viernes, 30 de agosto de 2013

Sabino y la Plaga, por Navarth


'Pescadores vascos' (Valentín de Zubiaurre)


En diciembre de 1893, en el número 4 de ‘Bizkaitarra’, Sabino escribe un artículo titulado ‘Los invasores’:

«Con este título ha visto últimamente la luz pública en un semanario de Bilbao un bien escrito artículo que se ocupa en las varias clases de maketos y en su pestífera influencia.»

Sabino se congratula de que al fin alguien se haya decidido en la prensa a atacar “de frente y sin viles respetos a la invasión maketa”, y en consecuencia manda a su autor “la más bizkaina enhorabuena.” A partir de este momento, y hasta el final de sus días, Sabino se dedicará a exponer, de forma machacona, obsesiva y sin variaciones, su visión de un mundo dividido en vizcaínos (y por extensión vascos) y maquetos (todos los españoles no vascos).
Para resumir, los primeros están dotados de todas las virtudes imaginables; los segundos, de todos los males y perversiones. La distinción no radica en un elemento cultural sino de raza: para Sabino hay algo en la sangre que lleva a los vascos a ser nobles, valientes y trabajadores (y, como veremos, a odiar el organillo), y a los maquetos a ser inmorales, gorrones, feos, traidores, navajeros y ocasionalmente antropófagos [1]. Como los maquetos llevan la maldad en la sangre son contagiosos: al contacto con el vasco lo contaminan y provocan la degeneración de sus esencias. Y como la sangre, a diferencia de la cultura o la religión, no se puede cambiar, la redención del maqueto es imposible: las únicas medidas posibles ante él serán profilácticas, de aislamiento y/o erradicación.
Este esquema yin-yang de Sabino genera naturalmente una sustancia que lo lubrica: el odio. Si hay una raza impura y malvada que amenaza con su contacto la nuestra (que es maravillosa), es normal que sintamos tanto cariño hacia ella como hacia un germen nocivo. Esta secreción de odio será sistemáticamente potenciada por Sabino. Continúa diciendo en ‘Los invasores’:

«Ese camino del odio al maketismo es mucho más directo y seguro que el que llevan los que se dicen amantes de los Fueros, pero no sienten rencor hacia el invasor.»


A continuación anima a escribir un libro sobre el asunto (propone el título ‘La invasión española en Bizkaya’) y sugiere el siguiente índice:

PARTE PRIMERA: Los maketos
Cap.I: Naturaleza del maketo:
-       Caracteres físicos
-       Caracteres morales
Cap.II:  Clasificación del maketo
Cap.III: Estadística:
-       Conquistas del maketo
-       Frutos del maketo

PARTE SEGUNDA: Los maketófilos

PARTE TERCERA: La reacción
Cap.I. Remedios especiales
Cap.II: Remedio general

Para no aburrir al lector, me limito a poner como ejemplo el índice del capítulo 3. 2 de la parte primera:




Sobre los maketófilos, otra piedra angular de la doctrina de Sabino, nos detendremos más adelante. Sí debemos mencionar este párrafo:

«Así como la estadística es esencial a la primera parte, esta segunda habría de ir acompañada de datos históricos, con los nombres de las personas  y todos los pelos y señales, siendo de advertir que, cuando se sacan a luz los hechos con los nombres de sus autores, no hace falta aplicar a éstos ningún calificativo, porque el lector se encarga de juzgarlos.» [2]

Esta es, pues, la fase de señalamiento, paso previo imprescindible para la ominosa tercera fase en la que se indicarán los ‘remedios’ profilácticos contra el contagio maqueto [3].
Hay que decir que Sabino se muestra especialmente inspirado en este número de ‘Bizkaitarra’, y en otro artículo titulado Nuestros moros’ vuelve a arremeter contra la plaga:

 «Los maketos. Esos son nuestros moros.
Con una diferencia: que los moros odian a los españoles, porque están por éstos en parte dominados; y los maketos, ellos son los que nos esclavizan; y no contentos con esto, pues nos aborrecen a muerte, no han de parar hasta extinguir nuestra raza.

(…)  El maketo: ¡he ahí el enemigo! Y no me refiero a una clase determinada de maketos, sino a todas en general: todos los maketos, aristócratas y plebeyos, burgueses y proletarios, sabios e ignorantes, buenos y malos, todos son enemigos de nuestra Patria, más o menos francos, pero siempre encarnizados.
Y entiéndase que no los aborrecemos porque sí. Si el español se estuviese quedo en su tierra, no tendríamos por qué quererle mal.
Pero es nuestro dominador y nuestro parásito nacional: nos ha sometido y privándonos de la condición a que todo hombre y todo pueblo tiene derecho, la libertad; y nos está carcomiendo el cuerpo y aniquilando el espíritu, y aspira a nuestra muerte. ¿Cómo hemos de quererle bien?»
En junio de 1895, en el número 29 de ‘Bizkaitarra’, Sabino publicará uno de sus artículos más conocidos: ‘¿Qué somos?’. En él se dedicará a hacer una descripción, si no excesivamente científica, sin duda minuciosa sobre las diferencias de carácter entre los vizcaínos y el resto de los españoles. Muchos de sus párrafos son conocidos. Yo recomiendo una lectura en su totalidad.



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[1] ‘Bizkaitarra’, nº 24, marzo de 1895: «También en Europa hay antropófagos. Verdad es que España está unida a Europa sólo por una ocurrencia de la naturaleza. Hace poco participaban los periódicos de Madrid que en la misma villa había sido sorprendida in fraganti una familia o sociedad de antropófagos»  etc.
[2] Del matonismo de Sabino se hablará más adelante.
[3] La lectura de las obras de Sabino genera continuamente una pregunta: ¿qué habría ocurrido si hubiera llegado a ser gobernante todopoderoso de su territorio soñado? No es descabellado pensar que tras la aplicación de los remedios ‘especiales’ y ‘generales’ anunciados podría haberse llegado a decidir un remedio final.

martes, 27 de agosto de 2013

Sabino como automito religioso



La mitomanía bien entendida empieza por uno mismo. La religiosa no es excepción: «Gracias, Señor, porque no soy un hombre vulgar, un tipo del montón: como este publicano, sin ir mas lejos»  (Lucas 18: 12). Sabino Arana fue gran mitómano, predicador machacón de su mito fundacional religioso-político, Euzkadi;  pero sobre todo de su automito, ‘Yo, el creador de Euzkadi’.
A Sabino, la realidad vasca sin Sabino le importaba un comino (dicho sea en prosa rimada). De haberle interesado tanto como presumió, se habría puesto a estudiarla en serio y objetivamente –tanto al menos como trabajó la lengua vasca–, y habría producido algún trabajo o trabajillo histórico o sociológico sobre su país.
Lejos de eso, el autodenominado «historiador filósofo» se agarró a una idea facilona preconcebida y subjetiva, que adobó con cuatro seudoleyendas históricas mal contadas (pues eso es ‘Bizkaia por su independencia’). Porque para su ego más íntimo, la razón de ser y existir lo Vasco era el mito de su redención por Sabino. Vamos por partes.
1.  Mito fundacional
1.1. Origen y Caída
El Paraíso en la Tierra. La Madre Patria Vasca, eterna, endógama y naturalmente justa y sabia, religiosa monoteísta, rural y libre –a imagen y semejanza de su demiurgo creador y redentor–, desde el principio de su protohistoria hasta los días del propio Sabino Arana, que 11 años de edad tenía cuando se abolieron los Fueros vascongados, el 21 de julio de 1876.
Fecha funesta en que, con la connivencia traidora de sus peores hijos, la Patria Vasca se ve sojuzgada por una potencia extranjera, España.
Hasta entonces, la Patria Vasca había sido una Confederacion Libre de Repúblicas autónomas, en lucha esporádica por su independencia, primero contra Roma, luego contra España y Francia.
De esas Siete Repúblicas, a Sabino le importan más las cuatro cispirenaicas, y de éstas su Bizkaya, reducida a provincia española igual a cualquier otra (5 de mayo 1877).
Fue entonces, y no antes ni después, cuando la odiosa y envidiosa nación vecina arrebata a Bizkaya y sus ‘hermanas’ sus Leyes Viejas (los Fueros), que fue como partirle el espinazo de su libertad.
El paso siguiente del enemigo será roer y disolver el sagrado país por dentro, como una gusanera. Infiltrando una invasión foránea ‘maqueta’, que no contenta con pudrirlo con toda clase de vicios de importación –blasfemia, embriaguez, holganza, navajeo, baile agarrao y toda suerte de inmoralidades nunca antes conocidas aquí, o por lo menos siempre mal vistas– atentará contra el santasantórum: el vascuence, contaminado de castellanismos y en galopante recesión; pero sobre todo contra la pureza de la raza, en orgía nefanda de matrimonios mixtos.
1.2. Contramito de Salvación
Aquel niño de 11 años que era Sabino ‘cuando se jodió Euzkadi’ (en préstamo  de Vargas Llosa) vivía en el error familiar de su padre, naviero  náufrago entre dos aguas tan encontradas como el carlismo fuerista o el fuerismo carlista.  El carlismo per se o per accidens, que dirá el hijo, en la jerga escolástica aprendida en los jesuitas. Y no se puede navegar a dos vientos tan contrarios.
Para ser el predestinado salvador de su patria, Sabino debe  pasar por una ‘iluminación’ y ‘conversión’. Esto es lo que expresó en un automito, dentro del gran mito denominado ‘Discurso de la Cena de Larrazábal’ (3 de junio, 1893).
Allí el salvador, el profeta bíblico, al principio se resiste: «Señor, yo no sé hablar, envía a otro».  Los grandes profetas y salvadores siempre empiezan así, con desgana; hasta que le cogen el gusto a la carga y cargo que ellos mismos se imponen.
De haber captado Sabino un atisbo de dignidad y conciencia en su pueblo vasco,
«ni mi opúsculo hubiese jamás aparecido a la luz pública, ni yo me habría entregado con mis cortas fuerzas al estudio de las leyes, la historia y la lengua de Bizkaya, al que (sic) nunca me sentí inclinado por natural afición.»
¿Pero de qué estudio de Leyes habla, ni de qué Historia? Si en el mismo discurso dice que «por la Patria dejó la carrera». Y en cuanto a la Historia, el resultado de sus desvelos a la vista estaba: cuatro cuentecillos, cuatro batallitas de abuelete, contadas por un petimetre no se sabe a quién, si a chiquitos o a grandes. Hoy no las lee nadie, salvo los muy, muy sabinianos, algún especialista, este curioso impertinente, y pare usted de contar.
Pasemos página:
2. El automito
2. 1. Automito de conversión
«Fui yo carlista hasta los 17 años… Pero ya desde que había, a los 15 de mi edad, estudiado Filosofía, distinguía mis ideas y decía que era carlista per accidens…: deseaba que D. Carlos se sentara en el trono español, no como fin, sino como medio de restablecer los Fueros; que fueros llamaba yo en aquella época a nuestras instituciones…
Pero el año 82 (¡bendito día el en que conocí a mi Patria, y eterna gratitud a quien me sacó de las tinieblas extranjeristas!), una mañana en que nos paseábamos en nuestro jardín mi hermano Luis y yo, entablamos una discusión política…” [1]
Como en un diálogo de Platón, en el locus amoenus, el pequeño jardín de casa –Domingo de Pascua por más señas, puntualizarán los sabinomitólogos; 9 de abril aquel año– Luis Arana en plan Sócrates se supone que va pulverizando las razones de su hermano más joven.
«Mi hermano era ya bizkaino nacionalista; yo defendía mi carlismo per accidens. Finalmente… tantas pruebas históricas y políticas  me presentó él para convencerme de que Bizkaya no era España…, que mi mente, comprendiendo que mi hermano conocía más que yo la historia, y que no era capaz de engañarme, entró en la fase de la duda, y concluí prometiéndole estudiar con ánimo sereno la historia de Bizkaya, y adherirme sinceramente a la verdad.»
De tales estudios serenos sólo cabe juzgar por el resultado: mitomanía pura. «Tantas pruebas  históricas y políticas» se encierran en un argumento de autoridad: «porque lo digo yo». El maestro Sabino ha visto la luz. Ahora se trata de hacer que la vean también todos los vascos bajo su magisterio de gurú. Como en cualquier secta de las llamadas destructivas o de lavado de cerebro.
El mito de conversión sabiniana corrió entre los adeptos y se amplificó, hasta ser mito fundacional del Aberri Eguna (Día de la Patria Vasca), que el partido celebrará cada año por la Pascua, desde 1932, que cayó en 27 de marzo.
Jamás en 11 años se había hecho mención de aquel supuesto diálogo socrático-jesuítico. Jesuítico, pues recordemos, Luis y Sabino estudiaron el bachillerato como internos en el colegio de ‘La Antigua’, en Orduña, regentado por la Compañía de Jesús. Y no menos curioso, el propio Sabino parece tenerlo todo olvidado años después, en la entrevista que concedió  al periodista Ernesto García Ladevese en Pedernales, agosto de 1901 [2].
2. 2. Automito de salvación temporal y eterna
«¡Y aun habrá quienes crean que el nacionalismo euskeriano es una causa puramente humana!»
Sabino, profundamente religioso, se proyecta a sí mismo como un líder religioso. Predicador de la buena nueva, Euskadi. Conductor, como nuevo  Moisés que saca a su pueblo de la esclavitud española y le guía a la patria Euskadi; o como Josué que le introduce en ella, expulsando a todos los maquetos que se habían adueñado de la tierra vasca.
Pero el religioso Sabino es católico, y a esos modelos del Viejo Testamento antepondrá el modelo de Cristo salvador.  Hay artículos políticos con largas  tiradas de prédica religiosa, siempre la misma, como si el demagogo hubiese trocado la tribuna por el púlpito. Valga de ejemplo, ‘Efectos de la invasión’ (Baserritarra, Nº 11, 11 julio 1897), con el ayer célebre, hoy arrumbado final:
«Para el hombre, sólo una cosa hay importante: la salvación de su alma… Si de ella se le aparta y se le priva, ¿qué le queda, si no es la eterna desesperación por no haber llegado al Sumo Bien?…etc., etc., etc…
«La sociedad euskeriana, hermanada y confundida con el pueblo español, que malea las inteligencias y los corazones de sus hijos y mata sus almas, está pues apartada de su fin, está perdiendo a sus hijos, está pecando contra Dios.
«No insultamos al pueblo español, no intentamos ofender a nadie [¡!]: sólo queremos salvar a nuestra Patria… Y si publicamos la degradación del carácter español, es porque el euskeriano vea en su roce con ese pueblo la causa de su rebajamiento moral, y si afirmamos la independencia de nuestra raza, la afirmamos como necesaria e ineludible para evitar el mortal contagio…  Bizkaya dependiente de España no puede dirigirse a Dios, no puede ser católica en la práctica…»
¿Vale la pena seguir? Porque el Bodhisattva ha vuelto a entrar en trance y su molinillo de oración está imparable:
«No es, no, el liberalismo del gobierno y las leyes actuales de la nación dominadora la causa inmediata y principal de la perversión de nuestro pueblo. No, y mil veces no… El carlismo, el integrismo y el moderno regionalismo católico no podrán jamás salvar a Euskeria, porque desde el momento que establecen la íntima unión social del pueblo euskeriano con el español, se oponen a que aquél cumpla su fin, sirvan sus hijos a Dios y salven sus almas… Salvar a nuestros hermanos, proporcionándoles los medios adecuados para alcanzar su último fin: he ahí el único y verdadero del nacionalismo.
«Si en las montañas de Euskeria … ha resonado al fin en estos tiempos de esclavitud el grito de independencia, Sólo por Dios ha resonado»
Las versales son del autor. El cual, fiel a su automito, cierra el artículo identificando su personilla con el mismísimo logos de la Virtud:
«Un hijo del estado euskariano…, un oscuro bizkaino, fue quien dio el grito: cierto. Mas… no preguntéis quién ha dado la voz. Es la voz de la razón y la justicia, y esto  debe bastaros. »
No le demos más vueltas. «Nosotros [los vascos] para Euzkadi, y Euzkadi para Dios»: ese fue el mantra del salvador Sabino, ¡lo que va de ayer a hoy!
2.3. Automito de redención
Como católico, el salvador Sabino sabía que la salvación cristiana fue redención, sacrificio sangriento. De hecho, en el artículo citado de ‘Baserritarra’, no olvida mencionar la Sangre de Jesucristo, en el mismo contexto patriótico en que mencionó su propia sangre, como entrega final para el rescate de su Bizkaya. Esto último fue en el ‘Discurso y Juramento de Larrazábal’. Exactamente, en el ‘doble juramento’. Porque dos fueron los juramentos sabinianos en aquel caserío de ‘Caballuco’:
Juramento 1º:
«Levantando el corazón a Dios, de Bizkaya eterno Señor, ofrecí todo cuanto tengo y soy en apoyo de la restauración patria, y juré (y hoy ratifico mi juramento) trabajar en tal sentido con todas mis débiles fuerzas, arrostrando cuantos obstáculos se me pusieran de frente y disponiéndome, en caso necesario, al sacrificio de todos mis afectos, desde los de familia y de amistad hasta las conveniencias sociales, la hacienda y la misma vida.»
Ya esto era como para cortar el resuello al auditorio. Pero la tensión subió cuando el orador –como quien evoca el escenario de Getsemaní, donde Cristo se ve solo ante el peligro, mientras los suyos dormitan y luego le abandonan–, prevé su posible fracaso por la indolencia de su pueblo, y en tono melodramático (Sabino tuvo reconocidas dotes de actor) pronuncia su
Juramento 2º:
Si tal sucediere, entonces
“abandonaré mi Patria. Pero, tenedlo bien entendido, hijos de Bizkaya, si tan triste suceso llegara, juro, al dejar el suelo patrio, dejaros también un recuerdo que jamás se borre de la memoria de los hombres”.
¿Qué escarmiento tramaba Sabino infligir a su pueblo, si éste le volvía la espalda? Nunca lo desveló. Pero más de uno entonces entendería algo así como Vizcaya sacudida de horror una mañana al descubrir a su héroe balanceándose colgado del Roble de Guernica, o viéndole arrojarse en público por un acantilado, o apurar de un sorbo un vaso chiquitero de cicuta en alguna romería de San Roque, etc.
(El suicidio siempre ha sido una forma de victoria publicitaria, que los políticos de hoy deberían tener más en cuenta.)
Lo del suicidio, y en particular por ahorcamiento, no va de chufla. En los ‘Apuntes íntimos’ de Sabino Arana figura éste, senequiano puro:
«Si un pueblo tiene la desgracia de estar en esclavitud, cúlpese a sí mismo.
¿Qué no hay remedio?  La muerte libre es el término de la libertad que no puede existir. Después de muertos, ¿qué hombre puede esclavizarnos?»
«Ese hombre que pide la paz en la esclavitud, merece encorvar con su peso la rama de un árbol.»
El sacrificio total de Sabino-Redentor es totalmente desinteresado:
«No quiero nada para mí, todo lo quiero para Bizkaya; ahora mismo, y no una sino cien veces, daría mi cuello a la cuchilla sin pretender ni la memoria de mi nombre, si supiese que con ello habría de revivir mi Patria.»
Ese fue el celebradísimo ‘Juramento de Larrazábal’. Un silencio embarazoso de varios minutos siguió al discurso.  Ni un aplauso. Alarma más bien, por el delirio frenético de un hombre tan joven que parecía tan inteligente. La demencia precoz no pocas veces se anuncia por destellos entre brillantes y lúgubres.
También Luis Arana Goiri tuvo su automito, aunque su falta total de imaginación y fervor religioso no lo adornó con frondosidades churriguerescas, como las de Sabino. Quede eso para la próxima.

(Concluirá)
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[1] del ‘Discurso de Larrazabal’.
[2] Cfr. ‘Fragmento de Intervew’, en HNVESD, 1: 101-104. Es la primera transcripción completa del manuscrito sabiniano, publicado antes en la Revista Euzkadi, 1913: 305-308, censurado en parte por su director Luis de Eleizalde, y tal cual reproducido en las Obras Completas (Buenos Aires, 1965).

lunes, 26 de agosto de 2013

Apunte breve sobre juventud y paisaje de Sabino

por Navarth

La familia de D. Santiago de Arana (1867)
Sabino en el regazo de Dª. Pascuala Goiri y Luisito sostenido por el padre
Sabino nace en enero de 1865 en la anteiglesia de Abando, aún no incorporada a Bilbao. Crecerá en un mundo agitado: la industrialización de las vascongadas, la derrota carlista, la abolición de los fueros,  configuran un mundo cambiante y conspiran para diseñar un escabroso paisaje emocional en el joven.
La familia Arana ha gozado de una buena posición en Vizcaya. Tanto el abuelo como el padre de Sabino han sido alcaldes de Abando, y este último mantiene un astillero en sociedad con un primo. Pero los Arana no se adaptan al rápido ritmo de la industrialización, y la familia experimenta un continuo declive. El padre de Sabino es carlista, y la derrota del pretendiente supone un nuevo revés. Dice Juaristi que Sabino guardará el resentimiento derivado de una derrota bélica y de una familia venida a menos, y su furibundo nacionalismo le servirá para canalizarlo: “sólo habiendo perdido un patria que nunca existió le sería posible curarse de sus humillaciones reales” [1].
Sabino estudia bachillerato en los jesuitas de Orduña. Desarrollará una gran admiración por el fundador de la Orden, y la Compañía de Jesús será el modelo de organización sobre el que pretenderá crear su partido [2].
Sabino ha sido carlista, pero caerá del caballo ayudado por su hermano Luis. Todo Saulo lleva un Pablo en su interior, y a partir de ese momento Sabino se consagrará fervorosamente a la nueva Fe:
“Disipáronse en mi inteligencia todas las sombras con que la oscurecía el desconocimiento de mi Patria, y levantando el corazón hacia Dios, de Bizcaya eterno Señor, ofrecí todo cuanto soy y tengo en apoyo de la restauración patria (...) Y el lema Jaungoikua eta Lagizarra iluminó mi mente y absorbió toda mi atención, y Jaungoikua eta Lagizarra se grabó en mi corazón para nunca más borrarse.”

Ferrer Dalmau: Una escena de la I Guerra Carlista
Sabino ha encontrado un papel protagonista para su drama vital: defenderá a la Patria amenazada por sus enemigos, sobre los que de paso podrá descargar su resentimiento. Pero ¿qué patria? ¿Qué enemigos? Más adelante contará: “a los diez años, recuerdo, era ya intenso en  mí el amor patrio: sólo que ignoraba cuál era mi patria”. Ningún problema: Sabino inventará ambos, Patria y enemigos. Para ello se documentará con los folletines disponibles.
A lo largo del s. XIX una serie de autores románticos se están dedicando a dibujar una visión idílica y misteriosa del pueblo vasco. Está por ejemplo el vasco-francés Joseph-Augustin Chaho. En su obra de 1836 Viaje a Navarra durante la insurrección de los vascos (1830-1835) presenta el conflicto carlista, no como una guerra civil, sino de independencia del pueblo vasco. Chaho contribuye a crear un estereotipo vasco ajustado al gusto de la época, en cuyo diseño la costumbre vasca más trivial y la manifestación cultural más anodina pasan a estar cargadas de significados profundos y misteriosos. El público francés, que más tarde adaptará a los españoles a los personajes de Carmen, no tiene la menor dificultad en aprender la existencia de un enigmático pueblo de las montañas venido directamente desde el amanecer de los tiempos, y los propios vascos se esforzarán por ajustar su comportamiento al arquetipo. Chaho culmina su aportación al folclore con la invención del patriarca vasco Aitor, apuntando además al enigmático origen de la raza:
“todos reconocieron la imagen de Aitor, el gran antepasado, el patriarca, el padre de la raza indoatlántida y el primer nacido de los éuskaros”.
Por cierto en la obra de Chao aparecen unos viejos conocidos:
“Para halagaros, vuestros historiadores han escrito que los godos cristianos, refugiados tras Pelayo en Asturias, comenzaron la gloriosa obra de la regeneración española; no hubo tal, ¡oh, castellanos! ¿Sabéis quién quedó en los Pirineos occidentales de aquellos visigodos a quienes vuestros reyes modernos quieren hacer remontar el origen de su realeza? La casta vilipendiada y poco numerosa de los agotes que los aragoneses y asturianos llamaban perros, en patois romance.”

Babel, posible origen de Túbal
(La Torre de Babel, del jesuita A. Kircher, 1679)
Otra obra importante en la formación del mito vasco es Amaya, o los vascos en el siglo VIII, publicada por entregas entre 1875 y 1877 por el escritor Francisco Navarro Villoslada. Amaya continúa la línea de Chaho y presenta a los descendientes de Aitor (que para entonces ya se ha consolidado) viviendo felices e independientes y acudiendo para encabezar la reconquista contra los moros (el argumento es algo confuso, porque en él los verdaderos traidores son finalmente los judíos).
También está el sacerdote Pedro Pablo de Astarloa [5], que en 1803 ha escrito una Apología de la lengua bascongada en la que ha defendido, con total seriedad, que el vascuence era la lengua empleada en el paraíso:
“Se hará ver por la extraordinaria perfección del Bascuence ser la única lengua digna de ser comunicada por Dios al primer hombre.”
Parte Astarloa del hecho de ser el vascuence la lengua más perfecta que existe:
“Nuestra sintaxis es la escuela única a que pueden recurrir las lenguas para perfeccionarse en sus discursos. ¡Qué exactitud de reglas para no errar la colocación de letras en las sílabas, de las sílabas en las voces, y de las voces en los conceptos! ¡Qué economía en estas reglas!
(..) La perfección de nuestro idioma, demostrada con la mayor claridad en esta Apología, es superior a la de los idiomas más decantados. Ni la Hebrea, ni la Griega, ni la Arabe ni otra alguna lengua puede competir con el Bascuence en perfección, y de esta verdad se infiere que nuestro idioma fue formado por una nación superior en cultura a la Hebrea, a la Griega, a la Romana, a la Arabe y otras con cuyas lenguas lo hemos comparado.”
Ahora bien, el propio Astarloa reconoce que no son fácilmente reconocibles los testimonios de esa cultura vasca superior a la griega o la romana, por lo que, concluye, necesariamente el vascuence ha debido formarse mucho antes:
“Ninguna historia nos presenta la nación bascongada como superior en cultura a éstas, con que es forzoso confesar que esta nación bascongada, a quien debemos suponer sabia y culta según se ha indicado, lo fue en unos tiempos a que no puede llegar la memoria de las historias, y que por consiguiente formó su lengua en unas épocas remotísimas.”
Esto nos sitúa, cuando menos, en la Torre de Babel, desde donde vino Tubal para poblar las vascongadas. Este concepto no es extraño al público. Ya en 1756 el jesuita Manuel Larramendi ha escrito la Corografía o descripción general de la muy noble y leal Provincia de Guipúzcoa donde dice:
“La nación de los vascongados, y particularmente la de Guipúzcoa, ha tenido el ser mirada y atendida de Dios con especial cuidado entre todas las de España, y pudiera decir del mundo todo (..) Sabe, en fin, que viene, en derechura y sin cortaduras, de la familia y de los hijos de Tubal que poblaron a España: cuya sangre nobilísima y limpísima ha mantenido en tantos siglos.”
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¿Y qué hay de los fueros? Vizcaya y Guipúzcoa han gozado hasta ese momento de una situación privilegiada que, entre otras cosas, ha permitido a sus habitantes eludir el servicio militar y el pago de impuestos. En 1839 se promulga la Ley de Confirmación de Fueros:
Artículo 1º.- Se confirman los Fueros de las provincias Vascongadas y de Navarra sin perjuicio de la unidad constitucional de la monarquía.
En 1876 el gobierno de Cánovas acaba con los privilegios forales más conspicuos (la exención fiscal y del servicio militar) e inaugura un régimen de conciertos que favorecen el crecimiento económico vasco. En realidad, ante la evidencia de éste, la preocupación por la desaparición de los fueros no es mayoritaria. Sin embargo para los nacionalistas acabarán siendo una pieza clave de su mitología, en la que pasarán de ser un privilegio concedido por el monarca a la expresión de la soberanía originaria del pueblo vasco en tiempos remotos. Soberanía que puede legítimamente recobrar en cualquier momento.
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Portada del ‘Bizkaitarra’ (22-04-1894)
En 1883 Sabino se traslada con su familia a Barcelona, y estudia Derecho y Filosofía y Letras. No queriendo abarcar mucho se matricula en sólo unas cuantas asignaturas, que no aprueba. En 1888 regresa a Vizcaya, Ya ha comenzado a estudiar el vascuence, y ese año se presenta a una cátedra en el Instituto de Bilbao compitiendo, entre otros con Miguel de Unamuno y Resurrección María de Azcue, que finalmente será el ganador (con Unamuno de finalista y Sabino sin conseguir obtener un solo voto). Escribe algunos artículos y en 1892 publica su primera obra de calado, Bizcaya por su independencia, en la que cuenta nada menos que cuatro batallas, “las cuatro glorias patrias”: Padura/Arrigorriaga, Gordejuela, Ochandiano y Munguía. A pesar de tratarse de un relato sin restricciones, en el que el autor no se siente obligado a separar la batalla de la batallita y la historia de la historieta, el resultado es bastante repetitivo [6].

En 1893, tras la publicación de su libro, es invitado a emitir un discurso en el caserío de Larrazábal, en Begoña. En un tono grandilocuente habla de sí mismo, de su libro, critica a todos los partidos existentes hasta el momento, enuncia su proyecto nacionalista, y se presenta como mártir de la futura Causa. Entre los asistentes está el naviero Ramón de la Sota que, como el resto del auditorio, no muestra un gran interés por el asunto. Ese mismo año Sabino lanza el periódico Bizkaitarra, que publicará 32 números hasta su prohibición en 1895.

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[1] Jon Juaristi, El bucle melancólico. Este libro, y el que se menciona en la siguiente nota, son imprescindibles para entender la figura de Sabino Arana.
[2] Antonio Elorza, Tras las huellas de Sabino Arana.
[3] Con el tiempo los nacionalistas acabarán incluyendo a Zumalacárregui (Zumala-Careguy según Chaho) en el panteón de los precursores de la Causa, como si al recibir la herida mortal se encontrara sitiando Madrid, en lugar de Bilbao.
[4] La obra de Chaho continúa protagonizando episodios pintorescos en la actualidad. Sin duda atendiendo a una perentoria demanda social, en 2007 el alcalde de Biarritz subvencionó la traducción de Aitor. Leyenda cántabra de Chaho al armenio. Y en 2010 el armenio Vahan Sarkisian, profesor de la universidad de Ereván (Armenia), miembro de honor de la Real Academia de la Lengua Vasca, y autor de libros imprescindibles como El enigma del origen de los vascos y la meseta de Armenia (el problema de las relaciones armenio-vascas en las fuentes vascológicas y armenológicas) (2000), consiguió que la Diputación Foral de Vizcaya subvencionara a su vez la traducción de Aitor. Leyenda cantabra al euskera (tres años más tarde que al armenio). Pueden ver la edición aquí: http://hal.archives-ouvertes.fr/docs/00/79/65/08/PDF/aitor_cantabre_seconde_A_dition.pdf
[5] Dedico tanta atención a Astarloa porque Sabino le dedicará un encendido poema en el que lo calificará como ‘guía’ y ‘estrella polar’, y valorará su aportación histórica en la que brilla ‘el sol del euskera’.
[6] El argumento recuerda un poco a las películas de Jackie Chan (o de Jean Claude Van Damme) en las que el protagonista debe pasar toda la película aguantando las inverosímiles provocaciones de un malo antes de poder descargar virtuosamente los puños sobre él, que es lo que todos deseaban desde el comienzo. De modo similar, da la sensación de que Sabino quiere desde el principio ver manchadas de sangre extranjera las piedras de Padura, y a continuación configura el relato para que este sea el desenlace virtuoso.