domingo, 28 de octubre de 2012

Nobel fáustico (y 2)



       Cuéntenos usted su vida

Cualquiera de nosotros puede ser autobiógrafo contando la misma historia:

«Señoras y señores, amigos todos:
 Yo empecé mi proyecto individual como célula-huevo.
Aquella célula única, por divisiones sucesivas (mitosis), se hizo primero embrión, luego feto y después adulto.
Se puede discutir si aquella célula primera era yo, si mi embrión era yo, o si mi ‘yo’ vino más tarde. En todo caso, así es como empezó lo mío, por una sola célula, que luego se hizo dos, cuatro, ocho…  Al principio todas semejantes, de pronto empezaron a diferenciarse por grupos.
Mi cuerpo actual consta de una cifra astronómica de células, diferenciadas en un centenar o dos de categorías en mis tejidos, sistemas, órganos.
Aquella célula mía primera era totipotente: su núcleo encerraba, como ADN, la información completa para ir produciendo toda esta compleja sociedad celular que es mi organismo. Y en cada división celular, aquel ADN se fue transmitiendo a todas y cada una de mis nuevas células. ¿Todo a cada una? Esa es otra cuestión.
Mis células embrionarias ya no eran totipotentes, aunque sí multipotentes o pluripotentes: orientadas a producir varias estirpes, o una sola,  de células diferenciadas. En general, cada división es una paso al frente, cada vez más lento y más irreversible, hacia la diferenciación definitiva.
Este cuerpo mío adulto es una sociedad celular en equilibrio. Muchas de mis células ya no se dividen ni prácticamente se reemplazan, como es el caso de mis neuronas. Es lo malo de que se me despueble el cerebro. Otros tejidos míos son reparables, y algunos de mucho desgaste (como mi epidermis, mi epitelio intestinal o mis glóbulos sanguíneos y defensas linfáticas) sostienen su equilibrio reemplazando las células agotadas por otras nuevas, gracias a una ‘reserva celular embrionaria’. Pero cuidado, este nombre es engañoso: no son verdaderas células embrionarias, multipotentes, sino células ‘comprometidas’ en una línea de diferenciación.
Así mi cuerpo se mantiene vivo, como una inmensa república celular poblando el edificio que ella misma construyó y reconstruye. República celular orgánica, donde cada célula, envuelta en su membrana aislante y comunicante selectiva, realiza su propio trabajo, obediente a un equilibrio ponderado entre sus propias instrucciones nucleares y las que recibe de otras células a través de las respectivas membranas.
Un día moriré, lo más probable de accidente, como casi todo el mundo: anarquía celular (cáncer), necrosis, infección, intoxicación, traumatismo… Accidentes mortales. Aunque tal vez no sea ese mi caso, y pueda entrar yo en la selecta minoría de los privilegiados biológicos que fallecen de muerte natural: muerte por puro desgaste y agotamiento de reserva embrionaria. Lo que se dice vulgarmente, ‘morirse de viejo’.
Lo que pueda ser entonces de mi cuerpo, la eventualidad de que una célula mía, un núcleo siquiera, se conserve intacto para poder ‘resucitarme’ por vía de implante nuclear y clonación, es algo que por muy ‘mío’ que sea, a mí ya no me concierne. Porque lo que resulte de esa hipotética  maniobra –mi clon– será  ‘él’, no seré yo.
Podría seguir contándoles a ustedes muchas incidencias y experiencias de mi vida. Pero no vale la pena, es todo anecdótico, intrascendente. Lo de verdad importante es lo dicho.
Muchas gracias por su atención.»

Esta bio-biografía humana viene a ser válida en lo esencial también para todos los animales. La clave del proceso es siempre la misma: diferenciación celular. Diferenciación que no se refiere sólo al tamaño y forma de las células, sino a sus contenidos, como son las proteínas propias de cada tipo celular: miosina en las células musculares, hemoglobina en los glóbulos rojos de la sangre, colágeno en los fibroblastos del tejido conjuntivo, etc. 
Pero hay más: el aspecto del núcleo. La correlación entre ambos fenómenos, diferenciación y división o mitosis, hizo fijarse en los núcleos de las células ‘en reposo’, mientras no se dividen. En reposo –mejor dicho, interfase–, las células adultas de uno u otro tipo se distinguen también por el aspecto de la cromatina nuclear donde se concentra el ADN. Digamos que a un juego de proteínas en el citoplasma le corresponde un estado particular del ADN, según cada tipo de célula.
Todo esto cobró sentido cuando se supo la relación entre ácidos nucleicos y proteínas, entre segmentos de ADN codificante (genes) y cadenas de polipéptidos codificadas (proteínas). Sin embargo, ya desde mucho antes, esos cambios observados en las células y en sus núcleos, según el tipo de diferenciación celular, hicieron inevitable la doble pregunta: 
¿Qué ocurre si a una célula se le cambia el núcleo?
¿Qué ocurre si a un huevo apto para dividirse se le cambia el núcleo por el de una célula más vieja, una célula diferenciada de la misma especie?

No tan sencillo
La primera idea data de 1938. El embriólogo alemán Hans Speman (1869-1941, Nobel 1935), trabajando con anfibios,  diseñó su ‘experimento fantástico’ , con un protoco en dos pasos:
1) Tomar una célula huevo y desnuclearla [1].
2) Elegir como donante una célula más vieja y diferenciada, extraerle el núcleo e introducirlo en dicho huevo
‘Experimento fantástico’, en sentido doble: porque de momento era fantasía, y porque de realizarse abría la puerta a una revolución biológica fantástica basada en la clonación. Para encontrar otra revolución equivalente en importancia hay que remontarse unos 100 siglos en la Historia, hasta la ‘revolución agrícola-ganadera’ del neolítico, nada menos. 
Clonar es reproducir entes biológicos genéticamente idénticos. Se puede clonar moléculas (ADN o segmentos del mismo, genes), células en cultivo, tejidos, organismos. Lo  más difícil técnicamente es clonar animales adultos, porque supone repetir un desarrollo embrionario complejísimo. En los mamíferos, además, se añade la pequeñez y carestía de óvulos, y la necesidad de un vientre ‘de prestado’ para el desarrollo del embrión. 
Especular es gratis, pero no sirve gran cosa sin el experimento. Ante todo, plantearlo bien y elegir el material adecuado. Los huevos de anfibio son bastante grandes y se habían mostrado muy sufridos. Esta clase de vertebrados, nada numerosa por cierto y en vías de extinción, posee cualidades de alto interés biológico. Gracias a ello, este desdichado grupo es uno de los que con obligada generosidad se han puesto al servicio de la ciencia.
El primer paso del protocolo ideal se resolvió pronto (1939). El segundo se hizo esperar. Hoy en día, cuando la fecundación in vitro es  como coser y cantar, hay que hacerse idea de de la situación cuando no existían instrumentos de manipulación al microscopio.
Mediado el siglo pasado, la colaboración de dos biólogos americanos, perfectos desconocidos, dio fruto en 1952, cuando Robert Briggs y Thomas King publicaron sus primeros resultados con el anfibio americano Rana pipiens. Al efecto, desarrollaron microtécnicas, como las micropipetas que vemos en acción. Mientras una sujeta el óvulo haciendo el vacío, otra le sorbe el núcleo propio o le implanta el ajeno.
El huevo fecundado de rana resultaba intratable para dejarse pinchar. Hubo que utilizar ovocitos maduros. Por otra parte, con aquella técnica rudimentaria pocas células interesantes se prestaban a ceder su núcleo en buen estado. Como corría prisa, por razones prácticas se conformaron con usar como donantes células del embrión de la rana en una fase todavía joven, la blástula.

En dos años agotadores, sólo un 40 % de los óvulos manipulados se desarrollaron como renacuajos. Aun así, aquel resultado se saludó como un gran éxito, al demostrar que los núcleos de la blástula ‘habían dado marcha atrás’, recobrando la totipotencia del óvulo o el huevo [2].
Todo un éxito, que paradójicamente redundó en fracaso para ellos. ¿Qué se probaba realmente? Las células donantes eran todavía muy juveniles, apenas diferenciadas. ¿Funcionarían igual los núcleos de células maduras? Al ensayar con células de distintas edades hallaron que, cuanto más viejas, más difícilmente producían clones (1958). «La culpa no es nuestra, es de las células», vinieron a decir. Y era verdad. Pero lo malo fue su interpretación banal, conformista con la opinión dominante: a cada mitosis, el potencial genético se reduce de forma irreversible hasta anularse en las células diferenciadas. La diferenciación implicaría pérdida, al menos funcional, de material genético.

El experimento de J. B. Gurdon
Por entonces (1956-1960) realizaba su investigación doctoral en la misma línea el inglés John B. Gurdon, trabajando con otro anfibio, el sudafricano Xenopus laevis. La microtécnica era prácticamente copiada, con dos avances notables:
1) Aprovechando que en Xenopus el núcleo del ovocito se ve bien, aniquilarlo con un fino rayo ultravioleta, sin traumatizar tanto la célula.
2) Elegir como donante un mutante con sus núcleos celulares marcados, para asegurar el origen de los núcleos y ADN implantado.  
3) Tercero y principal, las células donantes de núcleo no eran embrionarias, sino diferenciadas adultas.
He aquí el esquema experimental:

Los resultados y su interpretación por Gurdon (Nature, 1958) no cuadraron con los de la famosa rana americana. Contradecir a todo un ‘Briggs &  King’ era un desafío y un riesgo para el británico, en brete de su doctorado. Por ello, antes de entrar en lo científico, conviene ponernos un poco en situación:
Si en el mundillo científico se tolerase en lo más mínimo el chismorreo, cabría razonar que el tal Mr. Gurdon no pasaba (ni pasa) de ser un mero aristócrata inglés  de familia venida a menos, aunque con ejecutorias y papeles de estirpe enmohecidos desde el siglo XII, y educado en Eton. Él mismo lo ha reconocido en público quitándose importancia.
Bob Briggs (1911-1983), en cambio, era un auténtico self-made man americano, que desde muy joven mientras estudiaba se ganó la vida trabajando en un fábrica de calzado y tocando en un conjunto de baile, hasta que decidió (1934) convertir su interés por la vida animal en una carrera. Una gran carrera, por cierto.
En cuanto a Thomas J. King (1921-2000), ‘el rey de las micropipetas’, que ya se había revelado como buen administrativo en los servicios médicos del Ejército, en el laboratorio se manifestó como un ‘manitas’,  estirando a la llama del mechero tubitos de vidrio para hacer las agujas más finas de toda la historia experimental.
Pasemos ya de comidilla. ¿Cómo acogió el tanden B&K la primera salida del caballero andante Gurdon? Leídas distintas versiones, mi impresión es de reticencia desdeñosa, encubriendo frustración ante el intruso que no sólo les invade, sino que les derrota en su propio terreno. Porque, vamos a ver: los supuestamente viejos núcleos del sapo, o rana, o lo que sea el bicho africano, ¿lo eran de verdad? ¿eran núcleos de células totalmente diferenciadas? Porque –nos lo recordaba arriba al principio el ‘autobiógrafo’ en su homilía– en tejidos adultos tan de usar y tirar como lo es el epitelio del intestino hay que contar siempre con la reserva embrionaria específica: células que no están del todo diferenciadas en sentido estricto. Y ésas serían las que dan resultado, no las otras.
Gurdon tuvo el mérito de juntar una elegancia experimental clásica con una idea muy clara del experimentum crucis: el ‘experimento crucial’, en expresión de Robert Boyle inspirada en Francis Bacon [3].
A Gurdon tampoco le interesaba clonar, sino entender la diferenciación celular. Desde el principio tuvo claro que el núcleo diferenciado es totipotente y conserva la memoria genética completa, ya que bajo influencia de su nuevo ambiente –la célula femenina desmemoriada– es capaz de dirigir la construcción de un clon orgánico completo.
Frente a las objeciones y reservas –quién sabe si hasta sospechas de fraude, Gurdon apura el experimento. En 1962, con núcleos marcados, obtuvo renacuajos capaces de alimentarse y digerir. El marcador se apreciaba también en células no intestinales. Sólo un 7 % de núcleos funcionaron. Pero funcionaron, era lo importante. En 1966 llegó a obtener adultos fecundos. Muy pocos, pero algunos, y eso hacía su experimento crucial. (En rigor, un solo sapo habría sido suficiente, pero el método científico exige que todo experimento sea repetible, y no la flauta del pollino).  
Seguía en pie la duda (o escrúpulo) sobre el carácter ‘embrionario’ de células en el epitelio intestinal. Gurdon demostró que da lo mismo si los núcleos se toman de la epidermis del animal adulto. Una vez más, reprogramación:

1. En el desarrollo y diferenciación celular no hay pérdida selectiva de genes. La totipotencia está latente, si somos capaces de despertarla.
2. El núcleo transferido reprograma la actividad de sus genes en función  de mensajes recibidos del citoplasma que lo rodea.
3. A cada nueva división de la célula diferenciable, nueva reprogramación que ocurre al final de la mitosis, cuando los cromosomas duplicados se resuelven en grumos de cromatina diferenciada dentro de la nueva envoltura nuclear.




Lo fáustico que viene
Los trabajos sensacionales de Gurdon llamaron apenas la atención, fuera de la comunidad científica especializada y bastante confusa. A los estudiantes de mi promoción nos hablaron de Speman, y no recuerdo bien si algo de B&K. El experimento de Gurdon nunca lo oí mencionar. Me enteré más tarde, hacia 1970, por una pequeña monografía rusa de la editorial Mir. Muy entusiasta, debo decirlo, en aquel mundo utilitario y ansioso por dejarse de sapos y salamandras para ir a lo práctico: la clonación y transgenia de mamíferos y humanos [4].
Luego vino la oveja Dolly (1997), el gatito CopyCat (2001), incluso pretendidas clonaciones humanas y hasta (horrendum nefas!) intentos con células híbridas de hombre y ratón o conejo. Y con todo ello el doble debate, porque a lo científico se añadio un clamoroso debate ético.
En 2002 se clonan ratones usando núcleos de linfocitos adultos, células diferenciadas con marcadores génicos múltiples, que no dejan lugar a dudas. Esto es importante, porque los fracasos de todo tipo son cuestión de fallo técnico, que tarde o temprano pueden tener solución. En esta vía de lo práctico se ha distinguido el colega de Gurdon en el premio Nobel, el japonés Shinya Yamanaka, que ha resuelto con sencillez la clonación masiva para obtener células madre, evitando de paso el sacrificios de embriones humanos.
Pero como dije anteriormente, aquí y ahora no me interesan las clonaciones, sino el clasicismo de Gurdon frente a los menos afortunados Briggs y King.  Razón de más para destacar la elegancia de este gran señor para con sus rivales americanos ya desaparecidos: «Ellos fueron los primeros en plantearse la solución del gran problema». Una de las virtudes del nuevo Nobel, se dice, es la generosidad.

Cumplido el compromiso de presentar el experimento de Gurdon, queda justifica su carácter ‘fáustico’, en esta aventura de la clonación transgénica animal que no ha hecho más que empezar.  Por algo la Karolinska se ha acordado de él y de su casi olvidada hazaña pionera, premiándole junto a un Yamanaka utilitario y patentable.
Yo no sé si mi héroe es él mismo un  hombre fáustico (Splenger) [5]. Su experimento sí que lo es, en cuanto que excita la imaginación hacia temas de floclore, magia y anticipación científica, dilemas morales y hasta teólogía.
Pero veo que amanece. Como en Las mil y una noches, quédese para la siguiente. 

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        [1] La Real Academia Española no registra desnuclear, sino enuclear, definiendo: «1. Biol. Extraer el núcleo de una células». Más exacto sería privar a una célula de su núcleo (o núcleos, si tuviere más de uno), bien extirpando, o bien destruyéndolo o inutilizándolo in situ. Enuclear debería significar también ‘explicar, aclarar’ algo difícil, en el sentido metafórico de extraer el núcleo o meollo.
       [2] V. el artículo clásico de R. Briggs y Thomas J. King (1952), “Transplantation of living nuclei from blastula cells into enucleated froggs’ eggs” es accesible en PNAS Classics of the Scientific Literature.
[3] Sobre experimentum crucis, véase a R. Boyle, A defence of the physico-mechanical experiments, against the objections of Franc. Linus (1662); en The Philosophical Works, London, 1725, vol. 2, pág. 667. Allí pone como ejemplo a Pascal repitiendo el experimento de Torricelli con el barómetro a distintas alturas de un monte. La relación entre la altura del mercurio y la altitud del lugar,  prácticamente bajo el mismo tiempo atmosférico, demostraba que la explicación del fenómeno es el peso de la columna de aire. En Newton es célebre su ‘experimento crucial’ sobre el espectro solar y la refracción de los colores.
Por su parte, Francis Bacon había hablado de instantia crucis en el Novum Organon, II parte (Instauratio magna), 31: «Entre los ‘apremios’ (instantiae) preferenciales, pondremos en 14º lugar los apremios cruciales (instantias crucis), tomando el vocablo de las cruces que puestas en las bifurcaciones de caminos marcan las distintas direcciones.» The Works…, London, 1857, vol. 1, pág. 294.
       [4] V. J. B. Gurdon y J. A. Byrne (2003), “The First half-century of nuclear transplantation”También el excelente artículo ilustrado de Christen Brownlee, “Nuclear Transfer:Bringing in the Clones”.
[5] Oswald Spengler, La Decadencia de Occidente, 2ª ed. 1923; trad. española de Manuel García Morente, Espasa-Calpe, 1998 (reedic. de 1923-26). Descargable en inglés, I Parte y II Parte. Cfr. M. López Corredoira, “Leer a Oswaldo Spengler”.



lunes, 22 de octubre de 2012

Nobel fáustico (1)

               


Al Dr. Arturo Goicoechea,
en recuerdo de grata conversación en su casa.

Con Internet, los apuntes de clase son historia. Y el juicio de la Historia no creo que sea favorable a los finados, que en vida tampoco gozaron de buena fama. Un profesor tuve que no se andaba con distingos: «El peor libro de texto vale más que los mejores apuntes», repetía y repetía como para convencerse a sí mismo. Probablemente soñaba con llevar a las prensas las chuletas que recitaba desde el pupitre y el encerado.  
Este preámbulo trata de sugerir, y es la verdad, que en mis comienzos como  enseñante no me pasó por la cabeza compilar apuntes.
Y no es que no hicieran falta. Mi generación ha visto crecer y hacerse adulta a una ciencia estancada en su infancia desde el Neolítico. No exagero. La Biología, las ciencias de la Vida, a mediados del siglo XX habían acumulado fondos inmensos  de erudición contemplativa; pero lo que se sabía de utilidad práctica era casi todo ello conocido y explotado desde la revolución agrícola, hace 9.000 años. ¿Qué clase de ciencia era aquella donde todavía se nos hablaba de ‘teoría celular’, donde el evolucionismo tenía trato de ‘hipótesis’ y el mendelismo era un reglamento empírico? Hasta el creador de los Premios Nobel ignoró a la Biología, honrando al ramo como ‘Medicina’, o bien ‘Medicina y Fisiología’.
Hace medio siglo, el aspirante a biólogo al terminar su carrera se daba cuenta de que lo aprendido era rancio y obsoleto. Peor aún, que su perspectiva laboral más probable era prolongar la misma saga. Y no me quejo de los profesores que me tocaron, competentes en general y algunos verdaderos sabios, aunque ya un poquito mayores para pegar brincos por la revolución que se nos venía.
El tiempo entonces era mucho más lento. La España científica se sentía redimida desde 1906 con el Nobel de Ramón y Cajal y su ‘teoría neuronal’, con la gran verdad de la neurona como célula, y su dogma de la ‘polarización dinámica’, rigurosamente falso.
Severo Ochoa toma el relevo de sabio redentor en 1959, y todavía tres años después no era mucha la gente capaz de barruntar el desciframiento del código genético, entendido entonces como la revelación de un ‘dogma central’, no más verdadero: 



 Esto es: «El ADN codifica y produce el ARN, que a su vez dirige la síntesis de  las proteínas» (Francis Crick, 1958).
Sólo en 1962 vino el Nobel a consagrar la propuesta de James Watson y Francis Crick en 1953, sobre la estructura doble-helicoidal del ADN, modelo adecuado para la replicación del genoma o información hereditaria de la célula y del organismo. Pues bien, para entonces, el ‘dogma central de la Biología molecular’ ya estaba en entredicho para un disidente como Howard Temin, con base en una obviedad: existen  virus con ARN en vez de ADN. Desde 1963 la herejía prende, y el heresiarca Temin será Nobel 1975, junto con R. Dulbecco y D. Baltimore, por el descubrimiento de la transcriptasa inversa (1970).
La reacción del pope Crick fue como tenía que ser, digamos, retro-virulenta (1970).

Apuntes para una huelga
Cuando en 1968 se crea la Universidad de Bilbao, con carrera de Biología, contrató a este biologastro, ocupado en reciclarse absorbiendo el acoso semanal de las revistas Nature y Science, más la divulgación también semanal de New Scientist y la mensual de Scientific American.
Era partir de cero en todo: bibliografía, material didáctico, prácticas, laboratorio… Uno mismo tenía que improvisar en casa de la noche a la mañana las diapositivas en blanco y negro. 
(Vaya de anécdota: Una de mis primeras demandas para la docencia fue un atlas de Histología en diapositivas. Ahora menos, pero hasta hace bien poco me ha seguido llegando el mensaje regular de la Biblioteca universitaria, recordándome y reclamándome esa obra en préstamo y no devuelta desde hace cuarenta años. Tendré que advertirlo a mis herederos, para evitarles la sorpresa de un embargo por apropiación indebida de un bien público.)
En la Facultad de Ciencias, decir ‘Biológicas’ era referirse a una carrera más humanística que científica, orientada a la enseñanza y divulgación de conocimiento investigado en el extranjero. Una carrera elegida por mucho estudiante reñido con las matemáticas y, por supuesto, con la incipiente informática. Cuando entraron en la Universidad los primeros ordenadores en programas de ayuda a la investigación, si un biólogo solicitaba el suyo se le preguntaba con extrañeza para qué lo quería. Un ordenador en Biológicas sólo tenía sentido como máquina de escribir, en la secretaría del Departamento. 
Y es que, en efecto, la Biología se hizo ciencia la última de todas, porque siendo la más compleja ha sido también la última en disponer de utillaje técnico y, sobre todo, conceptual matemático.
En aquella kermés de las Universidades Autónomas (como la nuestra), los programas docentes se poblaron de asignaturas insólitas. Mi propuesta fue la ‘Biología Celular’, que coló. De ese modo, la rebautizada Universidad del País Vasco (UPV/EHU) es la primera en España que ofreció esa asignatura con ese nombre y además como troncal.
Ahí fue donde eché de menos un ‘libro de texto al día’, todo un oxímoron por partida doble, ya que en aquella erupción biológica donde ‘al día’ era literalmente cada hoy, todo libro nacía viejo, y más las traducciones. (De originales en español, ni hablar).
¿Apuntes? Aunque el viejo espectro conjurado volviese a rondarme, ¿de dónde sacar tiempo para escribirlos? Porque además uno tenía que encarrilar su tesis doctoral, sine qua non.
Y fue que sí. Al final de la Dictadura  se celebró una larguísima huelga de profesorado universitario, y esa fue la ocasión de acomodar al programa unos textos resumidos de artículos, con las referencias bibliográficas para consulta.
Para una mejor presentación de mis cosas, ya me había dado el capricho de sustituir mi fiel Olympia por una IBM ‘de bola’Con cuatro pelotitas impresoras y un lote de típex estuve en condiciones de ir dando a luz, entre retortijones nocturnos, una buena lechigada de panfletos encuadernables como Materia Cytologica, en homenaje a una tradición neolatina universitaria harto olvidada entre nosotros.
El remate sería registrar aquellos apuntes como libro, con ISBN, DL y ©, con advertencia de ser «publicación no comercial ni lucrativa» etc. etc., que fue como regalar cada edición o tirada a los estudiantes, que ellos mismos se hacían las fotocopias.
Aquel producto improvisado vino a ser una como seña identitaria de la asignatura. Tanto así que, convertidos algunos alumnos en colegas, en mi jubilación (1995) me lo devolvieron como obsequio:  un ejemplar en papel especial y encuadernado en tapa dura, con varias hojas ‘de cortesía’ a modo de álbum lleno de firmas y dedicatorias muy entrañables. Este regalo no vino solo. Le hacía pareja un microscopio Zeiss, antiguo modelo de hacia 1878, una preciosidad que algún día espero luzca en lugar más digno y más vistoso que mi aparador de recuerdos.
Para terminar con el libro-apuntes, me divierte señalar un efecto chusco. Con los años se ha ido repitiendo el que los premios Nobel de ‘Fisiología y Medicina’ recaigan en científicos y trabajos citados en Materia Cytologica, que para nuestro grupo íntimo se convirtió jocosamente en algo así como el  Oráculo sibilino que la Academia Sueca Karolinska consulta cada año cuando toca premiar ‘Medicina y Fisiología’, es decir, la Biología Celular y Molecular.
La última confirmación se ha producido este mes, cuando un joven Shinya Yamanaka –obviamente no mencionado en los apuntes– ha compartido premio con el vetarano inglés Sir John B. Gurdon, uno de mis héroes favoritos, con aquellos experimentos suyos de sustitución nuclear en óvulos de anfibio, desde 1964, tan elegantes y (sobre todo) tan genialmente interpretados.
El público y la Academia se fijan más en la aportación de Gurdon a la clonación celular y animal, a efectos prácticos de producir ‘células madre’ con fines de investigación y terapéuticos. Era en efecto la primera clonación de un  vertebrado. Pero para mí su verdadera hazaña científica que me sigue impresionando fue haber entendido y probado la reprogramación de los genes. Algo así como los instrumentos de  una gran orquesta, que suenan o callan de acuerdo con la secuencia musical  escrita en la  partitura. 
Fue una gran vía abierta al entendimiento de múltiples procesos y aplicaciones: diferenciación celular, desarrollo embrionario, regeneración y rejuvenecimiento de tejidos, como también por supuesto la producción de células troncales y estirpes celulares programadas a voluntad.
Hace tres años por estas fechas me referí al ‘Nobel de la vejez’ (18/10/2009). Ahora toca comentar un Nobel de la juventud, o mejor ‘Nobel fáustico’, porque sus perspectivas son infinitamente más amplias que un lifting, un crecepelo y un afrodisíaco, todo junto. Entonces, por modestia, me hice el sueco sobre mis viejos apuntes de clase como fuente de inspiración de los suecos. En vista de que reinciden, hoy me desquito revelando el secreto, uno de los mejor guardados de la rebotica del Nobel.
Pero yo no venía a hablar de mi libro, sino del experimento de Gurdon. Apasionante. Mañana lo vemos.


miércoles, 10 de octubre de 2012

Los ‘Improperios’



La liturgia de Pasión, en su programa catártico, ofrece un número especialmente incisivo: los ‘Improperios’, que preceden a la adoración de la Cruz.
Improperium es un término latino tardío y más bien raro, que de suyo  significa ‘reproche’, y en el lenguaje eclesiástico, en plural (Improperia), vino a designar esa pieza que se canta el Viernes Santo. Ese plural permite traducir el conjunto como ‘El  Alegato’ [1]
La forma es antifonal o dialogada: El improperante –Dios, Cristo– llama a capítulo a su pueblo y ante él va desgranando un rosario de reproches sobre este estribillo:

«Pueblo mío, ¿qué te he hecho?
¿en qué te he agraviado? Respóndeme.»

Yo te saqué de Egipto, tú a cambio has crucificado a tu Salvador.
Yo te guié por el desierto cuarenta años, alimentado con el maná, hasta la      tierra prometida. Tú en cambio…
¿Qué más debí hacer por ti, que no hice? Yo te planté, mi viña hermosa.   Pero tú te has vuelto agraz…

A cada reproche, el pueblo pide clemencia. Y cosa curiosa, lo hace en griego y en latín: «Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, eleison imás, miserere nobis, apiádate de nosotros».
Sobre estos improperios, cantados en su melopea gregoriana, se han lucido  grandes polifonistas como Palestrina o Victoria. El Popule meus de Tomás Luis de Victoria se canta de mil maneras. En el coro de mi colegio, con los altos de falsete y pocos tenores, los bajos éramos la voz cantante. Por esa razón me cuesta encontrar, entre tantas versiones, ‘la mía’.  
 Algunos han querido ver en los Improperios un alegato antijudío. Es verdad que en la liturgia no han faltado piezas y expresiones con carga antisemita. Pero no es el caso, creo yo; o al menos no hay aquí más antisemitismo que el que pueda haber en la Biblia Hebrea, pues los Improperios están calcados en un texto de Miqueas (6: 4 y sigs). Con un detalle que me interesa destacar, ya que en nuestras traducciones pasa desapercibido. En hebreo Dios no dice, «pueblo mío… respóndeme», sino literalmente «responde conmigo» (‘aneh bî), es decir, ‘defiéndete’, o incluso ‘denúnciame’, ‘reclama’ [2].
Y es que esta parte del libro de Miqueas, en el colmo de la sátira, se abre con una querella de Dios citando a su pueblo a juicio, sólo que cambiados los papeles: ellos, el pueblo, como los eternos agraviados, acreedores de una deuda impagable, pretexto para todo suerte de desaires de la buena gente a su deudor Yahweh. ¿Nos va sonando de algo, o todavía no?
Perplejo el Buen Dios, como de igual a igual, les pone pleito o ‘baraja’… ¿ante quién? Ante el paisaje natural, ante el orbe terráqueo. Y este es el pregón [3]:

Oíd agora lo que Adonay dize:
Levántate, baraja delante de los montes,
y oigan las cuestas tu voz.
Oíd, montes, la baraja de Adonay [4],
y los fuertes cimientos de la tierra,
porque Adonay tiene baraja con su pueblo,
y con Israel se razonará:
Pueblo mío, ¿qué te hize?
¿y con qué te cansé? ¡Atestigua contra mí!

Estamos como digo en el cap. 6 de Miqueas. Segunda parte, de tres, nos advierten los analistas de este librito bíblico, que se lee todo él cómodamente en un cuarto de hora.
Miqueas fue un profeta judío del siglo VIII a. de C., algo más joven que Isaías, al que en cierto modo hace contrapunto. Isaías es un profeta cortesano. Miqueas, a sólo 20 leguas de la capital, Jerusalén, es un provinciano en trato directo con la masa rural. A ésta dedica sobre todo el panfleto de los improperios.
Tengo una fijación, lo confieso: cada vez que sale a plaza el victimismo nacionalista –y mira que últimamente sale mucho–, me acuerdo de los dichosos  improperios.  Aun no se había muerto Franco del todo, y ya aquel tan «atado y bien atado» petate que él nos legó se suelta solo, y lo que de él va saliendo son los artículos de una Constitución que es la negación de casi toda la obra del Caudillo. Casi toda. Se respetó la monarquía sin chistar; y aunque en principio también se salvó la España Una, ésta ya con la novedad de las Autonomías.
Este invento era como la cuadratura del círculo.  Contentar a todos repartiendo parcelas de libertad, y a la vez molestar a todos, haciendo las parcelas desiguales, privilegiando a ciertas autonomías. Con estas comunidades ‘históricas’ de clase preferente se extremó la consideración y el mimo, manipulando la representatividad democrática, de modo que sus aspiraciones políticas fuesen viables, aun las más audaces. Y eso no sólo dentro de sus territorios respectivos, sino con efecto para todo el  Estado Español.
No es preciso seguir. Tales reliquias medievales en el siglo XX eran un agravio comparativo y un lastre. Pero lo que se reveló mucho más grave (con ser gravísimo lo dicho), sin esperanza alguna de saciar el apetito de los privilegiados. Como dice la Escritura –‘Palabras de Agur’, en Proverbios, 30: 15-16–:

«La sanguijuela tiene dos hijas: ‘Daca’,  ‘Daca’.

Tres cosas hay insaciables,
cuatro que no dicen basta:
sepulcro, vulva mañera,
y tierra sedienta de agua,
más el fuego, que no les va en zaga.»

La Biblia se expresa aquí en proverbios o refranes, pero se explica divinamente.
Volviendo ahora a nuestro Miqueas, resulta que el libro en su primera parte es otro panfleto igualmente en forma de juicio, aunque diferente. Aquí es Dios el que baja en pompa al país, no a querellarse con el pueblo, sino a pedir cuentas a sus clases privilegiadas, que atentas al poder y al expolio descuidaron el liderazgo.
Aquí entraban la aristocracia y el clero, pero sobre todo, para Miqueas, la clase política profesional de entonces: los llamados ‘profetas’, divididos en ‘escuelas’ a modo de nuestros modernos partidos políticos.
Todos estos eran los responsables directos de la quiebra y el desastre. ¿Su crimen? Miqueas lo pinta en dos brochazos, como una carnicería y banquete de caníbales devorando al pueblo. Insaciables, una vez consumida la carne magra la emprenden con los despojos y la casquería, roen la piel, se monda y se chupa hasta el último hueso.
Despilfarro, rapiña, promesas falsas… Porque de eso se trata (cap. 3). Miqueas no es ningún predicador moralista tonante contra las costumbres de los ricos y las ricas. El pecado de los grandes se llama mezquindad, codicia, cortedad de miras, dejación de liderazgo auténtico, prostituido a expolio y demagogia.
Ni que decirlo, esa sociedad va al desastre. ¿Adivinamos por dónde empieza? Pensemos un poco. O bien, recordemos el título de la entrada anterior: Caligo futuri.
En efecto, así es. Se empezó mintiendo en las cuentas, los cálculos, las previsiones…:

«‘Todo va bien’, decían mientras se llenaban los bolsillos; y si alguien se resistía o les llevaba la contraria, esa era el enemigo del país, y le declaraban la guerra santa.» (3: 5)

El resultado es un apagón de los oráculos, con el esperpento de unos invidentes trazando el camino con el bastón del ciego: «Pasó con Samaria, que hoy se ara como un campo, y pasará con Judea. Por vuestra culpa, Jerusalén será un montón de piedras, con el Monte del Templo asomando entre la maleza.»
Así concluye el capítulo 3 y primer auto de un juicio sin apelación, sin esperanza.
Hay que saltarse los capítulos 4 y 5 para ir directamente al capítulo 6, el auto segundo que hemos visto. ¿Cómo así? Una mano piadosa, pensando sin duda que con tres capítulos ya está bien de calamidades, enmendó la plana al profeta anticipando un final feliz. Porque como ocurre en tantas profecías bíblicas, el Miqueas que nos ha llegado tiene su colorín colorado, con contrición y lágrimas y perdón divino. Y como digo, de ese final se trajo aquí, a mitad de la historia, un corta y pega, valiente chapuza.
Lo del final feliz –siempre al final, obviamente– tiene su lógica en la Biblia si, después de todo, el Señor no desea quedarse sin pueblo, sin clientela. Por tanto, queridos hermanos, la profecía concluye con un rescate en toda regla.
Un rescate donde, de entrada, Dios aporta el capital más valioso para cualquier país: un líder carismático, un mesías [5]. Cuidado, pues. Se trata de una profecía bíblica, religiosa, y nuestro mundo laico no está tan seguro de «promesas juradas a nuestros padres desde los días antiguos». No somos antisemitas, pero tampoco somos todos judíos.
Y aunque lo fuésemos. Porque, en segundo lugar, ese rescate así leído en un pis-pas, con mesías y todo, no es tan simple, ni rápido, ni hacedero. Está  condicionado a un escarmiento de la gente, un cambio general de mentalidad. En suma, que nada sale gratis a nadie, ni siquiera a los pueblos elegidos.
Compréndase ahora por qué me acuerdo tanto de los Improperios y de Miqueas:

       Mirando la sonrisa fenicia de un Arturo Mas, tan satisfecho no se sabe bien de qué futuro de su Camelotaluña, que él augura...
Mirando a los ojos de un Mariano Rajoy pidiendo luces, mientras  medita improperios (temibles como suyos) contra el muy honorable Augur Mas...
Mirando a los otros visionarios que nos rasgan el velo del porvenir: a un Ruiz Gallardón, que ya nos ve fuera del euro si Cataluña se nos va (al euro, se supone), mientras García-Margallo pronostica que nosotros corremos con el gasto del viaje, más los alcances del Mas…
Si a tan buenos creyentes los profetas bíblicos les inspiran tan poco, pueda este curioso dubitativo escrutar las Escrituras, espigando lo que tienen de sabio y de humano. Otra vez fue Qoheleth, el Charlatán.  Hoy ha tocado Miqueas, que tal parece estuviese profetizando de nosotros: 
España crucificada sobre un Calvario de ruinas: «Pueblo mío Cataluña, Pueblo Vasco, ¿qué te he hecho yo? ¿en qué te he ofendido? ¡Responde!...»
Así de paso aprendemos a improperar a quienes son tan sosos improperando.

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[1] En el DRAE, el improperio lleva carga de ‘injuria grave’, «especialmente la que se emplea para echar a alguien en cara algo». En el Diccionario de Autoridades, dejándolo en simple ‘injuria’ y con cita del Doctor Navarro (Martín de Azpilcueta), se recogía el matiz de «dar en rostro a uno, con algún bien que se le hizo estando en alguna necesidad». Es referencia evidente a los Improperios de la liturgia.
[2] «Atestigua contra mí», en traducción al ladino aljamiado. Uso la edición de Constantinopla, Estampería de A. H. Boyagián, 1873, 2: 254b. Cfr. Introducción a la Biblia de Ferrara (I. M. Hassán, ed. y coord.), Siruela, 1994, págs. 405-408; ver facsímil en pág. 406.
[3] Según la misma traducción en ladino. Baraja, barajar, son palabras del castellano antiguo que se han conservado en ladino, con la acepción de ‘altercado’, ‘querellarse’. En DRA hay que ir hasta la acepción última de barajar para encontrar: «13. (intr.) reñir, altercar o contender con otros»; y para baraja lo mismo, aunque con menos propiedad: «3. f.  riña, contienda o reyerta entre varias personas. U. m. e. pl.» (?). ¿A qué viene esa exigencia de pluralidad, si para reñir dos se bastan?
[4] Adonay (el Señor) reemplaza en la traducción al tetragrama YHWH para evitar así nombrarle, según la tradición judía, respetada también por los LXX traductores al griego y por los cristianos.
 [5] A propósito de ese mesías salido del pueblo, Miqueas tuvo un detalle al que debe su popularidad, y es que para figurarlo como un segundo rey David, le hace natural de Belén (5: 2), cosa que los cristianos tomaron al pie de la letra (Mateo, 2: 6).