sábado, 11 de abril de 2009

HOMILÍA DE VIERNES SANTO

Anteanoche me puse estoico y presencié la película de Gibson sobre la Pasión de Jesucristo, procurando concentrarme en lo puramente ‘estético’ de una obra deliberadamente antiestética. Como suelen serlo casi todas las representaciones de ese drama. Una excepción, para mi gusto, sería la versión estilizada de Passolini, en los antípodas del hiperrealismo revulsivo (y repulsivo) de Gibson.
Calma, no voy a meterme a crítico de cine. Sólo es una explicación del pronto que me dio, por abordar ese tema apasionante (sin cargar la suerte en el juego de palabras).
Dudoso estaba, si meterse en un berenjenal imprevisible. Para bien o para mal, vino a sacarme de la duda (y de quicio) el seudo documental que la misma Cadena 3 sirvió como postre: los ‘hallazgos’ de la osamenta –ADN incluido− del mismísimo Cristo y toda su parentela. No dudo de la honradez de los programadores, que seguramente avisaron en algún momento que la pretendida arquología era bazofia fermentada, malaleche-ficción, aunque yo no llegué a oír la advertencia.

La Vida de Cristo entró con buen pie en la programación escénica medieval. Sin embargo, las representaciones más antiguas versaban más bien sobre historias de su primera epifanía en este mundo: manifestación a los pastores y a los Reyes Magos. Dicen que fue san Francisco de Asís el primero que montó un auto navideño centrado precisamente en la Navidad, anticipo de todos los belenes vivientes e inanimados.
La Pasión del Señor vendría más tarde. En su contra obraba, supongo, la norma litúrgica de ocultar imágenes sagradas en la Semana Mayor. Con todo, la misma liturgia ofrecía un recitativo dramatizado de las Cuatro Pasiones del Evangelio, en las voces del Cronista, Cristo y la Turba. Luego vino el ponerle música, y con unos interludios y añadidos extralitúrgicos, ya podemos abrir los oídos al éxtasis de Bach…
Las Pasiones al vivo son otra cosa. A unos les conmueven, a otros les dan ocasión de reconocer a algún familiar o amigo para contarlo luego en el periódico, como el otro día en Valmaseda. Y a propósito, mi primera pasión viviente no fue ésa, sino una representación teatral en el Arriaga., montada por don Enrique Rambal (padre), esto último lo supe más tarde. 'La Tragedia (o el Mártir) del Gólgota', creo que se llamaba.
Pero antes que la Navidad y que la Pasión, parece que fue la Resurrección lo que se escenificaba. No la Resurrección en sí, misterio nunca visto por nadie, sino el primer testimonio sobre ‘La Tumba Vacía’, atribuido por el Evangelio a María la Magdalena.
Victimae Paschali es una composición anónima medieval, cantada como ‘secuencia’ en la misa de Pascua. La reminiscencia dramática se centra en un diálogo entre la Magdalena y el coro de cristianos:

−Dinos, María, /¿Qué viste en el camino?
−La tumba de Cristo viviente, /como vi también la gloria del Resucitado; /los ángeles testigos, / el sudario y los vestidos… / «¡Ha resucitado Cristo, mi esperanza!...
−Sabemos que Cristo ha resucitado /de veras, de entre los muertos…


Ahora bien, antes de esta conclusión, en el texto original el coro hacía este comentario:
−Credendum est magis solae / Mariae veraci, / quam Iudaeorum / turbae fallaci (Más de creer es María la veraz, / que de los Judíos la turba falaz).
Al editarse el nuevo Misal Romano (1570) corregido según las directrices del Concilio de Trento y la Contrarreforma, hubo cambios y también omisiones. Una muy significativa fue precisamente esa. En adelante, dejó de decirse que pesa más la palabra de una mujer sola, convencida de su verdad, que toda la mendaz judería
Me he acordado de ello esta mañana, al echarlo de menos en el interesante artículo del profesor Juan José Tamayo, ‘La resurrección de María Magdalena’.
Muchas correcciones tridentinas del Misal y el Breviario fueron de estilo. Esta era mucho más, toda una censura de una frase antisemita. ¿Fue por delicadeza hacia los judíos, hoy saludados por la Iglesia Romana como “nuestros hermanos mayores en la fe”? Ni pensarlo. Los judíos antes de Trento, en Trento y después de Trento, han sido siempre “los pérfidos”, los obcecados, y no se debe gastar tiempo en probarlo. Judíos y Cristianos siempre se tuvieron antipatía recíproca. Anoche mismo: si la película de Gibson parecía como picada de antisemitismo, no creo que el ‘documental’ de Cameron, 'La Tumba Perdida de Jesús', pueda presumir de irenismo, por más que se guarden hasta cierto punto las formas.
La hostilidad judeo-cristiana es patente en los evangelios, exacerbada en el de Juan, y andando el tiempo quedará dignamente correspondida en el Talmud. Lo que ya en tiempos de Jesús empezó como disputa familiar judeocristiana, terminó en aversión entre cristianos y judíos, sin que siempre quede claro qué tenga que ver el propio Cristo en el entuerto.
Además, ¿qué Cristo? La crítica aplicada a los Evangelios y demás fuentes cristianas aprendió a distinguir entre el Cristo de la Historia y el Cristo de la Fe. Por supuesto, este segundo es el más importante de los dos, y tal vez el único a tener en cuenta; pues el otro, el personaje histórico, es casi imposible de reconstruir documentalmente.
Esto es lo que me hace especialmente estomagante el engendro de James Cameron. No tanto los hallazgos de osarios en un suburbio de Jerusalén, sino el montaje tendencioso de las piezas, hasta dar por sentado que se trata de los huesos de Cristo y Señora, doña María Magdalena, con probabilidad rayana en certidumbre... ¡a la luz del ADN mitocondrial! Suena rotundo.
Durante siglos, los creyentes se las arreglaron sin pruebas materiales, como si éstas les estorbaran en su búsqueda de la verdad interior.
Así la arqueología cristiana empezó tarde y mal, cuando los viejos del lugar llevaban generaciones desaparecidos, y ningún viviente recordaba con exactitud dónde estuvo la cuadra de Belén, la roca del Calvario o el Cenáculo. No importa. Todo iría apareciendo, pieza tras pieza, sin faltar una sola.
Qué hacer con ellas, eso era otro cantar. Cuando toque encontrar los clavos de Cristo y llevárselos al emperador Constantino, no se le ocurrirá mejor empleo que encargar le forjen con ellos un freno para su caballo y alguna otra chuchería. (Lo cuál, con ser tan cierto, no quita para que los mismos clavos, tres o cuatro, todavía anden por ahí.)
A falta de herramientas tan científicas y seguras como las que alimentan el papanatismo moderno, en tiempos antiguos las tumbas y otros objetos ocultos se localizaban en sueños. Un sueñecito, y he aquí la tumba de san Esteban Protomártir, o la de san Gervasio y san Protasio . ¿Y la de la Virgen María? Pues una siestecita, y caso resuelto. En el documental de Cameron no interviene la oniromancia, pero las corazonadas a tiro fijo vienen a ser idénticas. Así, cualquiera. Lo malo es que la investigación arqueológica seria no suele funcionar de ese modo. Ni en Jerusalén, ni en Veleya.
En las cosas de la fe, allá cada cual si no se mete con nadie. La creencia sincera puede hasta dar envidia al que no cree. Un tramposo metido a redentor de creyentes produce asco y desprecio.

2 comentarios:

  1. No me quiero exceder en mis alabanzas, pero de verdad, se las merece todas. Un placer leer tal concentrado de datos y tan bien traidos.Quería comentar con respecto a esa pasión viviente que usted vió hace seguramente muchos años, que Rambal tenía un repertorio eniorme, que en sus giras por provincias representaba cada día y que el propio Rambal anunciaba para el día siguiente. Pues bien, lo oí contar nada menos que a Savater. Un día de Semana Santa , aquí, en un teatro donostiarra ¿quizás en el Victoria Eugenia?,representando La Pasión, cuando ya expira Jesús y antes de caer el telón, levanta la cabeza y anuncia desde la cruz la función del día siguiente, exortando a los espectadores a que acudan sin faltar. Este Rambal tenía que ser un casta. Había un dicho: ¡Tienes más cuento que Rambal!... Por cierto, una hija de este señor, a la que tuvo de muy mayor. suele trabajar para el Festival de Cine de San Sebastián. La saga continúa...

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  2. Efectivamente, Pussy, Rambal (padre) era polifacético infatigable. Cerrado el calendario penitencial, creo recordar que volvía con una opereta, 'Los sobrinos del Capitán Grant' o algo así. Era engolado y sobreactuante, pero absolutamente sincero y profesional.
    El público a veces se burlaba cruelmente de él. Oí contar que una vez, en plena actuación, se abrió alguna puerta del teatro y entró una ventolera. Un chusco del gallinero, imitando la voz de Rambal, exclamó: "¡Pe-do-ro, a-ta-ranca esa puerrrta!"

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