos a Tierra Santa, Mislin volverá de aquel viaje con un embrión de libro bajo el brazo. No sé si lo escribió en Suiza o en Viena, pero es en esta ciudad donde firmaba el prólogo, el 5 de mayo de 1851 [3].
El autor se presentaba como Abad mitrado (o ‘con ínfulas’; en alemán, infuliert) de Sta. María de Deg en Hungría, Camarero secreto de S. S. Pío IX, Caballero del Santo Sepulcro, Comendador de la Orden Constantiniana de San Jorge de Parma e individuo de varias Academias de Suiza, Roma y Toscana.
Mislin tendrá ocasión de hacer segundo viaje a Tierra Santa, en 1855. Si el primero le salió barato, éste gratis total, y hasta puede que con emolumentos. Los Duques de Brabante tenían proyectada una gira por ‘Tierra Santa’, en sentido más bien lato, incluyendo Egipto y Nubia etc. Porque el Duque tenía proyectos, pensaba en invertir. Para el viaje necesitaban un guía. Y habiendo conocido Los Santos Lugares de Mislin, obra tan celebrada, mejor que llevar consigo el libro en dos tomos, invitan al autor.
Así fue como monseñor Mislin vuelve a ser prelado áulico. Porque (casi me olvido de decirlo) los Duques de Brabante fueron luego Reyes de Bélgica (1865): Leopoldo II y María Enriqueta de Austria. Fuera de su papel de guía sacro-turístico, no me hago idea de qué hablaría el mitrado o infulado con el futuro depredador del Congo y genocida de los congoleños; pero seguro que Leopoldo extrajo de aquellos coloquios más de un principio de gobierno, de un hombre con ideas tan claras sobre el liberalismo irreligioso como el mal absoluto en política [4].
(El socialismo por entonces ni contaba, una utopía. Platón fue socialista. Jesucristo y Buda fueron socialistas. Además, aquel  socialismo ingenuo de la era del progreso era puro liberalismo en su expresión más chabacana: por la nivelación social se pretendía sustituir la aristocracia de siempre por una meritocracia plebeya arribista. Mi escuela era socialista, había pequeños premios escolares, porque valía la pena estudiar. Hoy, ni eso. Al que levanta cabeza se le decapita y todos igualados.)
Este nuevo viaje de Mislin produjo una refundición del libro como 2ª edición (1858), más la 3ª y definitiva (1876). “Corregido y aumentado”, tal como figuró en portada. Aunque no todo fue añadir. En particular desaparece la larga introducción de 1851 sobre las revoluciones del 48 y su repercusión en el imperio Austro-Húngaro, perfectamente obsoleta. Aunque para nosotros hoy sea el aliciente pecaminoso de la obra original.
Si aquella primera edición le valió a Mislin honores y beneficios eclesiásticos, con una renta de 24.000 francos de los de entonces, la segunda no fue manca. En portada de la tercera y definitiva edición, el Camarero secreto es Prelado doméstico de su Santidad y Protonotario Apostólico; el Abad mitrado es Canónigo de la Catedral de Groswardein y Arcediano de Craszna, Gran Cruz del Santo Sepulcro y miembro de la Sociedad de Geografía de Viena, etc., etc. Echo de menos en portada el título portugués de Comendador de la Orden de la Concepción de Vila Viçosa, en cuyo listado, al Nº 596, figura ‘Monsenhor S. Thiago Mislin’ [5].
Por si fuese poco, el antiguo preceptor de la Casa de Austria, tras haber sido  algún tiempo bibliotecario de la Ducal de Parma –bajo la Archiduquesa María Luisa de Austria (m. en 1847)– , vuelve a la vida  cortesana como familiar de Leopoldo II, y también de Enrique de Artois, Conde de Chambord, aspirante legitimista al trono francés (desde 1844).
Recordemos: el año de la 3ª edición de Los Santos Lugares (1876) es el mismo en que el Rey de los Belgas, disfrazado de explorador, de científico, civilizador y filántropo sin ánimo de lucro, monta su tinglado de Sociedad Internacional Africana, que en unos años (1884-1855) se transformará por arte de magia política en el Estado Libre del Congo, propiedad privada de Leopoldo II, al margen de la Corona y fuera del control del Parlamento. Para cuando esto ocurra, Mislin habrá sucumbido a una crisis cardíaca.
Aparte del retrato excelente de monseñor [6], de su físico sabemos algo más que él mismo revela de pasada. Más corto que largo de estatura, de aspecto juvenil en su madurez («póngame usted once años»), no perdía ocasión de chapuzarse en aguas frías, y aficionado a la caza le gustaba perderse con su carabina por caminos no trillados. Hombre prevenido, para su aventura levantina tomó clases de equitación; a lo que se ve con provecho, pues sólo una vez se apeó de cabeza por las orejas de su cabalgadura, y eso en las breñas proverbiales del Líbano.
Filosóficamente, ¿dónde situarle? A medio trecho entre un epicúreo sensato y un cínico decente. Mislin valora a la gente por cómo le tratan, y ese trato lo mide sobre todo por la invitación a comer, y eventualmente a dormir. No se guardará para sí el juicio que le merezca el menú ofrecido, los vinos, la etiqueta (o la falta de ella); y respecto a la cama sabe distinguir entre una limpia y otra compartida con insectos de toda especie.
Sin insinuar que fuese un gorrón –dado su carácter de prelado apostólico, a quien determinadas atenciones se debían ex officio–, él personalmente jamás es el anfitrión. Llamativa resulta, en su libro,  la frecuencia del campo semántico sobre comida hospitalaria recibida y otras atenciones supuestamente propias de los orientales.



La Revolución, vista por un dignatario eclesiástico del Antiguo Régimen
Mientras espera el embarque en el puerto de Viena y luego, acomodado en el vapor, se va fijando en los compañeros de viaje, Mislin no pierde tiempo y anota su impresión sobre los hechos que han dado un vuelco a media Europa en aquella ‘Primavera de las Naciones’:
«Para asestar el golpe mortal a Austria, se ha hecho revivir hipócritamente un espíritu vano de nacionalidad. En esto han trabajado activamente las sociedades secretas; luego, al día convenido, 13 de marzo, emisarios de veinte naciones, o más bien de veinte clubs, han proclamado la revolución bajo las ventanas del príncipe de Metternich. A la tarde, partía para el exilio.
He ahí los verdaderos actores; los demás eran todos unos bobos o seducidos.  El pueblo austríaco se ha enterado de su revolución con la misma sorpresa que la Europa toda. Los propios vieneses no tenían idea de lo que hacían.
Eso sí, con la excepción de una secta fanática que se aparece en los días malos como las aves de presa sobre los campos de batalla, y donde quiera que haya carroña que devorar. Los judíos han contribuido a la revolución poderosamente, y esos sí que sabían lo que hacían.»
A lo que anota:
«Tanto como soy propenso, por carácter, por principio y sobre todo como cristiano y sacerdote, a predicar la tolerancia, y a levantarme contras las persecuciones inicuas de que son víctimas a veces los israelitas, otro tanto quisiera afear la conducta de esos judíos que se valen de todos los medios para traer el desorden y la ruina en las estados que les han dado hospitalidad, y que les costean con su dinero la publicación de los libelos más infames contra la religión y el gobierno» .
Para mantener rodante la máquina del Estado, se vio a elementos de la antigua nobleza desempeñar los ministerios importantes:
«Así, el Conde de Fiquelmont en Asuntos Extranjeros, el Conde de Latour en Guerra, el Conde de Hoyos a la cabeza de la Guardia Nacional. Pero sus títulos por sí solos ya eran delito. Se clamó contra la aristocracia, la camarilla, la reacción.»
«Entonces el populacho de Viena inventó un instrumento nuevo constitucional de destituir a ministros: las cencerradas (charivaris). Por la noche, varios centenares de obreros, estudiantes y guardias nacionales se reunían delante de la casa de los funcionarios señalados para sus insultos, y les forzaban a dimitir.
Uno de los ministros, Pillersdorf, supo mantenerse algún tiempo en el poder a fuerza de concesiones. Ya bajo el anterior estado de cosas, él era en el Consejo de Estado el representante de la revolución. De golpe resultó Ministro del Interior y luego encargado de formar gobierno. Su política consistía en recular y recular siempre… Halagar al pueblo: según él, en eso consiste gobernar.»  
Pues qué maravilla, cuando los ministros dimitían por una cacerolada. Era como dar por supuesto que se montaban desde Palacio. Otro espectáculo poco edificante: las manifestaciones. Programadas y sincronizadas por el mismísimo Diablo, a ver si no:
«Hipócritas al principio, luego amenazantes, por último revolucionarias de veras. De modo que la noche del 17 al 18 de mayo el Emperador con toda su familia viose obligado a dejar la capital: el que había decretado la libertad de sus pueblos, era la única persona no libre…»
«Por lo demás –asegura Mislin con aplomo–, las tales manifestaciones eran obra de un club director que, desde las entrañas de la tierra donde se mantenía oculto, movía con resortes secretos, el mismo día y a la misma hora, a las poblaciones enceguecidas de París, Francfort, Berlín, Viena, Nápoles y Roma. Todos estos pueblos se creían libres, cuando servilmente obedecían a unos amos ignotos, irresponsables, que decidían por ellos todos sus pasos, sus acciones, sus pensamientos y asesinatos.»
«Poco les importaba a los falsos patriotas perder una a una todas las provincias de la monarquía. El imperio con que ellos simpatizaban no era Austria, sino un imperio revolucionario que enlazaba a toda Europa.»
«En el extranjero ha sorprendido mucho la revolución de Viena. Se creía que el pueblo austríaco era el menos accesible a las ideas revolucionarios. Su antigua fidelidad a su soberano era proverbial, y todo el mundo repetía que la población vienesa sobre todo sólo tenía una necesidad, el buen vivir, manteniéndose fuera de todo movimiento político e intelectual.»
¿Y los burócratas, eh? Porque el Imperio austríaco era todo él una burocracia pervasiva, todopoderosa  y al mismo tiempo insidiosa, porque en las oficinas el personal gastaba el tiempo en lecturas nada recomendables:
«En medio del buen pueblo austríaco habitaba una minoría inteligente, esto es, lectora de periódicos, que desde muchos años  conspiraba abiertamente y se componía de la casi totalidad de los empleados.
La burocracia era una lepra del Imperio. Un ejército incontable de empleados, sin otra misión aparente que entorpecer la marcha de los negocios y hacer odioso al gobierno. Al hacer la revolución, todo el mundo se figuraba atacar a la burocracia. Así que grande fue su admiración al ver, en su asalto revolucionario al gobierno, cómo la burocracia en pleno se les ponía en cabeza.
La burocracia se había apoderado de la Iglesia y de la Educación, igual que de la aduana, de la censura o de la policía... Los obispos no eran más que consejeros áulicos, y nadie jamás llegaba al episcopado sin haberse antes empapado en las cancillerías, durante largos años, en los principios  jansenistas….
Los  curas párrocos eran oficinistas jefes de negociado, a veces agentes de la policía. Con raras excepciones, no había predicadores en Austria: la palabra de Dios no era libre. Al elegir profesores de teología, lo más temido eran los católicos convencidos. Durante muchos años la única obra autorizada para la enseñanza del Derecho Canónico era un libro puesto en el Índice por la Santa Sede. Con la curiosa particularidad compensatoria: ese mismo Índice de libros prohibidos por la Iglesia estaba proscrito en Viena; y hasta el Breviario Romano figuraba en el Índice de la censura austríaca. El sacerdote que hiciera uso de dicho Breviario, no corregido por la censura, podía sufrir una multa de 59 florines. Nunca se cumplía, pero la ley seguía existiendo.
Los obispos de Prusia, de Inglaterra, de Turquía, pueden cartearse sin obstáculos con la Santa Sede, los obispos de la católica Austria no podían.»
Una sala de lecturas prohibidas en el Antiguo Régimen

«A menudo he oído decir que si los vieneses en su revolución se han comportado tan torpemente, es porque no tenían la menor idea de la vida política, y ello por culpa del antiguo gobierno, que prohibía todos los diarios extranjeros.
De entrada, no admito que la educación de un pueblo se haga por la prensa diaria. Además, me parece que los periódicos eran bastante numerosos en Austria. Es verdad que los que se publicaban en la propia monarquía estaban estrechamente marcados por la censura. Una censura absurda, pues al mismo tiempo dejaba entrar todos los diarios extranjeros, por malos que fuesen, o como incapaz de prohibirlos. Con los libros era igual. Los pocos autores que ha producido Austria se veían obligados a enviar sus manuscritos afuera, mientras toda la basura impresa de Alemania o Francia se vendía públicamente en Viena, salvo los libros que atacaban al gobierno; porque estos últimos sólo se vendían en secreto, aunque cualquiera se los podía procurar.
No obstante, la censura ha sido uno de los grandes pretextos de la revolución. La pobre censura no se merecía tanto odio, sólo compasión y desprecio.»


«La ciencia en general poco estimada, mal retribuida, cultivada sólo por unos cuantos enamorados de ella con pasión malsana, que les llevaba infaliblemente al hospital. Muchos profesores habían abrazado la carrera de la enseñanza sólo tras haber fracasado en sus tentativas de procurarse otra, viviendo aislados, insatisfechos, desconocidos.
Jamás un poeta o un autor serio ha podido cruzar el umbral de los salones del gran mundo, para escuchar unas palabras de recompensa y ánimo. Para hacerse recibir allí unos minutos había que saber declamar unas cuantas escenas triviales, o cantar unos cuplés ligeros.»


Hasta aquí hemos seguido el monólogo del eclesiástico suizo cortesano de Austria y adicto a  Metternich. Como por ahí no vamos a encontrar mucho nuevo, lo dejamos. Porque a todo esto el barco ha levado anclas y navega río abajo, dejando atrás poblados, castillos, riberas semisalvajes. Monseñor nos lo va explicando todo, con cierta complacencia morosa para los que fueron campos de batallas.
El viaje de Mislin adopta la forma de diario. Un género que, según dicen, hasta entonces se venía considerando preferentemente femenino. Pero el diario no se inventó para hacer literatura, sino como método y ayuda de memoria. Así es como había llevado el de su Viaje a Tierra Santa cierta persona, y precisamente de Viena,  que seis años antes había hecho un recorrido similar al de monseñor. Con la particularidad de que era una mujer.
El 2 de marzo Ida Pfeiffer (1797-1858) emprendía sola y por su cuenta y riesgo un viaje por el Danubio al Mar Negro y Estambul, y de allí a Palestina y Egipto, regresando a Viena por Italia. Una experiencia personal sin vistas a la publicidad. Un editor vienés supo de su existencia y la convenció para publicarlo, con la mira puesta sobre todo en el creciente público femenino (1843).  Fue para ella el primero de una serie de recorridos por el mundo [7].
Mislin no dice palabra de aquel libro, que tuvo que conocer. No lo vería apropiado, como guía de viaje. Él maneja más a Lamartine, sobre todo para enmendarle la plana siempre que puede, y puede muy a menudo.


Sonata de Presburgo


«Voilà Presbourg! Esta capital destronada, con su castillo quemado, su puente de barcazas, sus torres doradas y su parlamento mudo.»


En efecto, Presburgo fue la capital elegida por los Habsburgo para su Reino de Hungría desde 1536 hasta 1783. Es entonces cuando José II, usando de la misma potestad regia, tras imponer el alemán como lengua oficial en vez del latín eclesiástico, transfiere primero la administración y luego la Dieta o Parlamento, llevándose de paso la Sacra Corona de San Esteban como cosa suya, aunque él mismo no la había usado.
Ciudad poliétnica de mayoría germánica, lugar de coronación de los reyes de Hungría, Presburgo había tocado su cenit bajo María Teresa de Austria, la emperatriz idolatrada de los húngaros – quién no recuerda el grito en latín macarrónico que nos enseñaban en el colegio: Moriamur pro Rege nostro Maria Theresia!
Mons. Mislin, nuestro abad mitrado, disfruta de su dignidad y renta ubicada en Hungría, y bien lejos de ser anti húngaro es ciudadano de derecho [8]. Lo cual no le impedirá ser crítico consejero.  Ahora, a la vista melancólica de la ciudad y la colina de la coronación, más la catedral de San Martín, se dispone a decirnos lo que pensaba de aquellas gentes, sus querellas y miserias. Una lección de cierto interés actual, pues se trata de nacionalidades y lenguas, secesiones con anexiones, estados grandes y pequeños, ‘Primavera de Naciones’: una Europa de fronteras movedizas, que para sí quisieran los nacionalistas de hoy.
Pero, a todo esto, ¿dónde diantre se localiza Presburgo en el mapa?
¡Ah!, otro milagro del nacionalismo. Una ciudad grande tan multinacional necesariamente ha tenido que disfrutar de muchos nombres. Para la gran mayoría germánica era Pressburg (Presburgo), de ahí las formas eslavas: Prešpurk en checo, Prešporok en eslovaco. Los húngaros le daban el nombre enigmático de Pozsony, de ahí las formas croata, servia y rumana; además de la latina Posonium (¿la finca o suerte de un tal Posón?), tal vez original. Porque al cabo de la calle, tanta lengua autóctona milenaria y ágrafa se remite al latín.
Pero mira por dónde, una ciudad rica en nombres, no menos de una docena y todos legítimos, en 1919 decide rebautizarse con nombre nuevo inventado y falso: Bratislava. Esto ocurre al crearse como nuevo estado Checoslovaquia, con Presburgo/Pozsony como capital. El nacionalismo rampante –que, una guerra mundial más, y se desdoblará en dos, Chequia y Eslovaquia– no podía tolerar el nombre magiar, como tampoco el germánico, ni siquiera en sus formas checa y eslovaca. Así que alguien leyó mal su pergamino de la Edad Media, y ¡marchando, Bratislava!  No entro en el debate de quién fue el autor del engendro; bastante chiflado nos pagamos aquí.
Aquí en el País Vasco estas alegrías no nos sorprenden, con tanta floración y selva neotópica, Empezando por el disparate Euskadi –que desde que se hizo oficial entró en desuso–, y siguiendo con el aluvión de nombres ‘recuperados’ sin razón ni rigor científico ni acreditación documental. Se nota demasiado la manía adamita de dejar huella propia, aunque parezca pezuña de asno.
Cambiar por cambiar. Y de paso confundir, como con Bratislava. Porque la forma latina Bratislavia corresponde a la polaca Wrocław (germanizada Breslau), y no a la antigua Presburgo. Así que, venga, nueva etimología híbrida latino-eslava: Bratislava…  ¡‘Hermandad Gloriosa’!
(Luego vendrá lo del ‘Divorcio Amable’. Cuando anduve por allí, de esto hace años, las hermanas gemelas Chequia y Eslovaquia ni se hablaban. Hoy vuelven a entenderse, enhorabuena. A lo mejor hasta se arrejuntan de nuevo para hacer bulto, es su derecho a decidir.)


Sobre Hungría y los húngaros: Monseñor tiene la palabra
Don Santiago recuerda haber asistido «a una de aquellas dietas turbulentas, precursoras de las tempestades actuales». Todo eran ataques al gobierno austríaco. Le sorprendió la apatía del presidente, y esta fue la respuesta:
–A los húngaros se les va la fuerza por la boca, hay que dejarles decir lo que quieran, en el fondo son súbditos leales [9].


«Me gustan los húngaros por su carácter abierto, caballeresco. Son religiosos, bravos, hospitalarios, atentos para con los extranjeros…
Este año 1848 los húngaros han olvidado lo ocurrido en 1741: el grito caballeresco de fidelidad entusiasta: Moriamur pro rege nostro Maria Theresia …
Una reacción violenta se ha manifestado en las últimas dietas, no sólo contra la lengua alemana, sino también contra la latina, que era la lengua de los negocios. Se ha llegado hasta sustituirla por la lengua húngara.
Esta victoria se ha visto en Europa en general como triunfo del partido liberal. Sin embargo, era sólo el triunfo de una minoría turbulenta, y una supuesta victoria ganada al clero católico y al gobierno austríaco: lo bastante para hacerla popular en el extranjero.
En Hungría, con una población de 11 millones de almas, no hay menos de 15 o 16 nacionalidades diferentes, casi cada una con su lengua propia. Los húngaros o magiares forman el tercio de la población total, aproximadamente.
Menudo lío para un gobierno hacerse entender en esa torre de Babel. El uso había introducido el latín. El latín de Hungría desde hace mucho ha sido objeto de burlas de quienes no lo conocían. Sin ser puro como el de Cicerón, tenía la ventaja de no ser ni el idioma de los  ilirios, ni de los húngaros, ni de los croatas, valacos, sajones, amén de ser comprendido por todas las naciones de la tierra.
En Estados Unidos, como en Francia, en Inglaterra, en Alemania, se puede mostrar un pasaporte u otros documento cualquiera redactado en latín, mientras que si está escrito en húngaro se entenderá tan poco como si lo estuviese en chino o en sánscrito.
Así que, desde el punto de vista político, el triunfo de la lengua húngara ha sido un acto de opresión, y los liberales que lo han cometido han sido tan intolerantes, que al mismo tiempo han querido obligar a los diputados croatas presentes a la dieta a hablar una lengua que desconocían.
Gracias a la intervención del gobierno, la Dieta húngara ha concedido a Croacia un plazo de dos dietas para dotarse de otra lengua. Entre tanto, esa decisión no ha impedido a los liberales húngaros silbar a los diputados croatas cada vez que han querido aprovechar esta demora defendiendo en latín los intereses de su país.
Insisto en este hecho, porque ha sido no por sí mismo,  sino por las tendencias que desvelaba, la causa primera de malentendido entre ambos pueblos, y de la guerra que está a punto de estallar.
El triunfo de la lengua húngara en el parlamento era una nueva invasión de los hunos en Panonia; el sometimiento de 15 nacionalidades una sola, o de 8 millones de hombres a 4,5 millones de magyares.
El pasado marzo, apenas conocida  la revolución de Viena en Presburgo, los húngaros consumaron de hecho su separación de Austra, por una parte, mientras por otra trataban de anexionarse Croacia, Eslavonia y Transilvania, para redondearse con un reino de 15 millones de habitantes.
Lajos Kossuth
La Dieta, el Ministerio y el Palatino, es decir, los tres poderes constitucionales, tomaron el camino de Pest bajo la dirección de Kossuth, que los absorbía a los tres, e intimaron a los eslavos a unirse a ellos.
Pero los croatas, con su ban Jellachihc en cabeza, que habían oído decir que la revolución de Viena se había hecho en favor de todas las nacionalidades, por consiguiente también de la suya, declararon que ellos deseaban ser respecto a los húngaros lo que los húngaros han querido ser respecto a los austríacos, es decir, independientes, sin más relación que la corona.
Los magyares toman las armas para someter a los croatas, y los cratas toman las armas para defendense de los Magyares. He ahí dos pueblos enfrentados. O mejor yo diría, dos hombres, pues que tanto se han identificado con sus causas respectivas, Kossuth y Jellachihc [10]...”
Mislin habla de ambos líderes con respeto y hasta simpatía. Pero su atención está en lo que tiene delante:
«¿Qué quedará en Presburgo de su gloria antigua, sus fiestas espléndidas, sus asambleas tumultuosas? Desde hace mucho, Pesth ha absorbido la industria, el comercio, la población, los negocios, todo lo importante de una gran capital….
Y aquí un comentario revelador:
«Esa loma imperceptible ahí a la orilla del río, y que los húngaros llamaron Mons Regius, ¿servirá todavía para la coronación de los reyes? No es ya a los cuatro puntos cardinales que el soberano futuro habrá de dirigir el filo de su espada, sino a las entrañas de la tierra: los enemigos más de temer no están en la frontera, sino en el corazón del Imperio.
Cuando las revoluciones actuales hayan caducado, una vez realizadas las grandes depuraciones, cuando los pueblos hayan dormido su borrachera y suspiren por el orden y la justicia, sin los cuales no hay libertad, Hungría volverá a entrar en la gran familia de la que se ha separado, porque Austra y Hungría se necesitan por igual [11].
Pero detrás de esta cuestión de lenguas, queda por evacuar toda una guerra de nacionalidad, cuya expresión es la lengua.
Los magyares tienen el doble objetivo de consumar su secesión de Austria y afirmar su independencia, haciéndose poderosos lo bastante para poderla defender. Seguramente, si Croacia, Eslavonia y Transilvania pudiesen alguna vez confundir sus intereses con los de Hungría, poniéndose a las órdenes de Kessuth, y declarar la guerra a Austria mientras ésta está ocupada en reprimir la revuelta de Lombardía, ese sería el golpe más rudo que se podría asestar a la monarquía. Pero todos esos pueblos diferentes jamás se someterán a los magyares» .
Hasta aquí el autor parece como maquiavélico: puesto el huevo, ya se sabe. Pues leamos a Maquiavelo/Mislin:  A veces son las provincias forales o privilegiadas, exentas de contribución al Estado y ajenas a la solidaridad con otras provincias, las más proclives a exigir más y más, hasta la amenaza de secesión, tratando de arrastrar consigo a provincias vecinas, para redondearse con ellas, para mayor ruina del común. Y esos movimientos no son de raíz popular, sino de interés oligárquico:
«Por lo demás, la oposición que Hungría hace a Austria no es obra del pueblo. Como la de Galitzia en 1848, es un complot de una parte de la nobleza, que se apoya en los elementos anárquicos para llegar a sus fines.
Hungría, por gozar de su constitución y sus privilegios, debería tener contra Austria menos agravios que las demás provincias. Si esa constitución y los privilegios que entraña son absurdos para los tiempos actuales, la culpa no es de la Corona, que repetidas veces ha probado de introducir modificaciones en la constitución húngara, sino a esa misma nobleza, que siempre se ha negado y que ahora se subleva. Las tierras de los nobles, entre otras, no están sujetas a impuesto alguno. ¿Cómo podría entonces el gobierno austríaco abrir sus fronteras a los productos de Hungría, arruinando así a los propietarios de otras provincias, que soportan ellos solos las cargas del Estado? ¿Cómo habría podido construir carreteras, proteger la agricultura, el comercio, la industria?
Los recursos de Austria, comparados con los de otros estados mucho menos importantes, quedan muy por debajo, por más que los impuestos de las provincias alemanas, bohemias, italianas, sean muy elevados. Si las finanzas de Austria están en situación deplorable, la culpa la tiene sobre todo Hungría.
Así varias disposiciones de la constitución húngara, mantenidas por la Dieta a pesar de la Corona, traen la desventaja de mantener a este reino en un estado de semi-barbarie, y encima perjudicando a la prosperidad general de la monarquía.
No hace tanto, la nobleza húngara, en el mismo espíritu de oposición que inspiraba a la nobleza polaca e italiana medidas tan fatales a sus autores como absurdas en sí mismas, había creado una sociedad cuyos miembros se obligaban, por odio a Austria, a consumir sólo productos nacionales. En rigor, los nobles milaneses podían prescindir de los cigarros alemanes, pero los nobles húngaros no podrían prescindir de vestidos de todo tipo. De modo que la sociedad de patriotas magyares pronto quebró, y el Danubio siguió llevando a Pesth todos los artículos de la industria austríaca (*)
(*) En Milán, muchos nobles se obligan por capitulación matrimonial a no aceptar nunca las invitaciones de la Corte. Mal conoce su flaco quien contrae tales compromisos. Lástima de pueblo, el que recurre a tales expedientes para conquistar su independencia.
« Antes se invocaba la fraternidad de las naciones; hoy se apela a la nacionalidad de los pueblos, es decir a su aislamiento.
Y no acaba ahí la contradicción. El mismo radicalismo que quiere separar las razas italiana y germánica en las vastas llanuras de Lombardía, comprime bajo el mismo yugo a los pueblos de origen francés, italiano y alemán, en los estrechos valles de Helvecia. El mismo espíritu revolucionario que tiende a desgajar a los magyares de los austríacos, quiere forzar a los búlgaros, alemanes, eslovacos, croatas etc. a someterse a los magyares»


Claro que Mislin ama a Hungría. Y una vez corregidos ciertos desajustes, le profetiza lo mejor:
«Un porvenir próspero está reservado a este país. Llanuras inmensas de una fertilidad extrema permanecen incultas, porque Hungría no tiene salidas. Sometida a las mismas condiciones de existencia, a las mismas leyes que sus vecinos países, el valor de sus tierra subirá pronto. Un intercambio entre sus productos agrícolas y los productos de la industria alemana sería igualmente ventajoso para Alemania y Hungría. Numerosos colonos alemanes, en vez de emigrar a ultramar en busca de trabajo y bienestar, los encontrarán en sus fronteras, dentro de un pueblo excelente y bajo un clima feliz»
Y en fin, aprovechando que el Danubio…
«La ciudad de Presburgo está muy bien situada al pie de los Cárpatos y a orillas del Danubio. Tiene cerca de 40.000 habitantes en gran parte alemanes, el resto magyares. Los judíos, bastante numerosos, residen en los alrededores de Schlossberg [12].
Éstos últimos, en las fiestas de Pascuas, han dado ocasión a una revuelta popular. Parecidas escenas de desorden tienen lugar en varias regiones de Bohemia, Alemania y Francia. Los judíos, desde que pidieron a gritos que la sangre del  Justo recaiga sobre ellos y sus hijos, han sido siempre objeto de rechazo universal… Es deber de los pastores de la Iglesia recordar a los pueblos la caridad evangélica, cuando cristianos descarriados persiguen a hombres que son sus hermanos. La Iglesia nunca ha faltado a este deber»
Prosigue el viaje danubiano: Raab, Gran, Visegrado, Waitzen, Vukovar, Buda y Pesht. El 25 de junio el vapor se detenía junto al puente colgante sin terminar.
«A la altura de Duna-Pentale vimos el barco que volvía de Orsova. Aparece nuestro capitán:
– Cosa c’è di nuovo abbasso?
– Niente, niente. Hanno fatto una visita, mà lasciano passare.
«Aquí empieza la lengua italiana, la más extendida en Levante.  Es en general la de los comerciantes y marinos… Lo de menos sería el idioma, si no hubiese que acomodarse también a la cocina italiana, especiada, perfumada, pimentada; donde todos los platos son fríos, y que servida a la mesa tres horas antes de comerla siempre tiene la temperatura del aire de las cabinas, 28 grados Réaumur (35º C).»
Y anota:
«Dado que los buques del Lloyd van a Beirut, sería fácil hacerse con esas vasijas de tierra porosa, tan comunes en Siria, que tienen la apreciable ventaja de refrescar el agua cuando aprieta el calor.»


En el último tramo del Danubio hacen su aparición dos malos compañeros del viaje. El primero, los mosquitos: «nuevo para mí, aunque luego tuve muchas ocasiones de familiarizarme con él». El otro, el espectro del cólera, tan repetido en relatos de viaje por Oriente en aquella época. Mislin se remite sin duda al Apocalipsis:
«El cólera acaba de estallar también en Valaquia. Dos azotes a la vez: el cólera remontando el Danubio, mientras la revolución desciende por él. Algunos de mis compañeros temen más al cólera; a mí me da más miedo la revolución.»
– En Giurgevo, con una población de 4.000 aomas, han enfermado 500 personas, y la epidemia va a menos: no mueren más de seis o siete al día, todos de la clase pobre. Esta semana se han muerto cuatro curas, no se pierde gran cosa.
Eso dijo al viajero el agente de la compañía de navegación. Nada se habla de precauciones higiénicas. En cambio, «todo el mundo lleva cintas tricolores en la botonera y escarapelas azul, blanco, rojo» . Bien decía monseñor que la revolución era peor. En otro capítulo del libro nos hará partícipes de otra convicción suya: al revés de lo que ocurre con la revolución, la despreocupación frente al cólera inmuniza, mientras que el miedo predispone a contraerlo.
Pasadas las ‘Puertas de Hierro’, finalmente el Danubio se abre en delta y desagua en el Mar Negro. Varna:

1848, 3 de julio.  A las 8 de la mañana fondeamos en la bahía de Varna. El viento se había calmado, y aun así los barcos bailaban horrorosamente. El extremo de las vergas, agitado a babor y estribor, casi tocaba la superficie del agua. Questo e il porto del diavolo!, grita el capitán.
¿Con que el puerto del Diablo? In diebus illis, por aquellos días, cumplía sus ocho mesecitos un bebé irlandés llamado Abraham, abreviado cariñosamente Bram. Precisamente en Varna, un 6 de julio, Bram Stoker, en una novela-diario, hará embarcar con destino a Londres el ataúd del vampiro Drácula y sus cajas de tierra natal sagrada. La nave de Mislin se llamaba Ceres. La de Stoker, Demeter. La misma diosa, qué coincidencia.

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[1] Cfr. Paolo Maggiolini, “Studies and souvenirs of Palestine and Transjordan. The revival of the Latin Patriarchate of Jerusalem and the rediscovery of the Holy Land during the nineteenth century”, en Ian Richard Netton, Orientalism Revisited: Art, Land and Voyage, pág. 165 y ss.
[2] Titus Tobler usa el término Filistea (Philistäa) en su Tercer Viaje a Palestina, el año 1857 (A caballo por Filistea, etc.). Gotha, 1859.
[3] Les Saints Lieux. Pèlerinage à Jérusalem, en passant par l’Autriche, la Hongrie, la Slavonie, les Provinces Danubiennes, Constantinople, l’Archipel, le Liban, la Syrie, Alexandrie, Malte, la Sicile et Marseille. Par M.gr Mislin. Paris, Guyot Frères, 1851, 2 tomos (iv + 448 y 490 págs.). Disponible en la Red. Trad.  Trad. al alemán, al italiano y al español. Edición española: La Tierra Santa. Peregrinación a Jerusalén, pasando por etc. Barcelona, Pons y Cía, 1852, 2 tomos. Reimpresión facsimilar moderna (Elibron Classics, 2001, 2 tomos).
[4] Sobre Leopoldo y su gesta africana, en este blog, cfr. series: El silencio de los moruecos (1, 2, 3, 4) y Soñar en celta (1, 2, 3, 4).
[5] A todo esto, aparece nueva edición española: La Tierra Santa. Peregrinación á Jerusalén. Por el Abad Mislin. Barcelona, La Maravilla, y Madrid, Libr. Española, 1863,  672 págs. en un vol., con grabados y mapas. Traducción libre o adaptación de la 2ª edición francesa, suprimiendo comentarios y notas. ¿Pirata? Es la única española que veo en la Red.
[6] Del mismo veo esta manipulación paródica nueva, presentada como obra de arte por Markus Schinwald (Dale, 2013)
[7] Reise einer Wienerin in das Heilige Land, Viena, 1843, 2. vols. La traducción inglesa se hizo esperar hasta 1852. Disponibles en la Red.
[8] ‘Mislin Jakob ,honfitarsunk’ (Jakob Mislin ‘nuestro compatriota’), título de  una reseña sobre el monseñor, en ‘Debreceni Szemle’, 1941, IV: 99-100.
[9] El español traduce: «El Presidente me dejó muy convencido de la justicia de su observación». El original francés dice lo contrario: «M. le président me laissa fort peu convaincu de la justesse de son observation».  Lo advierto, por si alguien decide comprar la nueva reimpresión española.
[10] Lajos (Luis) Kossuth (1802-1894), presidente del Reino de Hungría durante la revolución del 48-49. Su contradicción fue que mientras concebía un estado nacional a la francesa liberal (derecho de solar, frente a derecho de sangre; igualdad ciudadana, sin distinción de etnia o lengua), al mismo tiempo urgía la magyarización de germanos, eslavos, rumanos, y la imposición del húngaro como lengua oficial exclusiva. Si lo primero le valió aplausos en Europa y América, lo segundo fue criticado en la propia Hungría.
Josip (José) Jelačić (1801-1859), de la nobleza croata, aun siendo nacionalista romántico partidario de una Croacia independiente,  en la revolución del 48 prefirió apoyar a Austria que a contra Hungría con sus pretensiones imperialistas y magyarizantes. Frente a esto, y atento a las semejanzas, más que a las diferencias, entre los eslavos del Sur, defendió un estado pan-yugoslavo con lengua unificada.
[11] Como profeta honesto, Mislin dice en nota que mantiene el texto original escrito al principio de la guerra, sin recortar sus previsiones no cumplidas (1: 24) .
[12] Como tantas juderías, a la sombra y amparo del castillo-palacio del rey, del obispo o del señor local. Los de Presburgo eran judíos regios.






6 comentarios:

  1. ¡ Que divertidísimo querido Profesor !

    ¡ Y que gracia me ha hecho que en aquella época hubiera dimisiones de ministros debidas a las caceroladas y las manifestaciones ( los escraches de entonces ) . Se ve que los de ahora ya tienen más costumbre, y que aunque hablen del pueblo, de sus votantes, y de los ciudadanos, ya no disimulan que sólo les importan sus intereses propios, y ya no dimite nadie.
    Y se ve muy claro que las revoluciones son todas ellas montajes de políticos y de futuros dictadores interesados , y perjudiciales para la gente normal.

    Y me voy a la bibliografía que nos pone usted, a ver si consigo el libro de Mislin en alguna de sus ediciones, aunque, la verdad es que alguna vez que he ido a las fuentes que usted nos señalaba, he llegado a la conclusión que su texto de usted era mucho más divertido, y muchísimo más claro y sin paja, y por lo tanto, muchísimo más fácil de entender
    ¡ Muchísimas Gracias !

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    1. Querida Viejecita, aunque con retraso, agradezco su cumplido de que mis resúmenes de las fuentes que cito le satisfacen, a veces incluso más que las propias fuentes. (¡Huy, huy!...)

      En nuestro caso concreto, el libro de Mislin, muy directo y en general entretenido, tuvo el mérito de ser la divulgación más eficaz de la situación de aquellos países.

      Mi reader’s digest se basa en la primera edición, disponible en la Red en francés (no en español, que yo vea), lo mismo que la tercera. La versión española en la Red que yo he visto no merece la pena, porque es un refrito por libre. Y no creo que hubo traducción al inglés. Un abrazo.

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    2. Ya tengo los dos tomos de la primera versión en el carrito del Amazon francés, en espera que salgan un par de cosas para la venta, y en ese momento hago el pedido... Cuanto antes, mejor, porque me estoy poniendo al día con la lectura, y si no, me voy a tener que poner con Balzac, que me aburre que me mata , pero que me he comprometido a leer, cuando se me quedara vacía la lista de espera .

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    3. Balzac, que me aburre que me mata

      A mí me pasó lo mismo con Proust. Con una diferencia: Balzac por lo menos enhebraba sus folletines como ‘comedia humana’, un homenaje a Dante. Mi Proust se me presentaba, paradójicamente, como ‘búsqueda del tiempo perdido’; así que cuando entendí que para mí era ‘búsqueda de perder el tiempo’, lo abandoné al polvo.

      (Hablo en subjetivo –yo, mí, me–, mi feria. Con todo mi respeto y toda mi admiración a los proustianos, los joyceanos, tropicanos, celanos, goytisolanos y demás leedores de fondo.)

      Un beso, y suerte con el Mislin.

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  2. Hace unos días estuve en "Bratislava" después de Viena y Budapest. Un viaje por el parque temático del nacionalismo fósil, aunque siempre disponible para volver a cabalgar al lado de los jinetes del apocalipsis.
    La audio guía del autobús turístico de Budapest repite millones de veces, en veinte lenguas -aun no han incorporado el catalán- "... los Ausburgo, que vinieron como libertadores y se quedaron como opresores"
    Señor, ¡qué cruz!
    Digo como doña Viejita: muchas gracias don Belosti.
    Me identifico mucho con este eclesiástico.

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    1. Qué coincidencias, querida Carlota: la entrada anterior, en La Coruña, ante la tumba de Moore; esta vez en el Danubio… ¿La próxima?

      «Me identifico mucho con ese eclesiástico», dice usted. No le falta razón. Ya entonces mucha gente lúcida estaba muy al cabo de la calle de lo que había detrás de tanto redentor desinteresado. Por lo demás, como a Caro Baroja, a mí me atrae calar en eso que él llamaba ‘mentalidades’. Un concepto complejo que a menudo se simplifica como ‘ideologías’, y es muy otra cosa.

      Un cordial saludo, y a seguirnos encontrando.

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