No acabo de acostumbrarme al cambio de fecha. Santo Tomás de Aquino siempre fue un día escolarmente gozoso, el 7 de marzo. Todavía lo era siendo yo estudiante mayorcito en la Complutense.
Incluso vivo para contar un pequeño milagro del Santo –una gracia suya, más bien–, un 7 de marzo. Aprovechando el festivo académico, varios amigos habíamos quedado para comer en Salamanca. El día salió anticiclónico, espléndido, aunque algo frío. Así que, bien forrado con un peto y espaldar de periódicos bajo el cuero (entonces no había tanto arreo térmico), caballero en mi ‘Bultaco’ me puse en carretera.
Ya por Villacastín se hacía patente que la temperatura, digamos, ‘exterior’ estaba bastante por debajo de cero. La prueba definitiva fue en Ávila, donde hago un alto delante de un café y oigo a dos ancianas comentando la helada. «Si los viejos del lugar hablan de ello, es que es de órdago», me dije.
Y lo era. Queriendo despegarme de la montura, no me fue posible. La máquina y yo éramos como de una pieza. Sólo con ayuda ajena volví a ser peatón y pude reconfortarme con caldo caliente al jerez. Gracias sean dadas a Santo Tomás por haberme librado de la muerte dulce.
Desde 1969, Santo Tomás de Aquino se celebra el 28 de enero, día en que sus restos mortales fueron trasladados desde la Abadía de Fossanova, donde murió el 7 de marzo de 1274, a la iglesia de los ‘jacobinos’ (dominicos) de Tolosa en 1369. Y cada año me pilla de sorpresa.
Hoy este devoto dedica la jornada a divulgar una de las tesis más curiosas del ‘Doctor Santo’, como le llamaron sus cofrades dominicos, mucho antes de una canonización que se tomó su tiempo, cincuenta años (Juan XXII, 1323), en una de las épocas más conflictivas y corruptas de la Historia Eclesiástica.
El enunciado de la tesis podría ser éste: ‘Los humanos
clónicos no heredan la culpa de Adán, vienen al mundo sin pecado original y así
no necesitan bautismo que se lo quite.’ (Razón de más para prohibir la clonación
humana, añadirán algunos por su cuenta.)
Un ‘banquete aristotélico’
El 29 de octubre de 2010 la Universidad del País Vasco invistió como doctor suyo ‘honoris causa’ al biólogo Francisco J. Ayala. Fue su padrino en el acto el Prof. Félix Goñi Urcelay, buen amigo, a quien el año pasado dediqué una entrada, ‘Al Rey de losIngleses’.
Al acto académico siguió el ‘Prandium Aristotelis’, como llamaban en las academias de la Edad Media y Renacimiento al banquete de grados, porque entre plato y plato, entre pote y pote, los maestros se lucían ante los nuevos doctores con algún debate, en serio o mejor en broma. Era ocasión jocosa para el amusement, las paradojas, los tópicos y el torneo de las palabras [1]
La sorpresa para mí fue recibir días antes una invitación nominal a la investidura y (lo más insólito) también a la comida. No podía yo adivinar que, para colmo, mi lugar a la mesa estaba fijado a la diestra del Dr. Ayala, una eminencia biológica de ámbito mundial.
Muy simple, todo fue humorada del amigo común y padre de la iniciativa, el Dr. Goñi. Se trataba de comentar con Ayala –que de joven militó en la orden de los dominicos– una idea de Santo Tomás de Aquino en relación con un aspecto tan palpitante de la Biología como es la clonación humana. Unos textos que yo había encontrado intrigantes, porque planteando un caso puramente teórico, irrealizable en el siglo XIII, hoy en día está como quien dice al alcance de la mano, con la tecnología de las ‘células madre’. Un caso nada baladí, por juntar Biología y Teología, todo en relación con la herencia del Pecado Original y la necesidad de bautismo para la generalidad de los humanos.
Pecado de transmisión sexual
Todo parte de un supuesto dogmático. La culpa de Adán comiendo la fruta prohibida trajo cola para toda su descendencia, que por el hecho de venir al mundo por generación sexual hereda algo de aquella culpa. En eso consiste el ‘pecado de origen’, y una de las funciones del bautismo es borrar ese pecado, inevitable como herencia de transmisión sexual. San Agustín en ese punto fue tajante.
Este supuesto implicaba un corolario: si algún humano naciese, no de contacto sexual, sino por generación sin sexo, ¿heredaría ese pecado original? ¿habría que bautizarle? Tomás, como buen agustiniano, se pronuncia por el no. Y lo hace tan tranquilo; porque a ver cómo se hace un ser humano sin pasar por ventanilla.
Mi primer encuentro con esa especulación lo tuve manejando su ensayo sobre El Mal [2]. El mismo razonamiento se resume más tarde en la Suma Teológica [3].
La idea de generación que se maneja es la de Aristóteles en versión escolástica. Juegan en particular los conceptos de generación/corrupción. «No puede haber generación sin corrupción». Claro que, en la generación biológica, «el intento directo y principal [de la naturaleza] no la corrupción, sino la generación exclusivamente». [4]
Vamos ahora con el pecado original:
El citado ensayo sobre El Mal se pregunta, ‘Si los que nacen de Adán sólo materialmente contraen pecado original’. Y como era norma metódica, se empieza por las razones en contra: videtur quod sic, ‘parece que sí’, o sea, que no [5]
«La carne del hombre pecador está infectada de pecado in actu (de hecho), mientras que el semen sólo in virtute (virtualmente), pues al carecer de ánima racional no es susceptible de infección de pecado. Por tanto, el hombre que milagrosamente se formase de la carne de alguien que tiene el pecado original, por ejemplo, a partir de una costilla, o del pie o la mano, contrae más la mancha del pecado original, que si ese mismo hombre se generase a partir de semen.»
Con esto ya vamos enterados de que va a ser justo lo contrario: el ser humano que se formase a partir de carne de otro individuo, digamos, de una costilla, pierna, mano, dedo etc. de otra persona, hereda de ella la plenitud de la naturaleza humana… pero sin el pecado original. Para esto último es condición necesaria que el hombre se forme a partir de semen masculino.
Siguen más razones, hasta seis, que parecen apoyar la teoría falsa.
Cerrado el trámite, el autor pasa a la contraofensiva:
«Pero en contrario obra lo que dice san Agustín, que Cristo no pecó en Adán, ni pago diezmo en el físico de Abrahán, pues no estuvo allí presente según la razón seminal, sino sólo según la sustancia corpulenta.» [6]
Esta es la clave de bóveda del argumento: generación por razón seminal frente a generación por sustancia corpulenta. En terminología biológica, yo traduzco: generación por línea germinal, frente a generación por línea corporal o somática; o lo que viene a ser lo mismo, reproducción sexual y asexual. Bien entendido que ‘sexual’ no implica juego de sexos; la partenogénesis es también una forma de generación sexual.
N.B.: Cosa muy distinta es cómo entiende Tomás esa diferencia. Como va a
decir ahora mismo, sólo la vía germinal es ‘activa’ (con ‘acción’ a partir del
primer padre, transmitida por los otros progenitores, siquiera los masculinos),
mientras que lo propio del soma (de origen primariamente femenino) es la
inercia o pasividad. Al Angélico le parece que esa inercia sólo es capaz de
prolongarse en sí misma, transmitiendo al nuevo ser la mera naturaleza humana,
íntegra (eso sí), pero sin elementos añadidos, como es el pecado de
origen. Esta es mi lectura. Pero mejor seguir leyendo:
Respuesta. Distingamos ambos principios complementarios para la acción generativa: uno activo (masculino) y el otro pasivo, inerte (femenino).
«El pecado original se deriva del primer ancestro a la posteridad, en cuanto que la posteridad viene movida por el primer ancestro, por su origen. En cambio, lo propio de la materia no es mover, sino ser movida.
Si un hombre se formase de nuevo a partir de tierra, no contraería el pecado original. Pues bien, tanto da que sea de tierra, como que proceda de Adán sólo materialmente. Porque en cuanto a la condición humana, no importa de qué materia se forme, sino por qué agente se forme; ya que del agente recibe la forma y disposiciones; mientras que la materia no retiene la anterior forma o disposición, sino que adquiere otra nueva, por generación.»
El mismo argumento en la Suma Teológica, algo más explícito y más crudo:
«El pecado original se transmite del primer padre a los descendientes, en cuanto que son por él movidos por generación, como los miembros son movidos por el alma al pecado actual. No hay moción hacia la generación sino por la fuerza activa en la misma generación. De ahí que sólo contraen pecado original los que descienden de Adán por la fuerza activa. »
El clon inmune
Hemos llegado, creo, al nudo del problema, y también al error (o sofisma) que santo Tomás comparte. Un prejuicio machista lo enreda todo. Sin macho (‘agente’, principio activo) no hay ‘acción’ (transmisión hereditaria natural, para el caso), y sin ella, aunque haya generación, tal generación es diferente, es ‘otra cosa’.
Transportando la música a clave de hoy, diríamos (desafinando) que sin fecundación masculina no hay herencia genética propiamente dicha. Lo cual es biológicamente falso. Tomás no habla aquí mismo de partenogénesis, pero si lo hiciera daría igual, porque ya ha dicho que la mujer sólo aporta materia pasiva. De hecho, al final del artículo hablará de partenogénesis (sin nombrarla así, en griego): en la concepción virginal de Jesucristo por María. Aquí faltó el principio activo humano, función seminal mimetizada y suplida por el Espíritu Santo.
«Si por milagro se formase… no contraería el pecado original» Conclusión tan tajante, ¿no era algo temeraria? Para Tomás, como para el adversario, no lo era. Él y ellos insisten: «si por milagro». Milagro divino, se entiende; y Dios no malgasta milagros contra sus propios decretos.
Sólo por milagro podría ese pedacito de carne humana (por el trámite de la corrupción/generación) desarrollarse en ser humano Un milagro, a los efectos, casi tan grande como humanizar un muñeco de barro. Yo diría incluso que Tomás ni siquiera piensa en una generación necesariamente unívoca: materia humana generando organismo humano. Los antiguos también hablaban de generación equívoca, donde al fallar la fuerza dirigida y directora del semen, podría resultar cualquier cosa, viva o inerte, incluso un monstruo.
A pesar de todo, Tomás cree en la potencialidad humana completa del soma y cada una de sus partes (o eso me figuro yo), pues el milagro de humanizar un pedazo de carne no implicaría crear nada nuevo, sólo extraer toda la potencialidad inherente a esa carne. Digamos (si lo entiendo) que Dios, con el hipotético milagro, suple la vis activa propia del macho. Es como la acción del Espíritu Santo haciendo que la Virgen conciba.
Tal error y desconocimiento de la integridad genética del soma es comprensible, pues ni siquiera la primera teoría celular lo superó. Tomás de Aquino nada sabía de células, incluidas las totipotentes ‘células madre’. Lo que entonces requería un milagro, hoy está al alcance de la mano, cuestión de técnica.
La vinculación del pecado original al sexo, hasta convertir dicho ‘pecado’ casi en enfermedad venérea de transmisión sexual, no sé si tiene mucho que ver con las preocupaciones del filósofo Estagirita y su Peripato. Tal vez santo Tomás abusa de su Aristóteles poniéndole al servicio del pesimismo agustiniano y de la noción de concupiscencia o apetito sexual, la ‘yesca del pecado’ (fomes peccati). Una seudofilosofía ancilar, al servicio de dogmas no filosóficos.
Ha llegado, pues, la hora de que el alumno se aprenda de carrerilla las respuesta correctas a las objeciones:
«A lo primero, decir que si algún hombre se formase de un dedo o carne de otro hombre, eso no podría ser sino por corrupción degenerativa de dicha carne, porque la generación de lo uno es corrupción de lo otro. Por ende, la infección [pecaminosa] que antes hubo en dicha carne no aguantaría el proceso ni quedaría allí para infectar a la nueva alma.
[…]
A lo tercero, decir que el pecado original no pertenece a la naturaleza humana absolutamente, sino en cuanto que deriva de Adán por vía seminal, como queda dicho.
A lo cuarto, decir que de haber pecado sólo Eva, y no Adán, los descendientes de ambos no contraería pecado de origen, porque este se contrae por el principio motor generativo humano, el cual radica en el semen, según el Filósofo... [Vuelta con Aristóteles metido a teólogo cristiano...]
A lo quinto, decir que…
En conclusión
Pues eso, a lo quinto, decir que aquí lo dejamos, porque el compromiso de hoy queda zanjado. (Además, si no publico ya la entrada, me paso de fecha.)
Pues eso, a lo quinto, decir que aquí lo dejamos, porque el compromiso de hoy queda zanjado. (Además, si no publico ya la entrada, me paso de fecha.)
Un reflexión final. Gran fallo de la Teología escolástica –o la Teología, a secas– fue empeñarse en materializar conceptos religiosos, mientras se prescindía de la observación y experimento del mundo material. De ahí callejones sin salida, como la transubstanciación o mutación eucarística, la cosmografía del más allá, la virginidad de María y su concepción inmaculada, o la transmisión física de una culpa de origen.
De hecho, prácticamente todos los escolásticos ‘científicos’ fueron sospechoso de alguna heterodoxia. Los demás se conformaron con un tipo de argumentación más propia de juristas y picapleitos que de científicos. El objetivo de la disputa era quitar la razón al contrincante. La lealtad a la respectiva ‘escuela’ y la rivalidad entre ellas, que era rivalidad entre órdenes religiosas, bien valía la esgrima.
Se dice que el mismo Santo Tomás, al final de sus días, desautorizó lo mucho que había escrito: «todo me parece paja», le dijo a su secretario fray Reginaldo. Este buen fraile lo entendió como que el maestro había tenido alguna iluminación sublime, una revelación de la Verdad absoluta. Recordemos sin embargo que ‘paja’ (palea), en la jerga jurídica, era la morralla argumental metida para hacer bulto en el Derecho Canónico, concretamente en el Decreto de Graciano. Yo creo que con lo de la ‘paja’ Santo Tomás se refería a ese vicio tan escolástico de quedarse en la ‘verdad jurídica’, a golpe de ‘autoridades’, sin una base de investigación objetiva del mundo real.
Así que había estado departiendo con alguien que sabía infinitamente más que yo, no sólo por supuesto de clonación y de Biología, sino también de Tomás de Aquino. Con doble motivo, pues, doy de nuevo gracias al Santo bendito, mi protector, que apiadado de mí (a pesar de nuestras discrepancias), no me dejó desbarrar más de lo normal en presencia de un sabio de cuerpo entero: científico, filósofo, teólogo, humanista, enólogo, epicúreo y excelente persona, Francisco José Ayala.
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Al mes justo de aquel encuentro y conversación con Ayala recibí este correo suyo:
Querido Jesús:
Muchas gracias por el escrito, que me llegó a través de Félix Goñi, y he leído con interés y cierto ‘amusement’.
El texto de Santo Tomás me ha recordado que yo publiqué en 1960 el volumen XIV (xx+963 páginas) de la edición bilingüe de la Summa Theologiae de la BAC.
Yo hice la traducción, y M. Cuervo, O.P., las introducciones y comentarios.
[…]
Un abrazo,
Francisco.
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[1] Cfr. Cartas de Desconocidos, 1, 1 ('El banquete de Aristóteles'). J. Moya (ed.), Univ. de Málaga, 2008, págs. 89-91 y 273-276.
[2] En las Cuestiones disputadas.
[3] I-II, cuest. 81, art. 4. También hay referencias en los Comentarios al libro II de las Sentencias.
[4] El Mal, cuest. 1, art. 3 (‘Si lo bueno es causa de lo malo’).
[5] Ibíd., art. 7.(‘El pecado original’).
[6] El Génesis a la letra, 10, 20, n. 35 (PL 34: 424) Con rara intuición, San Agustín suena moderno cuando compara la reproducción por vía seminal a una ‘transcripción genética’, que comprendería tanto las excelencias como los defectos, la concupiscencia o ‘ley de los miembros’, contraria a la ‘ley de la razón’: «Vulnus prevaricationis in lege membrorum repugnante legi mentis, quae per omnem inde propagatam carnem seminali ratione quasi transscribitur» (ibíd. cap. 20 al final).