martes, 31 de marzo de 2009

EL SENTIDO DE LAS PALABRAS


Monseñor Juan María Uriarte ofreció ayer en el Fórum Europa su idea sobre 'el papel de la Iglesia en la pacificación', y esa cortesía suya merece atención cortés y crítica de su público.

No he tenido la oportunidad de asistir a la conferencia, aunque la creo bien reflejada en resúmenes y citas de prensa. La doctrina del obispo de San Sebastián sobre la cuestión vasca es conocida, sobre todo por su libro-testamento episcopal, Palabras para la Paz. Una pedagogía evangélica. Testamento coherente con el proyecto pastoral del propio don Juan María al inicio de su pontificado, nueve años hace: «Promover la pacificación y la reconciliación».

Esa doctrina ha recibido reproches, que el propio obispo deplora. Por lo visto, en casi una década de hablar, no se le ha entendido bien. Mire a ver si sus mensajes en este tiempo han sido no sólo coherentes, sino tal vez equívocos también. Como hacían los juristas antiguos, hay que empezar siempre precisando el sentido de los términos, remitiéndose a un glosario ad hoc: De verborum significatione ('Significado de las palabras').

Dos veces he marcado la palabra pacificación. Digna de meterse en el glosario de la cuestión vasca; junto con otras, como conflicto. Tal vez al obispo le resulten claras; pero si no se le entiende bien cuando las emplea, por algo será.

Pacificar es un verbo de acción, a base de paz + hacer. ¿Unívoco? Pues parece que no. Ante todo, no es lo mismo pacificador que pacífico. Ambos llevan los mismo componentes, pero uno es activo, y el otro no necesariamente ('pací-fico', como 'magní-fico', 'especí-fico'…). El hombre pacífico no se mete con nadie, aunque a lo mejor tampoco interviene para apaciguar, si ve que otros riñen.

La Historia registra a algunos personajes como el Pacificador. El que hace, pone o impone la paz. Cualquier paz: justa, injusta, ominosa, paz de cementerio… Nuestro Pacificador más ilustre fue el general Espartero (el "Príncipe de Vergara"), que no llevó el título a la galería de reyes como Baldomero I, porque –con buen acuerdo, y sin hacer caso a la importunación de su señora– rechazó la corona de España. Otro 'pacificador' del mismo siglo fue el general Pablo Morillo. El epíteto que le aplicaron los realistas se convirtió en sarcasmo, entre los insurrectos bolivarianos, por sus métodos supuestamente expeditivos para pacificar Nueva Granada. Formas menos drásticas de pacificación pueden llamarse, para mayor claridad, apaciguamiento. Hay, pues, muy diferentes modos de pacificar, en casos como el que Uriarte y otros muchos llaman «el conflicto vasco».

He aquí otra palabra conflictiva: conflicto. ¿Clara, para monseñor? Veamos. No es lo mismo el conflicto entre dos litigantes ante la justicia, que el conflicto provocado en la sociedad por un alboroto violento. De entrada, en la cuestión vasca no se trata de un conflicto, sino de varios fenómenos empaquetados juntos bajo esa etiqueta única. O dicho con exactitud, varios conflictos diferentes:

Conflicto tipo 1. Una parte de la ciudadanía del teritorio español aspira a la autodeterminación e independencia más o menos radical respecto a España. Este conflicto es perfectamente normal y tiene sus cauces de planteamiento y solución en Derecho nacional e internacional. Ahí entra el diálogo, los acuerdos, arbitrajes etc., porque se trata de un conflicto pacífico de suyo. Aun así, si se crispa y se agría, bienvenidos los mediadores, pacificadores y hombres buenos, sean o no obispos.

Conflicto tipo 2. Una parte de la misma ciudadanía se mete en alborotos, asonadas, atentados, terrorismo… Es lo que el lenguaje ordinario llama gente conflictiva. Aquí no hay conflicto pacífico, y sí un comportamiento antisocial. Este tipo de conflictos tiene otras vías de solución, partiendo del brazo coercitivos de la autoridad en defensa de la paz en el orden. Bienvenidos de nuevo los predicadores de paz, también los obispos; pero aquí el pacificador nato es el poder público.

¿Qué pasa si personas del conflicto tipo 1 adoptan la estrategia del conflicto 2, y reivindican su causa con violencia? Pues que la causa en sí sigue siendo igual de legítima, pero ellos se han deslegitimado para defenderla. Han cambiado de conflicto, o bien a un conflicto han añadido otro diferente, da igual. Lo que no se sostiene es seguir hablando de un mismo conflicto. Que es lo que hace Uriarte, coincidiendo en ello con los nacionalistas vascos en general, los que pretenden reducir todo el caso vasco a aspectos diferentes de un mismo conflicto entre dos partes.

Es comprensible que la estrategia política nacionalista simplifique así las cosas. No lo es, en el caso de un obispo; y de veras, no creo a monseñor Uriarte tan ingenuo, cuando habla de «comprender el conflicto vasco en toda su extensión», para luego referirse a realidades muy distintas: nacionalismo y terrorismo; también a derechos humanos, o a sufrimiento de personas.

De esa confusión, ingenua o resabiada, nacen absurdos, como pretender que la cuestión vasca se puede resolver en su totalidad por vías exclusivamente pacíficas, y que un instrumento para ello es el «diálogo entre las partes en conflicto». ¿Cuál conflicto, qué partes? Eso, de ser cierto, lo sería sólo para el conflicto vasco de tipo 1, no para el otro conflicto vasco de tipo 2. En éste, la represión es, además de útil, obligada y exigible a todo buen gobierno, mientras que el «diálogo entre partes implicadas» carece de sentido. Dicho sea en términos de convivencia en paz justa; reconociendo a la vez que la política es más sutil y compleja. Pero este último aspecto, supongo, cae fuera de la competencia pastoral de un señor obispo.

Hemos examinado sólo un par de términos –pacificación, conflicto–, y vemos lo que dan de sí. Por ahí podríamos seguir con reconciliación, normalización, pueblo, nuestro etc. En toda esta cuestión vasca, el problema no es el bilingüismo y lo que tienen de intraducible los idiotismos de una lengua a la otra. El problema de las acepciones, sinonimias, ambigüedades y equívocos se da igual dentro del castellano y dentro del vascuence.

Santo Tomás de Aquino dedicó parte de su precioso tiempo a estudiar si todos los ángeles son de la misma especie, o cada uno de especie distinta. Aquella preocupación del Doctor Angélico tal vez no alcance ya a monseñor Uriarte, como teólogo moderno. Pero como pastor de los de toda la vida, no puede ignorar que hay conflictos humanos de distintas especies, y no todos se pacifican igual.

Hay que empezar siempre por definir los términos del debate. Es parte de la solución. A veces, la solución misma.

sábado, 28 de marzo de 2009

NACIONALISMO DEMOCRÁTICO NACIONALISTA

El mes pasado me referí aquí mismo a textos que me gustan porque (no aunque) no me dicen nada nuevo. Era a propósito de un artículo de Juaristi: 'País Vasco: ¿Fin del ciclo nacionalista?'.

La misma sensación placentera he tenido esta mañana. Anoche estuve garabateando en torno a un tema que me intriga. Y he aquí que me desayuno con mi proyecto de artículo acabado, en letras de molde. No con mi nombre, naturalmente, y desde luego, mejor concebido y parido que en mis palotes. En suma, el artículo del profesor Aurelio Arteta, 'Sin miedo al frente', me ahorra la labor de reescribirme. Con retitularlo a mi modo, queda suficiente.

Al hablar ahora y siempre de nacionalismo, me refiero al que nace de una voluntad de poder exclusivo y excluyente, no al folclórico y verbenero. Es que, por edad, soy heredero de la distinción (ya anticuada), regionalismo vs. separatismo.

La toma del poder nacionalista empieza por la perversión y apropiación del lenguaje. Empezando por el pronombre personal, nosotros. Palabra pervertida, cargada de explosivo. No 'polvora del Rey'; pólvora de verdad, para fuego real. «Gu ta gutarrak» era el título de un cuento satírico de los años 70. Por desgracia, no es sólo eso, sino una realidad social escrita con sangre indeleble.

La Democracia a secas, la de todo el mundo, no interesa porque no sirve. Se re-crea, como 'verdadera democracia', o para entendernos, 'democracia nacionalista'. Los nacionalistas no la llaman así; al contrario, adjetivan con desprecio la democracia que les es ajena: 'democracia a la española', por usar un ejemplo bien conocido por estos pagos.

A partir de ahí, el diccionario es suyo. La sintaxis, la prosodia y ortografía, todas suyas. Lengua, símbolos, ideología, sistema. El paso siguiente es apropiarse el territorio y el pueblo: «Los vascos para Euzkadi, Euzkadi para Dios» Arana dixit, y cualquiera puede rumiarlo, con los pintxitos y la sidra, en la barra de cualquier bachoqui. Todo lo que no es nuestro nos es contrario.

¿Nacionalismo totalitario? Cuestión abierta, para mí. Supongo que hay totalitarismo no nacionalista, al menos en teoría. La 'dictadura del proletariado' en versión nacionalista sería algo grotesco –todo lo grotesco que suena, y que es, el 'socialismo' o el 'marximo-leninismo' en boca del abertzalismo radical–.

Lo que veo menos claro es la pregunta inversa: si cabe nacionalismo no totalitario, o que no propenda a serlo. Concedamos el beneficio de la duda, para seguir hablando de 'nacionalismo democrático'. En todo caso, su democracia no es la común. Es una 'democracia nacionalista'. Y así, para referirnos a un hipotético nacionalismo no totalitario, no bastará llamarlo 'nacionalismo democrático'. Habrá que precisar: 'Nacionalismo democrático nacionalista'.

Es la única forma de definir a un nacionalismo que sigue enredando con el lenguaje. Que al juego democrático adverso lo llama 'golpe institucional', o apela a 80.000 razones para, desde la oposición, «seguir cumpliendo el mandato (¡?) de gobernar este país, en las instituciones ydonde sea».

Un nacionalismo que sin pudor reclama como suyas las voces y los votos nulos de estas últimas elecciones. Votos que son «precio de sangre»; voces que son «la voz de la sangre fraterna que clama». Para no ponerme demasiado bíblico, sólo entrecomillo y excuso las citas. También esta otra: apelar a esos votos, es como pedir que esa sangre inocente de mártires de una Democracia que no es la suya caiga sobre sus cabezas. También sobre las de los nacionalistas demócratas nacionalistas.

martes, 24 de marzo de 2009

«Habrá que cambiarlo…»


En la Pedagogía clásica, el libro de texto escolar era la quintaesencia de lo que se daba por cierto y comprobado. Como el catecismo. No eran lugares de acogida para las quaestiones disputatae. Tampoco para 'novedades' –término que siempre llevó a cuestas un remoquete desconfiado, peyorativo–.

Sólo en algunos atascos de la Ciencia, la duda generalizada llegaba al escolar a través del libro de texto. Por ejemplo: «Combustión. En la actualidad, los sabios discuten si en ella interviene un principio o substancia llamada flogisto.» Era el máximo permisible.

La aceleración del descubrimiento científico no violó, en principio, ese compromiso con la honestidad informativa de cara al niño, especialmente en la selección y exposición de los 'rudimentos', o dicho con más finura, 'elementos' (στοιχεα) de conocimiento útil y culto; de ahí lo de 'enseñanza elemental'.
Eso no va con nosotros. En Euskadi, un 'descubrimiento' importante, qué digo, 'revolucionario', entra en los manuales escolares con más prisa que la que se da la ciencia para desmentirlo.
En efecto, dos años y pico han mediado entre el anuncio de la glíptica veleyana y su rechazo oficial por fraudulenta. Demasiado tiempo, en opinión de muchos, para lo que desde el principio se reveló un camelo, se mire por donde se mire. Pero aun así, un intervalo insignificante, para lo que suelen tardar en decantarse las nuevas 'verdades' llamadas a integrarse en el bagaje de la instrucción primaria.
Pues bien, todavía está el país que no sale de su sonrojo por el escándalo de Iruña-Veleia, y he aquí que unos particulares descubren estupefactos que la gran mentira ya está en letras de molde (¿con ilustraciones, tal vez?) en manuales de enseñanza escolar.
El hecho ha sido denunciado el 23 de marzo por la Federación de la Enseñanza de Comisiones Obreras. Según los denunciantes, la referencia a Veleia recibió el plácet de los responsables de supervisar los textos de los libros el 14 de febrero del pasado año, es decir un mes después de ponerse en marcha la comisión de expertos y cuando las sospechas sobre la falsedad de las inscripciones de temática cristiana y sobre las primeras palabras del euskera eran 'vox populi' desde hacía más de doce meses.
«Los responsables»; sí, pero ¿cuáles? «La Dirección de Innovación Educativa y los Berritzegunes.» Los berritzegunes (centros de innovación) son fáciles de localizar en el mapa. Menos fácil es determinar en qué proporción combinan tecnología y pedagogía con adoctrinamiento. Es un caso más de la afición nacionalista por la jerigonza organizativa a su aire. Habría que ver a título de qué esos centros ejercen control sobre los contenidos de la enseñanza escolar. En este caso, sería ingenuo preguntarse por qué ese afán de poner 'a la última' los libros que ha de manejar la infancia vasca. Todo vale, si es para hacer patria.
«El libro –de la editorial Anaya y, en concreto, de su sello Haritza, especializado en la elaboración de materiales educativos en euskera– sirve de texto para el estudio del área denominado Ingurunea (Conocimiento del Medio). En su página 82 hay un capítulo dedicado al tratamiento de la información y a la tecnología digital en el que textualmente se dice (traducido al castellano): "Aquí también, en nuestro pueblo, se utilizan diferentes materiales para escribir... Las primeras palabras se escribieron en piedra... En Iruña-Veleia, a 10 kilómetros de Gasteiz, se han encontrado palabras en euskera. Están escritas en letra mayúscula como 'JAN, LO, EDAN, ZURI, GORRI, URDIN'..."».
COMER, DORMIR, BEBER; BLANCO, ROJO, AZUL… No se olvide que estos 'hallazgos' tuvieron lugar –siempre según la fantasía del arqueólogo en jefe– en un paedagogium, una especie de ikastola, o tal vez un berritzegune, que por lo visto funcionaba allí, ya en el siglo III-V, dirigido nada menos que por un maestro de importación. Egipcio, por más señas.
Formulada la denuncia de lo que es, más que un error, un atropello sin paliativo, un portavoz del consejero de Educación en funciones, Tontxu Campos (EA), se limitó a señalar que «habrá que cambiarlo». Elocuente laconismo. «Habrá que» (¡?) ¿Quién, cuándo, cómo? ¿Responsabilidades?... ¡Pues y lo de «cambiarlo». ¿Cambiarlo por qué? ¿Cómo se 'cambia' una mentira?
Claro que si sólo se tratara de esta única mentira, tal vez el 'cambio' ocuparía poco espacio. Pero, ¿y de Geografía, de Historia, cómo están los libros escolares?
Con estos misioneros de la construcción nacional, ni la tabla de sumar está a salvo.

domingo, 22 de marzo de 2009

EPISTOLAS INMORALES

La epístola o carta literaria es un género convencional que, adoptando la estructura formal de la carta, con otros formalismos del género epistolar, busca crear una relación especial entre el autor y su público.

Este género convencional admite tantas variantes como las situaciones que dan origen o pretexto a las cartas propiamente dichas: intercambiar información, comunicar afectos, pedir y dar consejos, pedir dinero y denegarlo, y así sucesivamente.

Hay cartas en prosa y en verso. En éstas, la métrica más común es el terceto, que da un peculiar encadenamiento discursivo, sentencioso, cuyo modelo es la Epístola moral a Fabio, de Fernández de Andrada . Unas y otras pueden ser prosaicas o poéticas.

De la epístola poética se ha dicho que "es quizá la poesía más cercana a la prosa". Esto se cumple por partida doble cuando el presunto poeta es un versificador pedestre

La preceptiva literaria neoclásica que me hicieron estudiar metía las epístolas en la poesía lírica didáctica. Bien entendido que la materia enseñable incluye la moral y la axiología o estudio de los valores. La referencia clásica es Horacio, como autor de una Epístola a los Pisones, sobre preceptiva literaria o arte poética, más una serie de Epístolas morales, donde inculca pautas de conducta de inspiración ecléctica, epicúreo-estoica.

La epístola moral es un género flexible. Tan flexible, que admite hasta su contrario. Así, la muestra que pongo para ilustración de epístola moral poética va a ser la primera de una serie de Epístolas inmorales, en versos rigurosamente prosaicos. Tampoco el argumento ayuda mucho, si eso puede valer en descargo.


Inmoral Primera

No me mueve el amor, Juanjo Ibarretxe
Marcuartu, a dirigirte esta misiva,
ni el odio, o la esperanza que aproveche.

Muéveme a compasión, lágrima viva,
comparando tu ayer con el presente,
ver cómo va tu casco a la deriva.

En verdad, lendakari, no es frecuente
topar tan de la noche a la mañana
con qué frescura la Fortuna miente,

y verse aquél que con holgura gana
burlado perdedor polvo mordiendo
y trasquilado el que iba por la lana;

o tener que escuchar que hora va siendo
de bajar del rocín que tantos años
ha venido llevándote y trayendo.

Noche de mieles y de desengaños,
Nonas de Marzo, cuando tu sentencia
de muerte firman treinta y ocho escaños.

No anduviste sobrado de prudencia
cuando anunciabas que tu tripartito
ibas a repetir con prepotencia.

¿Es que no vistes en el cielo escrito
ese signo fatal de la mudanza?
¿o es que a ti el cielo no te importa un pito?

Si hubieses, adivina adivinanza,
largado tus dos socios a paseo,
y a los sociatas ofrecido alianza,

serías nuevamente corifeo,
Idoia y Patxi vicepresidentes,
«¡hágase en nos», diciendo, «tu deseo!»*,

Pues toma llanto y rechinar de dientes
en las crudas tinieblas exteriores,
donde van de las urnas los ausentes.

Pero tampoco por los tuyos llores
negro futuro como plañidera,
que negro no ha de ser, los hay peores;

y lo más doloroso que os espera
no por cierto será tripa vacía
ni calderilla en la cartera huera,

«ni saeta volante por el día,
ni el incurso y demonio meridiano,
ni el cuidado que ronda en noche fría»
**,

ni con tristeza en el otoño cano
vejez verás venir pobre y en cueros,
una delante, otra detrás la mano.

Ya se sabe que, en chollos y dineros,
lo prestado a la patria con usura
a cobrar estáis siempre los primeros.

Otra va a ser tu cuita y desventura.
Y de eso en éstas quiero hablar contigo,
que aunque lo tuyo ya no tenga cura,
no cuesta, y valer puede, pie de amigo.

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*) Lucas 1: 38.
**) Salmo 90: 6 (Vulgata).

sábado, 21 de marzo de 2009

EL NACIONALISMO COMO BALUARTE FRENTE A LA ANARQUÍA

Ayer he disfrutado en profundidad con el blog de Santiago González. Ha sido una lección magistral de reducción al absurdo.

‘Aquiles y la tortuga’, ‘¿Cuántos granos son montón?’, o ‘¿Hasta dónde es divisible el átomo?’… ¡Ah, las viejas aporías! ¿Sutilezas académicas, cuestiones ociosas para gente ociosa? ¡Qué va! Si nos las vocean en la plaza, nos las quieren vender como gato por liebre, y ahora hasta se enseñan en la escuela de párvulos, antes que el alfabeto y la tabla de sumar. Cuanto antes, mejor. Al niño, atontarle pronto, que luego no se deja.

El ‘tema de composición’ propuesto por el patrón de la Argos era el ya famoso desplante a Pilar Rahola por un joven aranés, que osaba (más exactamente, oseaba) desmarcarse del bloque identitario catalanista, trazándose sus propias señas legitimadoras del Val d’Aran como nación.

De entrada, no entendí bien si el petulante iba en serio, más allá de la provocación a doña Pilar. La verdad es que eso importa menos que la contradicción nacionalista puesta en evidencia. Y en ridículo, que también.

El método probatorio fue, como digo, la reductio ad absurdum. Pero con una particularidad que lo hizo mucho más eficaz, por regocijante. El reductor no era ningún adversario de la tesis, sino el propio joven, en tanto que adepto de la tesis a ultranza, hasta sus últimas consecuencias. Si Cataluña es nación por lengua y territorio, ¿por qué no va a serlo Arán, que tiene como lengua propia el aranés y un territorio que los araneses comparten en exclusiva con sus osos?

Nuestros nacionalistas ‘periféricos’ impugnan un status quo —llamémoslo España— como si fuese una camisa de fuerza; total, para sustituirla por otra camisa de fuerza, más estrecha por cierto. Lo que en su propaganda venden como ‘liberación’ de un pueblo y territorio, no es otra cosa sino conquista de ese espacio de poder, con todo lo que contiene, gente incluída.

Todo nacionalismo se cree indivisible. Como si el proceso nacionalizador se acabara en su propia idea. No concibe imaginar que la sociedad pueda írsenos por el desaguadero de la anarquía. «Para evitar eso estamos nosotros», vienen a decir. O yo, o el caos.

¿Individuos-nación? ¡Cómo, y hasta individuos multinacionales! Te levantas uno, a medio día ya eres medio otro, y no sabes qué quedará de ti cuando te acuestes. Sólo el recuerdo crea ilusión de identidad. Holograma que no resiste la más ligera erosión de la memoria. El ‘principio de individuación’ fue uno de los empeños menos brillantes de la escolástica: bien mirado, es una contradicción en los términos.

En esas condiciones, ¿tenemos algo en común? Por supuesto. Pero nuestras afinidades, como nuestras identidades, son en vivo, no en mojama. Son afinidades borrosas, fluctuantes, cambiantes; ahora con éste, y en parte con aquél; mañana con esos y/o con otros… Exactamente, la antítesis de cualquier nacionalismo coherente. Nuestra tendencia entrópica como personas es hacia la anarquía. Frente a eso, no hay más que dos soluciones: una es racional y se llama contrato social; la otra es el nacionalismo irracional. La solución racional crea estado; la otra crea tribu.

España, Francia, Alemania, Suiza… Se pueden percibir como estados, o como naciones. He ahí una alternativa imposible para los nacionalismos reales, los que conocemos por aquí. En nuestros nacionalismos no cabe contrato social, pues todo viene dado por esencias ajenas a la voluntad libre individual.

Claro que también hay nacionalismo español, en cuyo espejo se miran los sub-nacionalismos, para denostarlo. Sin embargo, me atrevo a decir, los españolistas tienen a su favor algo que no tienen los otros. Aparte de su posibilidad de redimirse por la racionalización contractual —llámese ‘estatalismo’, para entendernos—, les asiste un mejor derecho de pacífica posesión (melior conditio possidentis). Por eso, para cambios tan drásticos y traumáticos como las anexiones o, por el contrario, las secesiones, se requiere en democracia una mayoría bien cualificada.

Volviendo a esa vieja política que es Rahola —y no estoy hurgando en su partida de nacimiento, apelando a lo que de cariñoso pueda tener el adjetivo—; la vieja política, digo, parecía sorprendida al oír que Cataluña no es monolítica. Posiblemente ella vive en Barcelona, y no se entera de la única homogeneidad ostensible en su país, a saber, la aversión generalizada a dicha ciudad, como cuerpo extraño y discordante.

Tampoco la Comunidad Vasca es monolítica, por mucho que se llame Euskadi. Tenemos la cuestión abierta de los ‘Territorios Históricos’, que a su vez tampoco son de una sola pieza, libres de particularismos.

El nacionalismo no lo inventó Franco. Pero los nacionalistas deberían estar más agradecidos al Generalísimo, y reconocerle su tesis magistral: la nación es indivisible. Sin este principio y fundamento, el mismísimo ‘Plan Ibarretxe’ sería un receta efímera, porque a ver quién decide dónde se agota la decisión. A menos, claro está, que los neonacionalistas alarmados y perplejos recurran a la sabiduría del Caudillo: el ejército como columna vertebral de la nación. Porque la lógica del osito aranés nos lleva a la conclusión ineludible de que toda nación es un conjunto de traidores a ella, por la vía del separatismo. El peligro está dentro. El enemigo natural del pueblo son los del pueblo, obedientes sólo a la fuerza.

¿Así pues, cada nacionalismo debería agenciarse su fuerza armada? Bueno, todos no. Alguno quizá ya la tenga.

lunes, 16 de marzo de 2009

BROCARDOS


De mi somero barnizado jurídico, me queda sobre todo una pequeña colección de brocardos de aplicación general. Ayer mismo, chez Santiago González, a propósito de un documento supuestamente demostrativo de filonazismo en la cúpula jeltzale, allá por los años 40 del siglo pasado, me acordaba del brocárdico, distingue tempora et concordabis iura («distingue tiempos y concordarás leyes»), fundamental en el caótico derecho antiguo, y casi olvidado por superfluo en nuestro tiempo de claridad jurídica deslumbrante.

Ante todo, no estaría de más decir qué es eso de brocárdico y brocardo.

Un barbarismo, deformación de Burcardo de Worms, decretista de los años 1000. El sabio era una mina de máximas jurídicas de alcance, a las que sin querer dio nombre. También lo dio a una de las formas del silogismo "de la tercera figura" (Darapti, Disamis, Datisi, Bocardo, Ferisson)


Esto de los brocardos como recurso argumental ha tenido sus más y sus menos. El que fue profesor mío, fallecido hace ya una partida de años, casi centenario, y muy brocardesco él mismo, nos solía decir que los brocardos eran armas de dos filos, comprándolas otras veces a pelotas rebotantes. Pelotas de doble filo, si fundimos ambas metáforas.


El abuso del brocardismo en la Baja Edad Medio trajo su descrédito, que todavía duraba en la Ilustración. La diatriba entre Leibnitz y Kestner (hacia 1710) volvió a resucitar el tema, con dictamen a favor, sí, pero "siempre que", como debe ser en cosas del Derecho. Un brocardo bien traído puede ser apodíctico. Por ejemplo, quien no parece perece. En boca de mi admirado Garibay va a misa. En boca de otros, es un refrán como cualquiera, quien fue a Sevilla perdió su silla, ¿notan qué diferencia?


Con el mismo aplomo garibayesco quisiera traer yo mi brocardo de hoy: Qui abutitur [iure suo], privari meretur. «El que abusa [de su derecho] merece que se le quite.» Este es de los buenos. Hasta santo Tomás de Aquino lo aplicó a la humanidad entera, que por abusona cayó en desgracia de Dios.


Volviendo a Leibnitz, conviene recordar el contexto de la cuestión: la situación caótica del derecho en aquella Alemania dividida y subdividida. Triste ejemplo, que tanto debería preocupar a quien le interese el porvenir de nuestra "España de las Autonomías", con eventual retorno a los reinos de taifas.


Entre nuestros caudillos de taifa, sobresale hoy como el más afortunado y carismático – también el más audaz– Ibarretxe. Este hombre ha tenido hace muy poco tiempo la oportunidad rarísima de entrar en la Historia como el partero de una nación. Él mismo ha sufrido una metamorfosis estupenda, que todavía en este momento puede consumarse, o más probablemente abortar. Tomando por vía de ilustración el modelo de los insectos holometábolos, vendría a ser algo así:


De una primera fase larvaria como vicelendacari, bien alimentado del árbol de Arzalluz, se tranformó en lendacari de partido, como lo fueran los anteriores. Una vez en ello, el propio Ibarretxe crecido se metamorfoseó en el Moisés vasco, predestinado a sacar a las tribus del cautiverio y, refundidas en pueblo, guiarlas a su destino. Un nuevo mandato habría traído para él la transformación definitiva en el eusko Josué, conquistador de la Tierra Prometida.


Efectivamente, Ibarretxe ha vuelto a revalidar su carrera y su caudillismo. «El ganador soy yo», proclama con verdad y con razón; «el otro ha perdido». Pero he aquí que el perdedor, en virtud de las reglas del juego, está en vías de desbancarle, de erigirle tal vez un mausoleo político.


Para entenderlo conviene retomar la parábola entomológica. La metamorfosis definitiva de insectos es un fenómeno que se dispara cuando la hormona juvenil (ecdisona) se bloquea o reduce. Normalmente eso ocurre con la madurez sexual. Si se adelanta el proceso, el cambio se da igualmente, pero el insecto queda estéril. Es un modo de combatir plagas, sustituyendo larvas devoradoras por adultos sobrios que pronto desaparecen sin dejar descendencia.


Pues lo mismo aquí. Cuando todo parecía ir rodado, con la larva Ibarretxe/Moisés lista para otra muda y legislatura suficiente para madurar y pasar a imago Juanjo /Josué, va y se cruza Doña Aritmética, y como en las modernas plagas de Egipto, manipula el proceso, dejando al candidato nacionalista hecho una pupa sin futuro.


Ibarretxe no es de los que cejan. Y menos ahora, que ha ganado. Se lo decía su hija, la noche de la victoria: «Aita, la gente te quiere». (¡Ay, estas hijas de los jefes de gobierno, sibilas de sus papis! Como la hijita de Zapatero, cuando en pregunta socrática le mostraba magistralmente lo que distingua a las gentes de derecha y de izquierda.). ¿Qué camino tomar? Ante todo, interpretar lo sucedido.


Manipulación. El nacionalismo no habla de otra cosa: 100.000 votos sustraídos al frente abertzale.


–«Que no son tantos», replica Doña Aritmética, antes de reintegrarse a las páginas de la Margarita philosophica de Reisch. «Hay bastante redondeo por arriba. Y desde luego, muchos menos votos que los 200.000 hurtados a la diáspora vasca por el terror y la discriminación.»


En todo caso, la exclusión de aquellos votos se ha hecho en aplicación del brocardo procesal de marras. Un partido político ha abusado, y justamente se le ha privado del derecho a ser votado.


Pero… los caminos de Euskadi no son los de Madrid, dicho sea en brocárdico. El nacionalismo tiende a crear y creerse su propia legitimidad, su propio derecho. Se acata, pero no se cumple, reza un brocárdico vasco de pura cepa. Al propio Ibarretxe su brocardismo le ha sentado ante la Justicia, sin que él se sienta para nada deslegitimado. «Dialogaré hasta el amanecer», brocardiza.


Fiado en su propia legitimidad, el partido-guía se prepara ahora para seguir sirviendo a su patria y gobernando desde la oposición. Lo que este último brocardo quiera decir, pronto se verá. Fair play, desde luego no va a ser; no en esta galaxia. Aquí fair game, y gracias.


El contrincante candidato y probable lendacari ha prometido reformar el Estatuto. Mejorándolo, se supone. Pues si ha de ser así, mejor si se anda con el brocárdico del principio siempre cargado encima de la mesa. Ya se ha abusado bastante en cuanto a banderas, lenguas y mucho más. Sólo faltaría ahora la fronda contra el propio Gobierno Vasco desde diputaciones y ayuntamientos, desde la maquinaria toda de la administración, en sabotaje patriótico.


El que abusa, es traidor. Y como tal, merece ser privado de sus brocardos más sabrosos y suculentos.



sábado, 14 de marzo de 2009

¿OTRA POLÍTICA LINGÜÍSTICA? (1)


Antonio Basagoiti lo ha dicho: «El PP es el que pone y quita al próximo Lehendakari.» No es sabio, ni siquiera sensato, pero queda blanco y migado.

Sólo que ese poder es efímero, si se agota en la investidura. A partir de ahí, todo dependerá de los pactos y de la lealtad en cumplirlos. Pero el mero hecho de tener en jaque la candidatura de Ibarretxe y la eventualidad de apearle de su Olimpo, es cosa seria.

Esa virtud que un puñado de votos tiene para derribar de un solo mandoble al hombre más poderoso de Euskadi –también su político más popular, según encuestas–, y transmutar en lendacari a un Francisco Javier López, figura grisácea sin icono social, debe de tener un precio y ventaja más duradera y enjundiosa que la autosatisfacción del deber cumplido.

En estas fechas, los analistas políticos hacen cábalas sobre la calidad y cantidad de la contrapartida. No hay razón para que un indocumentado como yo eche su cuerto a espadas con especulaciones que a nadie importan, y a mí menos. Pero hay algo que no necesita muchas luces para entenderse, y tiene su quid. Qué va a pasar con la política lingüística.

El Partido Popular ha dicho que una de sus exigencias de cambio se refiere a la política sobre el euskera. Concretemos. En campaña electoral se puede decir, por ejemplo, No a la imposición del vascuence, o Sí a la libertad laboral por encima de la barrera lingüística. Eslóganes, máximas, reclamo publicitario. Bien está para orientar, como los postes en los caminos, pero con eso solo no se llega a ninguna parte.

Las proclamas de los 'populares' hasta ahora sólo han dado a entender que la política lingüística del Tripartito ha sido mala y debe cesar. Lo que me gustaría saber –yo al menos lo ignoro– es si ese partido tiene ya diseñada una política diferente sobre el vascuence, o si no tienen política al respecto, porque no la estiman necesaria.

Esta segunda hipótesis –supresión de toda política sobre el euskera–haría que más de uno se rasgue las vestiduras o enarque las cejas: «¡Cómo, que…! ¡Alguna política habrá que hacer!»

1. Unos dirán: «Si no queremos que el euskera desaparezca, hay que ayudarle. Evítese, eso sí, la imposición, el trágala, el atropello de derechos ciudadanos tan elementales como el acceso a la bolsa de trabajo. Nada de 'talibanismo', acoso o apremio, que hasta los del buen Kontseilu desaconsejan, por ser contraproducente…»

2. Otros lo verán así: «Hasta ahora se ha aplicado una política euskaldunizante in crescendo y con moto, diseñada en y para el proyecto de construcción nacional. Esta es la madre del cordero: el particularismo nacionalista, que explota el tema lingüístico para sus interesas. Una nueva política lingüística debe sanear el aspecto cultural de la lengua, purgándolo de ganga abertzale. Sobre todo en la escuela, donde la euskaldunización va impregnada de adoctrinamiento.»

Sería demasiado simplista por mi parte identificar la postura (1) con el PSE y la (2) con el PP, aunque algo de eso hay. De hecho, el Consejero de Educación Tontxu Campos ha defendido su política como continuación mejorada de la que implantó su antecesor socialista Recalde. Tampoco se observa en el PSE nada que indique voluntad de ir más allá de cierta desaceleración del proceso euskaldunizador, nada parecido a un frenazo o retroceso. No me extrañaría oírles decir que también ellos continúan y mejoran a Campos.

Por el contrario, el PP concentra en sí lo que los nacionalistas estigmatizan como 'odio al euskera'. Un odio que, reducido a escala semántica aceptable, se queda en mero antagonismo político, nada que ver con la lengua, ni con lo vasco. Cosa normal en democracia, aunque aquí, a un hombre tan mesurado y enemigo del insulto como se proclama Ibarretxe, le ha inspirado referirse al Partido Popular como «lo peor de este País» y «el mayor problema de Euskadi».

Obviamente, quienes están por la euskaldunización, siquiera moderada, esos necesitan concretar una política lingüística acorde con sus objetivos y tempo. Y ese creo que es el caso del socialismo vasco en general, que parece tener asumido que la Comunidad Autónoma Vasca, mediante un proceso de euskaldunización cultural, debe avanzar en el bilingüismo. Ello pide alguna política al respecto.

Política cultural que también puede interesar a gentes contrarias a la construcción nacional y a la euskaldunización política abertzale. Gentes que pueden hallarse a gusto en la esfera 'popular'.

¿O sea que política lingüística tiene que haberla? *

No necesariamente. Tal como está la cosa, lo mejor para vivir todos en paz serían una buenas, y mejor largas, vacaciones politolingüísticas.

La cuestión del vascuence como 'lengua propia' se ha desmadrado:

1. El sofisma de la 'normalización lingüística' –en la trama de una 'normalización' a gusto y diseño del nacionalismo en exclusiva– ha generado tensión, malestar y rechazo.

2. El mito del vascuence como signo identificador de nuestro 'hecho diferencial' ha provocado una intoxicación masiva alucinógena con síntomas paranoides.

3. El dinero invertido en este campo –con desviación de fondos incluso al extrajero– ha creado un tejido más o menos profesional, un modus vivendi para mucha gente, a cuenta del euskera.

4. El pretexto de la 'lengua débil' (más aún, 'lengua oprimida') ha sido otra palanca de promoción, sin fijar algo tan racional como sería un término ad quem, una meta realista más concreta que el 'bilingüismo real', indefinido e indefinible.

Lo de síntomas paranoides no es metáfora:

Aquí están ocurriendo fenómenos nunca vistos en el mundo, porque la sociedad vasca no está sana. No es cuestión de ideales o de intereses. Eso sería poco o nada sin el terror.

Un experimento radical como el que se realiza en la educación, con anuencia aparente de las familias, es una novedad histórica que en el fondo resulta trágica.

Trágico que no excluye lo tragicómico. Aquí, para satisfacer a la minoría de vascohablantes, hay que producirles más vascohablantes y ponérselos a su entera disposición. Interlocutores que puedan escucharles, entenderles y, a ser posible, devolverles la conversación en su lengua propia, el vascuence. Algo así no se ha visto en ninguna parte del mundo.

Pero no acaba ahí el sainete. Los que al principio eran muy pocos, ahora son bastantes más, ya tienen con quién despacharse en la lengua propia. ¿Satisfecha su sed de interlocución? Al contrario. Protestan más, porque habiendo más euskaldunes, todavía sigue sonando mayormente el erdera.

El bilingüismo experimental logrado hasta ahora es impuesto. Oralmente, sólo se practica en las escuelas donde desde el preescolar funciona la consigna: «Behin bateko, euskaraz eta kitto!» El resto es bilingüismo gráfico: anuncios, letreros, formularios…, donde el usuario busca la información en castellano. Penoso; pero es lo que hay. En áreas mayoritarias la gente habla en castellano, y seguira haciéndolo. Sólo las paredes alrededor se expresan en vascuence.

Con ese panorama, basta con distanciarse un poco mentalmente, y Euskadi parece un manicomio.

Por estas y otras razones, veo defendible la propuesta. Desde el respeto y amor desinteresado a la lengua vasca, a la española, a todas las lenguas en general. Pero sobre todo, desde la consideración a la ciudadanía:

Déjennos en paz.

No a una política lingüística en Euskadi.

* Si alguien está pensando que aquí se ventila mantener o cerrar la Real Academia de la Lengua Vasca, por ejemplo, claro está que esa clase de política lingüística no entra en consideración. Me parece que, en el momento actual, por 'política lingüística' todos entendemos otra cosa.

viernes, 13 de marzo de 2009

AGRADECIMIENTO




Ayer tarde me fui a ver Gran Torino. A la vuelta, entro en este tabuco y advierto una anomalía en el contador de visitas. Por primera vez, un pico rompiendo la cansina línea de base.
Un fenómeno así tiene como explicación el reclamo (dicho en cursi, 'efecto llamada'). «Tiene que ser gente conocida. Argonautas.» Así era. Pussy Cat había fijado en cubierta de la Argos un pasquín de este tenor:
«Buenas tardes, amigos.
Ya sé que hay millones de blogs en el mundo, de todos los temas imaginables, de mas o menos interés, bueno, una maraña monumental.
Pero hay uno que merece la pena visitar, por su finezza cultural, la sensibilidad de su creador, sabedor de que despertará pocas pasiones por lo selecto de sus temas: Y es el blog de nuestro remero Belosticalle. Y aunque él mismo confiesa que su blog no es un blog, sino un lugar donde verter sus reflexiones, yo les recomiendo darse una vueltecita por allí, que les va a gustar: BELOSTICALLE
Mi primer impulso fue responder allí mismo dando las gracias. Sin embargo, me parece más apropiado y discreto hacerlo aquí.
Querida Pussy, ha sido un honor tenerle a usted como agente publicitaria. También una sorpresa, ver a tanta gente por este desván. No le digo que me halaga, porque mentiría. Pero tampoco me molesta, al contrario. Prefiero que mi rincón se haya visto al natural, destartalado y desamueblado, como es y será si dura, para que nadie se llame a engaño. Usted tampoco, Pussy.
Gracias por su intervención. Tiene usted palco de honor en mi teatrillo, pero sobre todo en mi afecto personal. Belosticalle.

martes, 10 de marzo de 2009

Pasquinadas



Pasquino Pasquillo se llamó en siglo xvi una estatua antigua de mármol mutilada, supuesto «Hércules», que en 1501 el cardenal Oliviero Carafa hizo arrimar al palacio Orsini (luego Braschi), en la llamada Plaza de los Libreros. Era paso obligado de la procesión académica de la Sapienza –la Universidad Romana– el día de San Marcos (25 de abril), con cuya ocasión la imagen se disfrazaba y convertía en estatua parlante, mediante letreros (pasquinadas) fijados al pedestal por los ingenios del momento, pero no en principio satíricos.
Reinando el papa Julio ii, a Pasquino se le asignó un 'secretario', profesor de la misma Universidad, encargado de recoger y editar los letreros. Así se hizo a partir de 1509, con un preámbulo donde se daba una explicación del nombre popular que ya tenía la locuaz estatua: por lo visto, enfrente de ella vivió un maestrillo que se llamaba así, 'Pascualillo'.
Como digo, el tal Pasquillo o Pasquín no tenía entonces la lengua afilada que luego le creció. En principio era un pedantuelo portavoz de ditirambos y elogios a la política papal, adulador de personalidades. Pero su vocación era la sátira mordaz, incisiva.
El sucesor de Julio, León x, fue un manirroto que en breve tiempo dilapidó la fortuna amasada por aquél, por lo que hizo dinero de todo lo vendible, cargos, dispensas, indulgencias… Cuando todavía joven, pero agotado de disfrutar de la vida, muere (1 de diciembre 1521) sin tiempo para recibir los auxilios espirituales, una pasquinada daba esta explicación:

Sacra sub extrema, si forte requiritis, hora
     cur Leo non potuit sumere? Vendiderat

Lo que traduzco así:

—¡Que ha muerto sin sacramentos
papa León! ¿Cómo ha sido?
—Ya los había vendido.

La sátira no siempre es comprendida, y menos agradecida por el poder, que tanto le debe. Por eso llama la atención que la célebre estatua parlante haya sobrevivido, más aún, que sus dictados formen parte de la Historia de los Papas. El peligro acechaba más bien a los poetas o a sus mercenarios que, al amparo de la noche, se deslizaban para dejar los versos que ponían voz a la estatua. De hecho, en ocasiones especiales la policía papal montaba guardia. El riesgo podía ir desde una bastonada, hasta la cárcel, pasando por una multa, rara vez llegándose a mayores.
Pues hablando de mayores, he aquí un caso, causa mayor en lo jurídico y escatológico juntamente, aunque no puede hablarse de pasquinada. El papa san Pío v (1566-1572), antiguo Gran Inquisidor y, en lo humano, ajeno al humorismo, adornó Roma con unas letrinas públicas más que convenientes. Alguien echó de menos la habitual inscripción dedicatoria, y puso esta a la entrada:

Papa Pius Quintus, ventres miseratus onustos,
    hocce cacatorium nobile fecit opus.

Aquí no necesita el lector mi servicio trujimanesco, para reír, como rieron los que acudían a aliviarse en aquel noble cagadero, obra de misericordia de un papa santo. Pero corte en seco la risa cuando sepa que, descubierto el autor –Nicolás Franco, satírico famoso rival de Pedro Aretino–, pagó la burla con la vida, por sentencia del Padre Santo*.
Como digo, Pasquín nada tuvo que ver en ello, lo que no quiere decir que no dejó también él bajas mortales. Con todo, en la Roma papal y eterna, mordaz y descreída, el propio Pasquino era un personaje indispensable que gozó de inmunidad hasta hoy. Más aún, halló competidor en otra estatua parlante, llamada Marforio; y pasando ambos personajes al género coloquial, han dejado piezas memorables.
Hoy en día, es imperdonable visitar Roma y dar el obligado paseo por Plaza Navona, sin dar un rodeo a la encrucijada inmediata, donde Pasquín, como un cínico más, vive a la intemperie.
El Pasquín, como estatua o como simple tablón, es una institución no siempre bien vista. Por eso la sátira ha tenido que buscarse otras salidas. La más ingeniosa y al mismo tiempo original, en mi opinión, es la del papelito que se deja caer con disimulo por donde pasa gente, para que alguien lo recoja y le dé curso.
Uno de estos papeles ha venido a mis manos, y tras comprobar que a nadie nombra ni con nadie se mete, mientras no descarto una posible intencionalidad satírica, lo pongo aquí para muestra del asunto que nos ocupa: la pasquinada.

                 El Gauchori

     ¿Quién es este que al alba pedalea
perdido, eses haciendo por el Bocho,
y con voz empapada en calimocho
va preguntando por Ajuria Enea?

     Luego se apea y de su pie cojea,
porque el callo le aprieta un treinta y ocho;
de Spock orejas, por nariz Pinocho,
no se adivina quién el tipo sea.

     Ya en Sabineche, recostado al muro,
entre bascas el hígado vomita,
que apesta a tripartito en escabeche.

     Y ábate, que saliendo del apuro,
«¡Pachi, las llaves, échamelas!», grita…
¡Coño, el ciclista! ¿Si será…? Sospeche.

________________________________________


       *) Tal fue la versión para la anécdota. En realidad Niccolò Franco se vio implicado en  un proceso por difamación contra el aborrecido papa Carafa, Paulo IV –m. en 1559, bajo un chaparrón de pasquinadas–; proceso sobreseído bajo su sucesor, el Médicis Pío IV, y reactivado en el siguiente papado, de san Pío V, antiguo cliente de los Carafa.


lunes, 9 de marzo de 2009

VIAJE AL PARAÍSO

Pródromo (1)

El mito del Paraíso Terrestre no es ninguna exclusiva judeocristiana. Sin embargo, nuestra referencia cultural es la Biblia, con su narrativa del Génesis (2: 8 y sigs.). Allí se dice que Yahveh Dios plantó el paraíso de Edén, a modo de cortijo de regadío, para morada de la primera pareja humana. Usufructo gratuito perpetuo. Sin contrato, pero bajo condición. Roto el compromiso, se produce el desahucio a tierras menos fáciles. Un retén de querubes monta guardia para impedir el acceso.

El relato es de lo más escueto. Tan escueto, que ni nos damos cuenta hasta qué punto la memoria nos traiciona, y una iconografía suplantadora colma huecos y pone adornos extraños al texto. No se habla de la extensión de aquel lugar delicioso, y su localización es imposible, al menos para una geografía actualista. La referencia más precisa, a primera vista, serían los ríos Tigris y Éufrates, conocidos, junto con otros dos inciertos, el Guijón que suena como a Ganges, y el Pisón, que podría ser el Nilo, o el Indo, a falta de mejor ocurrencia.

A veces hablamos de ellos como 'los Cuatro Ríos del Paraíso', lo que sugiere una región inmensa, aunque la Biblia no dice eso, sino que "un río nace en Edén y, tras regar el Paraíso, desde allí se divide en los cuatro caudales" (Génesis 2: 10).

El más intrigante de los cuatro ríos es el Pisón, "que rodea la región aurífera de Havilá". Región que, en otra parte, se dice vecina a Ofir, para los semitas, como El Dorado. El doctísimo padre Calmet (1672-1757), que compiló toda la ciencia de su tiempo para explicar la Biblia, no gastó mucho espacio en especular sobre las coordenadas geográficas del Paraíso, aunque curiosamente, dedicó una de sus sabias y más densas disertaciones a la región de Ofir, y dónde situarla. Con una conclusión desoladora: no tenemos ni idea.

Ni idea. Esta sería el resumen exacto de todo lo que sabemos sobre un Paraíso real. ¿Se selvatizó por abandono? ¿Desapareció bajo el Diluvio? ¿Se trasladó a otra parte, a otro planeta del Cosmos? ¿Existe todavía in situ?


El mito del Paraíso Terrestre ha dado pie a muchos viajes de exploración en su busca. Y no se piense sólo en leyendas cristianas. Un intrépido aventurero al Paraíso se llamaba Alejandro Magno.

De algunos viajeros se dice que han llegado a su meta, de donde (por definición) no hay retorno. Otros creyeron haberla alcanzado, pero o bien no dieron con la puerta, o estaba cerrada, o algún otro estorbo perentorio prohibía el paso. Al no haber cubierto el objetivo, nada en principio les impedía volver. Mas, por alguna razón, para la mayoría de éstos el regreso resultó más difícil que la ida, siendo muchos los que perecieron o se perdieron por el camino.

La verdad es que, con tan luengas tierras y luengas mentiras, es de poco peso lo que se columbra del Paraíso Terrestre, salvo que es una hipótesis, como lo fue en su época la Terra Incognita, el Reino del Preste Juan o el Paso del Noroeste.

De tanto esfuerzo real o imaginario, han quedado algunos testimonios que si no aportan certidumbre sobre cuestión tan esquiva, son de alguna curiosidad. Hace años cayó en mis manos un libro titulado Las máscaras del santo, colección de leyendas hagiográficas antiguas, algunas nunca publicadas antes en lengua castellana. Dos de ellas eran viajes al Paraíso Terrestre, uno por tierra y otro por mar.

El viaje marítimo era la Navegación de San Brandán, monje irlandés, que si se trata del san Brandán histórico –el abad de Clonfert–, habría sucedido en el siglo VI. Es una bella historia nórdica, impregnada de bruma poética y misterio, aunque debo decir que a mí me desconcertó, pues como reconocía el mismo traductor, no se ve claro ni el motivo del viaje ni su desenlace. El hecho de que Brandán y sus compañeros monjes volvieron de su aventura, indica que en realidad nunca llegaron al Paraíso ni cosa que lo valga, limitándose a realizar un periplo que anduvo de boca en boca, hasta que algún amanuense registró lo que buenamente pudo, primero en gaélico, de ahí al latín y del latín al castellano.

El otro viaje, al Paraíso por tierra, era la leyenda también muy conocida como Vida de San Macario Romano. Un jesuita, el padre Rosweyde, la dio aconocer a principios del siglo XVII, según cierto manuscrito latino "de letra reciente", según el propio descubridor/editor. Dicha versión latina era bastante más extensa y detallosa que lo conocido hasta entonces a través de los leccionarios griegos bizantinos. Pues bien, este viaje resulta no menos intrigante que el anterior. De entrada, la vida o biografía del santo se reduce a su final, contada en primera persona por el propio ermitaño, a modo de confesión y testamento de alguien próximo a la muerte.

Los testigos de san Macario son tres monjes sirios, que desde el alto Éufrates y sin motivo aparente se habían puesto en camino "siempre hacia oriente, hacia el horizonte", hasta que en alguna parte de la India topan con la morada del ermitaño. Sólo al oír su narración parecen enterarse de que se hallan "cerca del Paraíso".

Y ahí queda todo. Del Paraíso propiamente, los viajeros no han visto ni las tapias. A decir verdad, la etapa final del viaje la han hecho a oscuras, como cuando a un visitante o prisionero se le vendan los ojos para que no identifique un lugar. El regreso al punto de partida se describe en un santiamén, sin las aventuras de la ida.

En suma, uno saca la impresión de que el tal 'viaje al Paraíso' es otra broma, más aún que la navegación brandaniana. Es como si la única razón de ser de la aventura no fuese otra sino dar a conocer la existencia y personalidad de un ermitaño que floreció en la India y que, para mayor perplejidad, aseguraba ser oriundo de Roma.


Antes de despedirme de san Brandán y su nave, debo hacer mención (como la hace también el libro) de la Leyenda de San Amaro, creación del siglo XVI, contemporánea por ende de la Vida de San Macario divulgada por Rosweyde.

«Estos viajes al Paraíso tienen en común el final: frustración. Aquel lugar existe, qué duda cabe, pero es inaccesible. Puedes asomarte a la puerta, como Amaro, o como Alejandro Magno verlo por una mirilla con lente ojo de pez. O, como en este cuento de san Macario, creer que casi llegas. Como moraleja, no es mala.»

Este comentario que acabo de citar es del propio autor de Las máscaras. Y tengo que estar de acuerdo con él, por ahora. Interesado en el tema desde hace muchos años, he tenido ocasión de conocer bastantes versiones de viajes al Paraíso. ¿Mi impresión? Vistas unas cuántas, vistas todas. Literatura monótona, reiterativa. ¿A qué viene entonces mi reserva, por ahora?

Pues viene a que, cuatro siglos después del padre jesuita Heriberto Rosweyde, he tenido la suerte de reencontrar su misma leyenda de San Macario Romano, sólo que más completa y detallada que lo fue la suya con respecto a los escuetos textos bizantinos. No es que a mi manuscrito le falten lagunas. Eso es casi inevitable en el género. Tampoco es fácil de leer y entender, pues de entrada es obra de varias manos, donde se reconoce la intervención de tres copistas, por lo menos; hasta cinco, tal vez…

El manuscrito que tengo a la vista está en griego, y como Rosweyde del suyo, pienso que no es muy antiguo: éste, como de principios del XIX. Una nota a lápiz en francés dice que parece traducción del siríaco; observación superflua, pues eso salta a la vista, y hasta se identifican algunas glosas en esa lengua.

Un hallazgo así pide un estudio paciente y riguroso, hasta lograr un texto digno de buena edición crítica. Esto llevará mucho tiempo, años tal vez. No hay más que ver lo que a un equipo de expertos vascólogos de nuestra Universidad le está costando sacar a luz la edición de un texto tan simple y de común alcance como es el Manuscrito de Lazarraga; y eso que es breve, y sólo una parte está en vascuence, lo demás en castellano. De todas formas, creo que la prudencia científica no va reñida en mi caso con una sana intención vulgarizadora. A ello me animan y me presionan buenos amigos de toda mi confianza.

Evidentemente, un relato que transcurre a principios del siglo V, desde Oriente Medio hasta la India y el Himalaya, con referencias a personajes y sucesos muy particulares, necesita para ser comprendido algunas anotaciones o comentarios. Dejando la gran masa de este material en reserva para la edición crítica, reduzco a lo indispensable lo que voy a ofrecer aquí, para ilustrar la traducción. Una traducción que procuro hacer suelta y desenvarada –no se tome a jactancia–, porque parto de un original premioso, calco a su vez de la redacción semítica. Un volcado más literal, sin ser más fiel, resultaría pesado y poco inteligible.

La mayor parte del documento está lista para próximas entregas. Espero entretanto ir avanzando en el resto, que no parece lo más fácil. Por ello pido a mis lectores paciencia, si mis obligaciones y achaques no me permiten servirles el pensum con la regularidad que su interés merece. Por mi parte, prometo cumplir el compromiso, hasta donde mi precaria salud lo permita. A partir de ahí, sintiéndolo mucho, no habríamos hecho otra cosa que alargar la lista de los paradisípetas frustrados.

Que tampoco pasa nada. Más se perdió en Veleya.


(Continuará)




miércoles, 4 de marzo de 2009

ESTO NO ES UN BLOG

Parodiando a Magritte, esto no es una pipa, ni tampoco un blog. Dejé de fumar el siglo pasado, y, en cuanto a pipas, no las colecciono. Tampoco tengo esa fe ni ese soplo que da vida a los blogs; esa receta feliz de ingenio, expansividad y perseverancia.

¿Qué pinto yo aquí, entonces?

Ningún misterio. Hace algún tiempo me enganché a un blog interesante. Para los de casa es La Argos, referencia náutica muy expresiva, y que cuadra perfectamente al patrón, marino de carrera. Todo ello es muy poético –como que hasta disponen de vates a bordo–, aunque la empresa como tal tiene nombre prosaico a más no poder: El Blog de Santiago González. Más conocido que la ruda y de no menor provecho.

La gente de La Argos se dicen remeros y remeras, chusma, galeotes y demás sinonimia. Desde que por vez primera subí a bordo, procuré comportarme como un hipereta más. Y sin embargo, debo decirlo, siempre me he visto allí pasajero (a veces polizón), más que tripulante.

Vaya, dígalo de una vez. Que quiere usted tener barco propio…

Tampoco es eso. Esta náutica me viene ancha, si me fijo en naves bien hechas, marineras, elegantes, activas. Pero algo de ello hay. Muchas veces, escribiendo comentarios sobre los temas que se debaten a bordo de la Argos, me sucede recortar el pensamiento, para no exceder un espacio razonable, ni derivar en otros rumbos que no vienen a cuento.

Lo que yo necesito es un dock en puerto, con un almacén –de momento, vacío– para la mercancía que no quisiera tirar por la borda. Y para eso no conozco otra solución que pintar la apariencia de un blog, avisando debajo que no lo es. Como dijo Magritte…

Eso es, eso podría ser/no ser, Belosticalle.

Talión iraní

No tengo idea de quién fue Talión, ni si tal legislador existió. Pero a juzgarle por su propia ley –el talión–, hay que reconocer dos cosas: que era justo y equitativo, y que le preocupaba sobre todo la venganza.

La venganza es un derecho (también un deber, depende de culturas) y en todo caso el talión no la exalta, la modera: un ojo por un ojo (no dos por uno). El talión será antiestético, pero no injusto.

Además, está sacralizado por la Biblia. Esto obliga en Occidente a no mirar con desdén a países como Irán, donde rige el talión incluso a título individual ejecutivo. La principal crítica que se le puede hacer al talión iraní es que discrimina a la mujer: tomando como unidad de medida al varón, ella y todo en ella vale la mitad; la mujer es sólo medio humana.

Una joven iraní residente en España, Amene Bahrami, 30 años, replantea el talión, y de rebote la cuestión no resuelta de la relación entre Derecho y Ética.

Hace 4 años, un pretendiente despechado, con una rociada de ácido a la cara, la dejó desfigurada y ciega. Ahora a ella su país le reconoce el derecho de cegarle a él, también con ácido, por lo menos de un ojo, o incluso los dos, pero pagando la diferencia, que le sale por la friolera de 20.000 euros.

Como Ameneh no está por la labor de repatriarse para ejecutar personalmente o ver ejecutar la pena, la operación la realizará allí un técnico aplicando anestesia al ojo u ojos del paciente.

El aspecto vindicativo de las leyes penales es algo que el progresismo tiende a diluir, incluso a sacrificar, en favor de otros valores tanto o más importantes, como es la rehabilitación del reo, la 'reinserción' del que se ha salido de la norma social.

La obsesión por la rehabilitación ha llegado a desvirtuar la privación de libertad, olvidando a veces que la desinserción puede ser y es a menudo una decisión libre.

Volviendo al talión iraní. ¿Repugnante venganza? Lo dejo en venganza. Desde que que el consejero de Justicia del Gobierno Vasco, el todavía en funciones Joseba Azkarraga, imparte lecciones de Ética-Derecho, con peculiar embestida contra ciertas 'venganzas' no de su gusto, me he vuelto más cauto al valorar los aspectos vindicativos de la justicia. Incluso como satisfacción a título individual. Los ojos de Ameneh son suyos, mejor dicho, eran. La sociedad sigue siendo vidente, y en su inmensa mayoría vive ajena al caso.