domingo, 14 de junio de 2015

Terror negro, piqueta blanca



Un mes lleva ISIS en Palmira, y todo indica que va para largo. En cuanto al vandalismo islámico, es como para cruzar los dedos. Recordemos que son ante todo iconoclastas, y en Palmira apenas había estatuas al aire libre. ¿Qué ha pasado, o puede pasar, en el museo? ¿y dentro de las torres funerarias y los hipogeos?
Pero en fin, algún escarmiento había que hacer en los malditos ‘ídolos’ que, por lo visto, la buena gente de aquellos pagos –de pago viene ‘pagano’– los adora en secreto. 
Entre lo destruido se cita la efigie del ‘Dios-León’. El desaguisado habría tenido lugar el sábado 23 de mayo, según testigo que pudo reconocerla entre otras imágenes ya hechas pedazos con maquinaria pesada. Esto no violaría la promesa de conservar las ruinas –«la ciudad antigua»–, transmitida días antes por voceros de ISIS. Las imágenes son puchero aparte, para estos entendidos en los gustos de Alá. Y en todo caso, conviene demostrar quién manda.
El Dios-León
Aunque ya no sirva de consuelo, hablar de ‘Dios-León’ es impropio. No hay tal dios. En realidad es (o era) el animal-soporte de una divinidad. En la iconografía oriental los dioses iban a lomos de su animal o monstruo emblemático. Hasta el libro bíblico de los Salmos, lleno de licencias poético-mitológicas, apostrofa al Dios Yahweh como «el que posa en Querubín» (Salmo 80/79 V: 2. Qué pinta tenía el monstruo Querubín, la Biblia no lo dice).

Procesión de dioses asirios sobre sus animales emblemáticos
La divinidad usuaria del león palmireno era nada menos que Al-lat o Alat, la contrapartida femenina de Al-lah o Alá, el dios convencional del monoteísmo. A menudo las parejas divinas se asociaban como paredros (‘sentados juntos’). Así en el norte de Siria y Fenicia, la diosa Anat era paredra del dios Bethel.
Para los israelitas, Bethel y Yahweh fueron la misma deidad, de modo que este su ‘Dios único’, soltero empedernido, en los cultos populares aparecía junto a su señora Anat-Yahu (‘la Anat de Yahweh’), para irritación de los profetas bíblicos. Pareja divina venerada, por ejemplo, entre la soldadesca judía acuartelada en la Isla Elefantina (Alto Egipto, siglos V-IV a. de JC.). Así consta en papiros y otros documentos, donde es frecuente citar a dioses y diosas como testigos de excepción en los contratos.
Versículos satánicos
Otra forma de asociación de divinidades (ya lo vimos) era en tríadas o ternas. Así Alat presidía una tríada junto con ‘Uzza y Manat, veneradas también en la Meca. Esta Tríada Mecana fue un dolor de cabeza para Mahoma, porque sus paisanos solían jurar por ellas en sus compromisos más solemnes, y abolirlo de golpe era un peligro social. Tanto era así, que incluso el Profeta del monoteísmo radical pensó en transigir. Veamos.
Todo el mundo ha oído hablar de los ‘versículos satánicos’, que tan famoso y rico han hecho a Salman Rushdie. Ningún invento suyo, pues se refiere a una tradición antigua, para explicar la incoherencia de cierto pasaje del Corán.
Es bien sabido que no hay profeta en su patria y familia. Mahoma no fue excepción en la Meca y en su tribu, los Qoreix, que en la nueva religión echaban de menos a las Tres Diosas de toda la vida, presentes en sus betilos o piedras sagradas. Alá es dios, qué duda cabe; un dios de categoría. Pero eso de que sea el único chocaba al sentido común.
Mahoma, en una diatriba con sus adversarios en el templo de la Meca, se puso a recitarles la azora 53 (‘La Estrella’). Ya iba por la aleya o versículo 20, todo normal, cuando de pronto salta:
¿No tenéis a Alat y a ‘Uzza
y a Manat, la otra tercera?
Son las excelsas elegantes
de las que amparo se espera.
Para ser exacto, lo de ‘elegantes’ en árabe dice literalmente ‘grullas’; pero da igual porque aquí se usa como piropo irónico. A lo que íbamos:
Semejante ingreso de la Tríada femenina en el Corán cayó muy bien entre aquel auditorio pagano, que por de pronto dejó de molestar al Profeta. Pero cayó muy mal entre los fieles de la primera hora, que se habían tomado en serio lo del monoteísmo, y muchos padecían destierro.
Algo no encajaba. Mahoma muy preocupado, luego supo –siempre por revelación– que fue Satán quien le había sugerido aquella blasfemia. Según eso, los versículos apócrifos se enmendaron así:
¿No tenéis a Alat y a ‘Uzza
y a Manat, la otra tercera?
¿Con que vuestro lo macho y suyas las hembras?
No es reparto equitativo.
Esta salida tangencial quería dejar en ridículo a sus paisanos idólatras, que teniendo ellos hijos varones, imaginaban que a Alá le habían salido las tres hijas hembras. Dando por hecho que se trataba de hijas, y no de paredras compañeras.
Como solía ocurrir en tales remiendos proféticos, no faltó una disculpa harto comprensiva para Mahoma: Ningún otro profeta antes de él se libró de aquel virus troyano. Todos padecieron sus ‘versículos satánicos’ (Corán 22: 53/52):
No hicimos bajar inspiración a profeta alguno antes de tí, que al recitar no le insinuara Satán algo de su cosecha en la lectura. Pero Alá suprime lo que Satán insinuó, poniendo luego sus propios versículos; porque Alá es conocedor sabio. El cual dejó pasar lo que insinuó Satán, para poner a prueba a los que tienen el corazón enfermo y duro...
Ruinas sobre ruinas
Sobre el vandalismo del Estado Islámico, una cosa debe quedar clara: carece de originalidad. Realmente se ceban en lo que ha quedado tras una serie de destrucciones en diferentes épocas, y en parte con los mismos pretextos. Un vandalismo carroñero. Esta vez, no habiendo topado con la diosa Alat, se ensañan con su animal de compañía.
Tadmor/Palmira entra en la Historia más o menos por el año 41 a. de C., al chocar Roma en su frente oriental con el nuevo imperio persa de los Partos.
El primer divulgador de Palmira fue Plinio el Viejo, que por los años 70 de JC le dedicó esta breve entrada en su enciclopedia (Historia Natural, 5, 25):
«Palmira, ciudad notable por su situación, por las riquezas del suelo y sus aguas amenas, encierra sus campos en vasto entorno de arena, y como aislada de otros países por la naturaleza, a su propia suerte, entre los dos máximos imperios, el de los romanos y el de los partos: eterno quebradero de cabeza para unos y otros en discordia.»
Sólo el año 14 de JC, bajo el emperador Tiberio, la ciudad se somete, y eso con amplia autonomía.  El siglo I conoce la primera transformación de aquella estación caravanera,  rica pero destartalada, en ciudad monumental a la romana, que se desarrollará en los dos siglos siguientes. En el 129 la visita Adriano, casi como un refundador. De hecho la ciudad se llamó en honor suyo Adrianópolis.
El esplendor de Palmira bajo Roma fue relativamente corto. Asesinado su rey Odenato (220-267), brazo derecho de Roma en Oriente, le sucede su hijo menor Wahbalato bajo regencia de la viuda Zenobia (267-272), heroína de la independencia. El emperador Aureliano, su vencedor, saquea Palmira pero no acaba con ella. Seguirá todavía una década constructiva (292-303) bajo Diocleciano. A partir de ahí, el espejismo palmireno se eclipsa.
Palmira: Templo de Balshamín, con peanas para estatuas en los fustes de las columnas (Wikipedia)

La arquitectura urbana es allí columnaria, como en pocas otras ciudades. Muchas columnas tienen en el fuste una o dos peanas para colocar estatuas de dioses, de héroes o de ciudadanos beneméritos por algún motivo. Muchas estuvieron ocupadas, como lo demuestran las inscripciones. Sin embargo, cuando unos viajeros ingleses redescubren Palmira a fines del siglo XVII, de toda aquella estatuaria pública sólo quedan vestigios. ¿Quién perpetró la hecatombe?
Sería cómodo cargar toda la culpa al primer rigor islámico bajo los primeros califas. Tan cómodo como injusto. Porque tampoco hay que olvidar, antes de eso, el fanatismo cristiano en dos frentes: guerra al paganismo, y guerra a las imágenes (incluidas las cristianas) con la herejía iconoclasta. Dejando aparte el iconoclasmo, demos un vistazo al cristianismo triunfante desde la conversión del emperador Constantino y su Edicto de Milán (febrero de 313).
Para entonces, la religión cristiana estaba muy arraigada en los núcleos de población. Recordemos una vez más la conocida bravata de Tertuliano (Apología, 37):  
«Somos de ayer, y lo llenamos todo, vuestros espacios y edificios, vuestras instituciones. Sólo os hemos dejado los templos…»
Esta última condescendencia se agotará con la borrachera de la victoria, cuando se plantea la liquidación del paganismo y sus símbolos externos.
El proceso tuvo curso muy desigual, según tiempos y lugares. La política eclesiástica en general fue obviamente en la dirección de aniquilar las religiones antiguas, pero no todos los eclesiásticos estaban por la violencia, ni mucho menos. En este sentido, había surgido una casta de cristianos menos escrupulosos.
Libanio denuncia a los monjes
Entre 269/70, cuando Zenobia de Palmira, rebelde contra Roma, invade Palestina y el Egipto de Cleopatra, supuesta tatarabuela suya, ese mismo año un joven de Alejandría llamado Antonio (san Antón) se retira al desierto, cerca del Mar Rojo. Es la fecha cuasi oficial de una institución cristiana novedosa: el monaquismo.
Zenobia pasa pronto, los monjes permanecen; y lo que en principio fue búsqueda heroica de la paz con Dios y vencimiento del demonio que llevamos dentro, pronto se convierte en un  modus vivendi, como otro cualquiera.
Peor aún, muchos monjes que por voto renunciaron al mundo, ahora se creen llamados a arreglarlo a su aire, y con el aplomo que da el hacer gran número, más la praxis ascética endurecedora, cambian su retiro arenoso por otra arena teológico-política: serán fuerza de choque contra todo enemigo de Dios, sea hereje, judío, pagano o diablo.
Algunos obispos veían bien que los monjes se ocuparan del trabajo sucio. Conocemos el caso de san Teófilo y san Cirilo, obispos de Alejandría, cuyas soflamas calentaron a los monjes para cometer excesos, violando el templo de Serapis (391) y linchando a la filósofa Hipacia (v. ‘Rebobinando ‘Ágora’ ).
Si Egipto produjo bastante monje bruto, mucho «zángano tránsfuga del azadón», Siria no se quedó en zaga. Sus excesos se comentaban mayormente en voz baja, por cautela, pero también dejaron constancia escrita, de fuentes cristianas y paganas. Obispos y concilios podían permitírselo, desde luego; pero levantar la voz un pagano para criticar a los monjes, eso era de locos o de valientes. Uno de aquellos quijotes que hoy se lee con gusto fue Libanio.
Libanio (314-393) fue un un maestro de leyes y de buen decir; un retórico que, a pesar de ser de Antioquía –la ciudad donde primero se usó la palabra ‘cristiano’–, no siguió la moda de bautizarse y profesó toda su vida un paganismo conservador naturalista y místico, en la línea neoplatónica. En esto comulgaba con su amigo algo más joven, el emperador Juliano el Apóstata, muerto en 363 en el frente oriental contra los Persas.
Fue un revés para la restauración del paganismo, que repercutió en Libanio, postergado y confinado algún tiempo. Pero no perdió prestigio, todo lo contrario, el emperador español Teodosio I el Grande, con ser todo un príncipe cristiano, siempre tuvo a nuestro pagano en consideración como consejero áulico. No por nada: de los Cuatro Santos Padres de la Iglesia Griega Católica,dos de ellos, Basilio, Crisóstomo, aprendieron su retórica como discípulos de Libanio, y un tercero, Gregorio de Nisa, se carteaba con él. Era como un seguro de vida para el maestro.
De Libanio queda una buena colección de discursos muy interesante por su temática, pero también por la humanidad que reflejan, en favor de marginados y oprimidos: campesinos, presos, prófugos  etc. Aquí nos interesa en especial su perorata sobre ‘No destruir los templos’, dirigida a Teodosio .
Templos: los había por todas partes, sobre todo en las aldeas o ‘pagos’, que no pasaron a la historia, a diferencia de los santuarios monumentales. Para Libanio, aquella demolición era dañina para el estado, no sólo por la pérdida de edificios aprovechables (muchos ya eran iglesias cristianas), sino por la desmoralización de los campesinos, cuyo ritmo laboral siempre estuvo vinculado a ritos de culto a los dioses de la tierra y la fecundidad.
Al denunciar excesos, Libanio se basa en la legislación vigente, la cristiana, que como se ve en el Código Teodosiano se hizo más y más restrictiva, lo cual permite acotar la fecha y la ocasión del discurso. Según Libanio, estaban prohibidos los sacrificios, pero no quemar incienso en los altares: 
«Tú mismo, sancionando la norma, no has mandado cerrar los templo, ni prohibido a nadie el acceso. Como tampoco has abolido de ellos ni de sus altares el fuego, ni el incienso, ni los demás sahumerios honoríficos.»

Teodosio, que ya había ordenado preservar templos y estaturia como la de Edesa,  «en atención a su mérito artístico, más que a su divinidad», tenía prohibidos los sacrificios adivinatorios, que al parecer husmeaban en la salud y esperanza de vida de su imperial persona (Código Teodosiano, 16, 10, 8). En este sentido da instrucciones al prefecto pretoriano de Oriente, Materno Cinegio, en 385. Pero el prefecto se excede en su celo, y en connivencia con la clerecía abre la veda de los templos, incluido el monumental de Zeus en Apamea, no lejos de Antioquía, que tuvo un final aparatoso.
Esto fue lo que movió a Libanio a defender, una vez más, otra causa perdida, dirigiendo este Discurso a Teodosio, aquel cálido verano de 386. Ni siquiera el citado templo de Edesa fue respetado, una maravilla no menor que el Serapeo de Alejandría, «que ojalá no corra nunca la misma suerte». Sólo cinco años después, a pique estuvo de correrla, a manos de monjes. Era un templo cristiano cuando, finalmente, los árabes lo destruyen en el siglo X.
Los monjes. Aquella marea negra le preocupa a Libanio:
Sin embargo, esa gente del ropón oscuro [los monjes], que comen más que los elefantes, que resultan molestos con su demanda excesiva de bebida a cambio de sus melopeas, disimulando todo ello con una palidez artificiosa; esos mismos, Emperador, a pesar de la ley vigente, se lanzan sobre los templos armados de palos, piedras y herramienta, o en su defecto con manos y pies.
Viene luego la presa fácil: techos abajo, muros derribados, simulacros tumbados, altares rotos. A todo esto, los sacerdotes a callar o a morir. A un primer asalto sigue otro, y un tercero, acumulando trofeos sobre trofeos contra toda ley. A eso se atreven incluso en las ciudades, pero sobre todo en el campo; siempre muchos combatientes en cada ataque.
Una vez multiplicados los daños, las turbas dispersas se reúnen, pidiéndose unos a otros razón de la tarea, donde es vergüenza no haber sobresalido en los desmanes.»
Libanio sabe bien a quién habla, sabe que la religión antigua ya no interesa en la esfera del poder. Por eso disfraza su alegato pro templos como bienes de interés cultural, aunque también agro-económico: «El alma de los campos son los templos».
Frente a esta otra marea negra de ISIS, la presión militar servirá de poco, si en todo el mundo musulmán no levantan la voz Libanios que les recuerden a los bárbaros: 
«El alma de los pueblos son sus monumentos, son su herencia cultural toda entera. Destruir estatuas no es honrar a Dios. Es destruir estatuas.»




7 comentarios:

  1. Estupendo , como siempre, Querido Profesor Belosticalle . Llevo siendo forofa de Juliano el Apóstata desde que leí "Emperador y Galileo" de Ibsen, pero no sabía de Libanio. Voy a buscar a ver si encuentro algo más , porque este texto de usted, que me ha encantado, me ha sabido a poco.
    Muchas Gracias

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    1. Pues sí, Dª Viejecita, Libanio debió de ser muy buena persona y un valiente. Por desgracia, no encuentro en la Red mucha obra suya en castellano. (En vascuence, tal vez…)

      Pero bueno, usted domina el inglés, y así lo tiene prácticamente todo. Para abrir boca, el discurso Por Los Templos (Oratio XXX). Que seguramente ya lo ha encontrado usted por su cuenta, ¿a que sí?


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    2. Sí, lo he encontrado, y más cosas , pero no hay quien lo lea sin dejarse los ojos. Todo con una letra pequeña y poco clara, sin espacios para descansar la vista, sin márgenes...
      La próxima vez venga a cenar mi chico el pequeño , voy a ver si me consigue cambiar la letra, ( es una de sus especialidades como programador informático ) y lo puedo imprimir luego y leer cómodamente.
      Muchas gracias.

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    3. El que sí he podido ampliar , leer, y disfrutar, "la Monodia a la destrucción por el fuego del templo de Apolo en Daphne ". Que era más corto y con más separaciones... Y le daba a una mucha pena del pobre Juliano, no creyéndose que el fuego hubiera bajado del cielo, y echándole la culpa al resentimiento y a la envidia de los cristianos...

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    4. Pero mujer, el mando para cambiar el tamaño de letra e imagen en pantalla está a su alcance, sin tener que gastar en la cena del chico: manteniendo apretada la tecla Ctrl, mover la rueda del ratón, adelante (+) o hacia atrás (-). El ratón con rueda, claro.

      Y para que no se le hagan las líneas tan largas, el texto inglés que le he enganchado es dinámico, puede estrechar la pantalla a formato de página.

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    5. Todo el mundo me lo explica, pero cada vez que le doy a esa tecla, organizo un pifostio en mi mac, y tengo que volver a empezar desde cero...

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  2. Tampoco sabía yo nada de Libanio. Tomo nota de las referencias que nos da.
    No sé yo si habrá Libanios suficientes en el mundo musulmán, Don Belosti
    Un abrazo

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