Obispos no
Jon Juaristi en El bucle melancólico observó con agudeza que la Iglesia Vasca es presbiteriana. El vasco –el vasco católico, para redondear el pleonasmo– comulga más con sus curas que con los obispos en general. A éstos los mira con prevención, le incomodan. Para un ex presbítero como Arzalluz, el obispo Blázquez era «un tal Blázquez». Un «loro viejo» que jamás aprendería a hablar en euskera, según el afamado euscalduna y eusquerólogo católico Anasagasti.
El reojo anti episcopal viene de antiguo, cuando las Vascongadas en lo eclesiástico se integraban mayormente en la diócesis de Calahorra-La Calzada. Hasta 1851, cuando se crea la diócesis de Vitoria. La ojeriza debió de picar más en Vizcaya, si es cierto lo que cuentan: que en alguna coyuntura tensa se llegó a aplicar el rito de recoger con palas tierra pisada por el visitador episcopal a su salida del Señorío, y arrojarla fuera tras él.
Por lo demás, Garibay en su Autobiografía no refleja tal distanciamiento; al contrario, pondera la amistad de su familia con los sucesivos obispos, recordando cómo «los más de ordinario suelen posar los prelados de este obispado en sus visitas» en casa de su tío Juan, en Mondragón [1].
Aquí, como en otras partes, hubo medidas bien antiguas de ‘separación de poderes’, vedando al clero local la intromisión en asuntos civiles. Y algo de esa tradición ‘laica’ vizcaína se les pegó a los Arana, que en los estatutos del PNV cerraron el partido a los eclesiásticos. Eso sin perjuicio de profesar un clericalismo fundacional casi teocrático, ya que sus «bases fundamentales para la constitución del Pueblo Vasco» incluían «subordinación de lo civil a lo religioso» [2].
Sabino Arana tiene textos asombrosos por su ingenuidad, ora viendo en las figuras de los santos autóctonos (Ignacio, Javier) una prueba de la superioridad moral del pueblo vasco, o sumándose al apostolado de «salvar almas vascas» mediante el PNV, o en fin, autoerigido en portavoz del sentir católico vasco, respetuosamente crítico con el catolicismo foráneo por lo que afectaba a las libertades y esencias vascas [3].
Una embajada pintoresca
Cuando la II República, y más concretamente el socialismo de Indalecio Prieto, empezó a coquetear con los nacionalismos periféricos con vistas a negociar estatutos de autonomía política, los nacionalistas vascos se trabajaron en paralelo la creación de una ‘Iglesia Vasca’.
Al efecto, el 12 de diciembre de 1934 el partido envió a Roma, para un primer contacto directo con la Santa Sede, a Luis Bereciartúa, que recibido por el Secretario de Estado cardenal Pacelli –futuro papa Pío XII– obtuvo la promesa (o eso entendió) de que si una delegación nacionalista vasca se presentara en Roma, sería bien recibida.
Entre tanto, en 1935, mientras arreciaban los ataques de la derecha españolista (capitaneada por la CEDA) contra el PNV, éste tomó contacto con la Nunciatura apostólica en Madrid, siempre tanteando el tema de la Provincia eclesiástica vasca. Y cuando a fines del año, nombrado cardenal el nuncio Tedeschini, el 21 de diciembre recibe el capelo de manos del Presidente de la República, el católico Alcalá Zamora, a la ceremonia del Palacio de Oriente sólo asistieron dos diputados (Aguirre y Careaga), ambos confesionales y del PNV.
Con su cuenta y razón. Ellos ya sabían que de la CEDA no iría nadie, y así fue. Creyendo, pues, despejada la vía a Roma, días más tarde –enero de 1936– el PNV envía a una delegación presidida por José Antonio Aguirre, con objeto de presentar su programa al Papa en persona y ganarse un visto bueno de catolicidad. Como introductor se agenciaron a un carmelita adicto, el padre Larracoechea, del lobby vasco en el Vaticano.
Laudemus viros gloriosos…
Estos son los nombres de los ilustres romeros, con sus grafías genuinas, las heredadas de sus padres y abuelos:
Doroteo de Ziaurriz, pres. del EBB
Pablo Eguibar, secretario del EBB
José Antonio Aguirre, diputado por Vizcaya
Heliodoro de la Torre, íd.
Manuel Robles Aranguiz, diputado por Bilbao
Juan Antonio de Careaga, íd.
Manuel de Irujo, diputado por Guipúzcoa
Francisco Javier de Landáburu, diputado por Álava
Francisco Basterrechea, del Tribunal de Garantías
José de Eizaguirre, íd.
Evaristo Echevarrieta, sacerdote de Bermeo.
Éste último, no siendo del partido por su impedimento eclesiástico, iría seguramente como capellán.
Aparte la presentación del partido y su política católica etc., tres eran los objetivos:
1) Constitución de una diócesis vasca con sede en Pamplona.
2) Uso del vascuence en la predicación.
3) Freno a la Jerarquía eclesiástica española, imponiéndole neutralidad ante la política estatutaria y nacionalista del PNV [4].
Es notable que una delegación de políticos seglares acuda a la Santa Sede a sugerirle una mejora en la organización eclesiástica. Para nuestro peneuvistas tenía su lógica, y no es lo menos sorprendente leer de uno de ellos, que iban a Roma sinceramente convencidos de que su misión era puramente «de carácter religioso, social y cultural… síntesis de las aspiraciones de los vascos, en razón de las relaciones siempre amistosas y filiales de nuestro pueblo con la Iglesia católica» (Landáburu).
El plan previsto era ser recibidos por el Secretario de Estado Pacelli, que así lo había prometido (al menos en versión de Bereciartúa), y les introduciría al Papa.
Llegan a Roma el 19 de enero, y primera ducha fría: no les recibe Pacelli, sino su secretario Mons. Pizzardo, quien les reprocha ser en España los únicos católicos que rehusaban aliarse con los demás en momentos tan graves para la religión. El monseñor se lo puso tétrico: ¿acaso no veían que en las inminentes elecciones de febrero se jugaba el que «España fuese de Cristo o de Lenin»? Aliarse con la CEDA, ese era su obligación urgente, y hacer más caso al episcopado.
Entre atónitos y airados, replican que con la CEDA ni hablar, por ser de «ideas diametralmente opuestas en orden a la Patria».
Esta diplomacia autista obtuvo, en vez de las entrevistas privadas que se prometían, unas tarjetas corrientes de invitación a la audiencia pública general semanal del Pontífice en la Sixtina. Ellos, tratados como simples fieles del común.
Por supuesto, el Vaticano estaba informado tanto desde el Episcopado español como por el solapado Nuncio, de la estrategia de aquellos católicos que, anteponiendo su interés partidista al bien de la Iglesia, se vendían a las izquierdas por las lentejas del dichoso Estatuto.
Días después, nueva y no menos dramática entrevista con el mismo anfitrión. Decididamente, ni Pío XII ni su Secretario de Estado pueden recibirles. Dejen por escrito lo que quieren y vayan con Dios y la Bendición apostólica.
Algo dejaron, en efecto; algún folleto de propaganda jeltzale, o así. Luego, a la salida, con la rabieta se enzarzaron en una discusión sobre si armar un escándalo, aporreando la puerta de Pacelli. El padre carmelita se lo quitó de la cabeza con un recurso muy vasco: «Señores, es hora de comer. Aquí en Roma se come temprano y luego cierran».
El 26 oyen misa, y viajeros al tren, despidiéndose de Roma con gritos de Gora Euzkadi Azkatuta! Forastero hubo en la estación que les tomó por exaltados mussolinianos fascistas.
Aquel revolcón no sería jamás olvidado por el nacionalismo. Bien es verdad que tampoco fue el último. Y de aquellos polvos estos lodos. Exagerado es decir que ETA nació y creció en las sacristías, aunque es cierto que muchos etarras y pro etarras han escurrido vinajeras de muchachos, y algunos hasta cálices consagrados por ellos mismos de adultos. Lo preocupante no es el cambio de fe, es el poso de resentimiento. De ahí lo que va de ayer a hoy. De dónde salimos y dónde estamos. Antes, tras de los curas con la vela; ahora sin los curas, o tras de los curas con la estaca. O bien, en el educado distanciamiento laico y adanita de Bildu.
Es lo que, según Bildu, representa el «obispo católico Izeta», esto es, el guerniqués Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa. Así es como figura en la Wiki, y no me ha salido a la primera, por el empeño que hay ahora de enmendarle los apellidos a una ortografía que él no parece desear.
Doctor en Medicina y Cirugía (1995), doctor en Teología Moral (2002), máster en Economía y políglota en español, inglés, francés, alemán, italiano y vascuence. A estos títulos añade don Mario otro que a mí me chifla, qué le voy a hacer: es organista. Pero, nadie es perfecto: no se formó como es debido en el País Vasco, pues su carrera sacerdotal la ha hecho sobre todo en Córdoba. ¡Ah! Se dice que es de Opus.
No le conozco de nada, y creo que ni le he visto nunca, así que no puedo decir si una persona tan culta y completa camina hacia atrás. Doña Helena Gartzia, los de Bildu en general, deben de saberlo mejor, para situarle en el ala más retrógrada de toda la Iglesia.
Tengo entendido que don Mario no es partidario de ciertas cosas, supuestamente ‘ortógradas’: aborto, eutanasia, amor libre, uniones homosexuales (gaymonio y lesbimonio, el homoconyugio en general), y algunos otros adelantos. Tampoco simpatiza con ETA.
Teniendo en cuenta que el término ‘retrógrado’ es relativo, es muy posible que le cuadre a un obispo –‘obispo católico’, por más señas–, desde la perspectiva de quienes marchan en sentido contrario.
¿Puedo tener algo contra un retrógrado como Mons. Iceta? ¿Se entromete en mi vida y costumbres? En absoluto. Oigo (si quiero) su opinión y consejo, y en paz. De los nacionalistas ortógrados no puedo decir otro tanto. Un obispo que además es capaz de recrearme tocando a Bach en el Cavaillé-Coll de la basílica de Begoña. Y que, en caso de urgencia, me puede ofrecer por humanidad unos primeros auxilios médicos (junto con los espirituales, si yo fuese capaz de ellos)…
‘Retrógrado’… ¿respecto a quién? Por la rima, me da Setién, pero no puede ser, es también obispo. Aunque en Bildu hay mucho bertsolari, y quién sabe lo que les rimara en lo hondo de sus creencias laicas.
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[1] E. de Garibay, Discurso de mi Vida, 3, 5 (ed. J. Moya, Bilbao, 1999, pág. 133).
[2] Fernando García de Cortázar, ‘Iglesia Vasca, Religión y Nacionalismo en el Siglo XX.’ Congreso de Historia de Euskal Herria. Vitoria, Publ. Gobierno Vasco, 1988, vol. 4. También en Cortázar, F. G. de, y Juan Pablo Fusi, Política, Nacionalidad e Iglesia en el País Vasco. San Sebastián, Txertoa, 1988, págs. 59-114; pág. 65.
[3] Cfr. José Luis Torres Murillo, Vascos. El problema no es ETA (Razones y sinrazones de los nacionalismos). Madrid, Visión Libros, 2006; cap. 15, ‘De la realidad y el mito de la Iglesia Vasca. La división de la comunidad cristiana’; págs. 325 y sigs.
[4] Cfr. Fernando de Meer en su tesis doctoral, ‘El Partido N. V. ante la Guerra de España. Un estudio de las relaciones nacionalismo y religión en el País Vasco (18.VII.1936-15-X-1937)’, Universidad de Navarra, 1991. Publicada como El Partido Nacionalista Vasco ante la guerra de España (1936-1937). Pamplona, 1992.