lunes, 25 de abril de 2011

Teatro de sombras en Alaiza (1)

 (La letra y la imagen)

       Visitar la iglesia románica de Alaiza (Álava) puede ser una experiencia para el resto de la vida. Para mí lo fue, en 1986. Desde entonces, de forma intermitente pero algo obsesiva, me acosa el enigma de aquella pinturas y la inscripción que las acompaña. Estos días me ha vuelto a dar la fiebre.
       Alaiza, aldea alavesa en la vertiente norte de los montes de Iturrieta, cerca de Salvatierra, fue noticia en 1982 por el hallazgo de una decoración pictórica bajo medieval muy interesante, todo un mural de argumento bélico que cubre el ábside del templo y se prolonga a ambos lados por la bóveda de la nave.
       Si la temática es notable, no lo es menos la ejecución de adornos y figuras, todo monocromo y siluetado, como en un teatro de sombras chinescas sobre algún drama de guerra y paz, violencia y sexo, devoción y muerte, realismo crudo y simbolismo depurado.
       A primera vista, la impresión es algo caótica, aunque muy pronto se capta cierto orden. Orden explícito en la bóveda, por el clásico sistema narrativo de las bandas horizontales. Pero aunque el ábside acoge el conjunto principal en un mismo espacio indiviso, pronto el observador capta campos de acción que permiten una primera lectura algo coherente.
       Este panorama central viene subrayado en toda su longitud por un inscripción gótica pintada en negro y parcialmente perdida. Obviamente uno busca en ella una clave explicativa. Y aquí empezó el envite obsesivo. A una lectura inmediata de la primera mitad y de la último palabra, siguió un atasco insuperable para descifrar el resto. Nada que dé luz a un mural a merced de su propia vis explicativa. Para más enredo, la iglesia se titula de la Asunción, misterio mariano sin relación con el programa iconográfico.
       Con todo, lo más sorprendente desde el primer momento fue la inscripción en sí misma, y explico por qué.
       Enterados (por la prensa, creo) del hallazgo de las pinturas y el misterio que las envolvía, preparamos la visita consultando la publicación monográfica más reciente: Gaceo y Alaiza. Pinturas murales góticas, un folleto editado por la Diputación Foral de Álava (1986). La parte dedicada a Alaiza comprende una veintena de páginas con texto de José Eguía López de Sabando y abundantes fotos de Jon Llanos, todo un atlas donde se aprecia la calidad de Fournier, el taller mundialmente famoso por sus naipes.
       La iglesia es románica tardía (siglo XIII), construcción sencilla de un nave cubierta con bóveda de cañón apuntada, reforzada con arcos fajones y rematada en ábside semicircular con media cúpula de horno. Fue de lo más corriente en núcleos rurales. Sin ir más lejos, como lo que queda de la misma época aquí, en la parroquial de Santa María del pueblo donde escribo, en Valdivielso (Burgos).
       Las pinturas son del XIV, y desde su hallazgo se relacionaron con la invasión de la tropa de Eduardo Príncipe de Gales –el ‘Príncipe Negro’–, cuando vino en ayuda del rey don Pedro de Castilla el Cruel contra su hermano bastardo Enrique de Trastámara (1367), al que vencieron en la batalla II de Nájera.
       Con la inscripción no ocurrió lo mismo. De hecho, el citado López de Sabando comentaba: “No se ha descifrado aún su contenido hasta el momento. Este trabajo se presenta difícil. Quizá no sea el latín, como sería más normal, la lengua empleada en ella.” (pág. 38)
       Que en cuatro años no estuviese resuelto ni siquiera el idioma de una inscripción gótica era sorprendente. Y si no era latín, ¿qué otra cosa podía ser? ¿Inglés antiguo? ¿o mejor francés, la lengua cortesana de Eduardo? No, no. Yo siempre he maliciado que la frase apuntaba a otra lengua, la misma en que está el lector pensando. Siempre el mismo deseo de hallar algún texto auténtico en vascuence anterior al siglo XV. El mismo pío que finalmente ha llevado a la aberración de inventarlos en el fraude de Iruña/Veleya.
       Un deseo muy natural por lo demás, aunque muy fuera de lugar como pie de figura de fotos clarísimas, donde sin dificultad se leía en perfecto latín:

       ...tum salutiferum gustandum dedit… Mortis… tempore.
       Erue … miseranter (?)… ut urat undique gehennA.

       (…o salutífero dio a gustar… en tiempo... de muerte.
       Líbra… compasivamente… que abrase por todas partes el infierno ).

       La vista directa de la inscripción no dio nada nuevo. La misma lectura, las mismas dudas y vacíos. Por supuesto, la primera palabra leída fue la última: GehennA, la Gehena o Infierno, escrita aquí con A mayúscula al cierre: la única capital de un texto en minúsculas, ya que la inicial (si también lo fue) ha desaparecido.
       En cuanto a este principio incompleto del texto, la presencia en el mural de una mujer empuñando una copa nos sugirió completar la primera palabra como (po)tum, bebida. Dando por supuesta una relación directa entre la leyenda y las imágenes, pensamos en un cuadro ex voto de varios heridos de guerra que, curados con algún remedio, peregrinan a un santuario y presentan sus ofrendas, agradecidos por haberse librado de peor destino, que alcanzó a algún otro compañero
       Esta fue nuestra conclusión y lectura, la que más o menos uno de nosotros se encargó de publicar en El Correo (8/9/1986, pág. 40).
       A mí me sonaba de algo la expresión salutiferum gustandum dedit, sin recordar de qué. Por aquel entonces los latines litúrgicos iban de capa caída. Tampoco había aquí Internet; no existía el motor Google. Cuando lo hubo y pude buscar la cadena de letras, la respuesta fue inmediata: Fructum salutiferum gustandum dedit Dominus mortis su(a)e tempore, reza una antífona del Oficio del Corpus Christi: “Fruto salutífero dio a gustar el Señor al tiempo de su muerte”. Fructum (fruto), no potum (bebida). Así pues, una alusión a la eucaristía o viático que libra del fuego eterno. Eso en el supuesto de que la inscripción tenga que ver con el contenido de las escenas, cuando ni siquiera es seguro que sea de la misma época.
       Como digo, de vez en cuando he solido volver sobre el tema, por si alguien tenía más suerte con el texto de Alaiza. Y en efecto, está el trabajo paleográfico de S. A. Mollà (2007) [1]. Su lectura del primer hemistiquio coincide en que se trata de la misma antífona de Corpus. El segundo hemistiquio se le queda en tentativas sin sentido coherente. Para la A capital de GehennA aventura resolverla como anagrama de María y posiblemente Jesús (JHS). Alguna propuesta no la veo posible; por ejemplo, …sianter, como adverbio latino, no conozco ninguno plausible con ese elemento.
       Este meritorio trabajo de un especialista no menciona el viejo artículo de El Correo, aunque sí el comentario de Sabando antes citado, y con la misma extrañeza que la nuestra. Mollà confiesa haberse ocupado de la inscripción de Alaiza por invitación de doña Micaela Portilla Vitoria (q. e. p. d.), gran estudiosa del Medioevo alavés, la cual sin duda debió tener noticia de la propuesta anterior, aunque no pudo compulsarla con los nuevos resultados, por haber fallecido en 2005.
       Para cualquier aficionado como yo es de algún alivio leer en este artículo, acerca de la inscripción, frases como éstas:

Descubierta en 1982, junto con las pinturas, tradicionalmente (sic) se consideraba imposible su transcripción…
Tras unos primeros resultados desesperanzadores y exhaustivas consultas, finalmente aparece el texto, al menos en su primera parte, y se interpretan a continuación palabras sueltas… (pág. 218)

       Un alivio, digo, no tanto como halago de mi vanidad, como porque en adelante podré volver sobre este empeño con menos impaciencia y sensación de fracaso.

       El mundo de Alaiza
       El que podemos llamar ‘mural bárbaro’ de Alaiza bien podría titularse ‘Guerra y Paz’, o ‘Paz en la Guerra’. Episodio central (y centrado) es la defensa de un castillete roquero, asaltado por un ejército sobre todo de peones, con algunos caballeros. Uno de éstos, de porte principesco y portador de estandarte, se mantiene a la expectativa, como quien preside la operación. Dos parejas de jinetes se enfrentan en singular combate.
       La soldadesca avanza desde la izquierda para acometer por ambos lados. Se reconoce el equipamiento moderno a la inglesa: cotas, capacetes y viseras picudos (en su caso), escudos redondos erizados de púas, espadas, hachas, lanzas, mazas de bola y, como innovación indicativa cronológica, ballestas primitivas, de las llamadas ‘de pie de cabra’. Incluso figura en la hueste, como singular mascota, un centauro sagitario que podría ser ballestero.

       El fruto más amargo de la guerra es la muerte. Un sucinto entierro de un difunto en andas a hombros de dos porteadores y seguido de dos plañideras se dirige a una iglesia donde el sacristán hace doblar las campanas.
       Los desastres de la guerra se apuntan en forma de robo y arreo de bestias, con una mujer que huye remangándose el halda y un caballo aparejado y desbocado sin jinete. Un soldado violador se abalanza sobre una mujer abierta de piernas, mientras otro más corpulento se dispone a degollarle, sea por defender a la cuitada, o para disputársela.
       ¡Ah! y en un extremo, la habitual pareja medieval, hombre y mujer, en cuclillas haciendo sus necesidades (él sobre un orinal).
       El tema del ex voto o promesa parece afectar a cinco personas o mejor matrimonios:
1.       Ellas, las esposas, ataviadas con batas de cola, portando ofrendas en forma de copa, platillo o ramo, se dirigen a una capilla con dos santas en sus nichos. Un ave de buen augurio está posada en el tejado. Otra ave más pequeña se ha posado también sobre el ramo de una de las damas.
2.      Ellos por otro lado avanzan en hábito de peregrinos (tres completos, los otros dos casi borrados), con ropa corta de camino, con sus alforjas o bien capuchas abatidas y bordones crucíferos. Les precede un guarda armado anunciándoles a son de cuerno. De todas formas, la explicación es parcial, pues buena parte de elementos ha desaparecido.
3.      Llegados a su meta, la iglesia, los cinco hombres encamisa presentan sus ofrendas, mientras un sacristán lo anuncia a toque de campanas.

       El tema de la paz se explaya sobre todo en la parte superior derecha del ábside, entendiendo así un árbol poblado de pájaros y un jinete practicando la caza del venado, corzo, ciervo y pluma.

       Todo este conjunto, enmarcado en orlas vegetales a modo de volutas junto con otros elementos decorativos y un fondo general imitando sillería pétrea, está pintado en rojo inglés sobre un fondo verdoso que pudo ser azul pero ha torcido a cardenillo desteñido.
       No hay motivo para desechar la relación entre estas pinturas y la guerra civil que acabó con el asesinato de Pedro I a manos de Enrique en el escenario de Montiel, con el bretón Du Guesclin diciendo aquellos de “ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”.
       Cuando Mollà dice que “todo lo anterior contraría la datación de la inscripción en los años centrales del siglo XV”, lo hace sólo atendiendo a criterios paleográfico y refiriéndose a la inscripción, que en efecto podría ser anterior (según él), y ajena al tema iconográfico. A decir verdad, tampoco parece muy concluyente, pues un estilo caligráfico –la ‘minúscula güelfa’–, consagrado a principios del cuatrocientos, bien pudo seguir utilizándose medio siglo después.
       Tampoco podían callar aquí los que por todas partes ven caballeros templarios, descubriendo sus madrigueras incluso con ayuda del pentáculo. Con fray Guillermo (el de Ockam, por supuesto, pero lo mismo valdría el de Baskerville), nosotros no hacemos caso a los templaristas y optamos por las hipótesis más económicas, como en este caso lo es la jornada de Nájera, episodio peninsular en el contexto de la gran guerra de los Cien Años.
       De ahí otro motivo de interés hacia estas pinturas, en relación con las crónicas de entonces, especialmente la admirable escrita por el canciller vitoriano Pedro López de Ayala (1332-1407). De cuando Vizcaya estuvo en un tris de ser inglesa. ¿De veras? ¡De verísimas, como lo oyen! Otro día hablamos de ello.


Ver también en este blog: ‘Alaiza: paredes que hablan (2012/11/20). 
En el XXX Aniversario del descubrimiento de las pinturas.
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[1] Salvador A. Mollà i Alcañiz, ‘Aportaciones a la interpretación de la inscripción del ábside de la iglesia románica de Alaiza.’ Sancho el Sabio, 27 (2007): 217-224.


4 comentarios:

  1. La iconografía me llevó a un «tiro fallido» debido a la mención de la Guerra de los Cien Años.

    En esa guerra se hizo famoso don Rodrigo de Villandandro, que tras luchar en las filas de Le Compte de L'Isle, reunió un gran ejército de mercenarios y protagonizó episodios tan terribles que durante siglos se asustó a los niños franceses con la amenaza: «¡Vendrá Villandandro!». Estuvo casado con Margarita (creo que era Margarita, pero hablo de memoria y es muy poco fiable mi herramienta) de Borbón en su etapa francesa.

    Cuando regresó a España para servir a Juan II, lo hizo acompañado de sus mesnadas. Lo lógico es que haya entrado por Hendaya. Era un personaje muy peculiar, que daba mucha importancia a las apariencias y seguro que tanto él como sus hombres (miles de mercenarios) viajaban con sus mejores galas.

    No cabe duda de que un ejército tan nutrido debió causar expectación y un considerable impacto en las poblaciones por las que transitó para reunirse con el rey y esas pinturas podrían recoger ese episodio. Pero...

    Rodrigo de Villandandro hizo esa travesía en 1441 (s. XV). ¡Hipótesis hundida! ¡Una rabia...!

    Muy interesante, me ha encantado.

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  2. Bienvenida, doña Carmen, usted y su hipótesis. Piense que sobre Alaiza nadie ha dicho la última palabra, y por lo que veo, los ingleses no se apresuran a apropiarse esta pintura, en relación con su ‘Príncipe Negro’.
    La diferencia cronológica –una generación–, no es demasiado grande para la época.

    Época terrible, con aquel sistema bélico institucionalizado, aquellos señores de la guerra con sus ‘compañías’ (a modo de empresas mercantiles), los que en italiano se popularizan como condottieri.

    Villandrando es una figura extraordinaria y poco explotada en la divulgación y novela histórica. A mí no me cae del todo mal, en el sentido de que devolvió la visita a los franceses que en tiempos de su padre habían saqueado Castilla. “Si la guerra es negocio, mejor hacerlo en campo ajeno”, debió de decirse este inteligente caballero antiquijote.

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  3. Muy interesante la historia. No conocía la iglesia de Alaiza y sus pinturas, que me han recordado, no sé por qué, a los tapices de Bayeux. Tampoco sabía que Vizcaya estuvo a punto de ser inglesa, lo que habría supuesto interesantes retos para euskaldunizar los nombres anglosajones (aunque ya han demostrado que no es tarea imposible con “Txarli”) Saludos.

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  4. Navarth, la evocación del tapiz de Bayeux no es ningún despropósito, ya que en ambos casos la técnica narrativa (‘historieta’) viene a ser la misma; a lo que se añade la coincidencia argumental (‘historieta bélica religiosa’).

    El descomunal friso épico normando es más ‘historieta’: 1) en lo secuencial –impuesto por la propia geometría del friso–; y 2) en la apoyatura textual de cada escena: “aquí esto…; aquí lo otro…”.

    En Alaiza el relato es más puntual y emocional, y en vez de secuenciar escenas de un caso anecdótico, el artista las funde en una impresión de conjunto, dejando en parte al observador (si le place) la tarea de ordenar y reconstruir; aunque tampoco le invita a hacerlo.

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