miércoles, 18 de noviembre de 2015

Un racista catalán: 'Constitución de las naciones'


Del Índex de La Raça, por M. Rossell i Vilar


I. i. Colectividades homogéneas
«El mundo está repartido en colectividades más o menos homogéneas.»
Este axioma fundamental parece anunciar método geométrico. Si no a la altura de la Ética de Espinosa, al menos de la Crotalogía del maestro Rojas.
«La humanidad presenta una homogeneidad decreciente, que va desde el tipus específico al individuo, pasando por tamaños colectivos de mayor a menor.»
Valga también este segundo axioma. Pero el caso es que entre el axioma primero y este segundo, el autor ha colado una pequeña falacia: la distribución estadística de la variación humana se corresponde con la distribución geográfica de los grupos más y más homogéneos:
«En una misma comarca natural se observan diferencias incluso de aldea a aldea».
No olvidemos, se trata de un experimento mental en busca de una raza humana concreta: la raza catalana, que ha de buscarse allí donde se formó y habita desde la noche de los tiempos, en Cataluña.
Hágase de mayor a menor, buscando diferencias, o en sentido inverso para «juntar caracteres comunes» hasta llegar a «colectividades completamente distintas», el experimento mental funcionará o no, según donde se aplique. La clave del éxito: elegir siempre alguna ‘comarca natural’. En efecto, estamos a punto de descubrir la piedra filosofal, la definición de ‘raza’:
«Esta colectividad de caracteres comunes, la más extensa en homogeneidad, que habita comarcas y regiones más o menos dilatadas, limitada por otras colectividades también homogéneas, es la raza.»
Es lo que podríamos llamar criterio de homogeneidad espacial cerrada, sin estructuras disipativas.
Corolario. ¿O es premisa? En todo caso, dialéctica:
«Las razas humanas no son, como determinadas razas animales, un producto de la voluntad; son una creación de la naturaleza.»
Demasiado ingenuo. Este libro va a tener más de Arte de Castañuelas que de Benito Espinosa. Vamos por partes.


I. ii. Agrupamientos artificiales
Si del mapa antropofísico, con sus colectivos homogéneos o naturales, pasamos al mapa político, el resultado es «una impresión de desorden». Todo porque «los agrupamientos políticos no se han constituido a base de la naturalidad de las colectividades homogéneas, sino de manera arbitraria».
«El tipo de estado más sencillo es, precisamente, el natural: aquel en el que la colectividad homogénea está organizada políticamente, como Portugal y Suecia.»
Este modelo sería no sólo el más ‘sencillo’, sino el ideal, según Rossell:
«Parece que las naciones humanas deberían estar constituidas por poblaciones que tuviesen en común uno o más caracteres importantes, y no que los estados se compongan de pueblos diversos.»
Ideal que no se corresponde con la realidad, donde «el estado compuesto es el que domina en la geografía actual». El ejemplo para el caso es Francia, estado unitario y a la vez heterogéneo, compuesto de grupos diferentes: alsacianos, loreneses, saboyanos, provenzales, catalanes, gascones, vascos, bretones...
Entre la ‘naturalidad’ de Portugal o Suecia y la ‘artificialidad’ de Francia (o de España, podríamos añadir), tenemos el caso ‘transicional’ de estados federalistas, como Alemania o Suiza. Bien entendido que por ahí no va el contento de un nacionalista como Pedro Mártir:
«En la práctica, una federación no es sinónimo de sociedad, cuyos miembros conserven su independencia. Es probable que Sajonia, si se quisiese separar de Alemania, o Ginebra de Suiza, no pudiesen realizarlo. La Guerra de Secesión de los Estados Unidos prueba que, de hecho, con la federación se pierde la independencia».
Como se ve, todavía no estaba descubierto el ‘derecho a decidir’, o a nadie le hacía impresión. Y tomen nota los partidarios de una reforma constitucional federalista, si así piensan satisfacer a los nacionalismos. (De ‘confederación’ no he visto nada en el libro, ni como término ni como concepto.)


I. iii. La conquista
Bien. ¿Y a qué se debe esa anomalía de los estados compuestos? ¿ese descuido de los ‘elementos etnológicos’, hasta  la aberración de formar «estados plurirraciales regidos por un mismo gobierno»? Rossell se remite a la Historia y evolución del mapa político, para descubrir que sus cambios tienen como factor principal la conquista. Conquista que no sólo crea estados e imperios, también aniquila razas.
Reculando por la prehistoria hacia «las profundidades instintivas del hombre, hasta confundirse en su parte de naturaleza zoológica», Pere Màrtir nos lleva a las raíces de nuestra violencia conquistadora (págs. 13-14):
«Los mamíferos carniceros y omnívoros de la misma especie, antes que morirse de hambre se devoran entre ellos. Ese es posiblemente el origen de la antropofagia. El hombre del paleolítico inferior, cuando no podía capturar animales, en último extremo recurría a la caza del hombre.»
Somos caníbales con tenedor y corbata. El canibalismo fue la forma primera «de conquista pura, todavía no extinguida, pues son muchas las tribus antropófagas existentes».
Con la domesticación de animales y la revolución agrícola, la antropofagia deja de ser rentable y se transmuta en esclavitud, pues es de más provecho el esclavo vivo en el ergástulo que consumido en un banquete.
Nuevos refinamientos en la técnica de la conquista («dejando aparte los desastres de la guerra»), llevarán a la dominación colonial y protectorados, donde «el vencido es obligado a ceder casi todo su trabajo, a cambio de un pequeño margen de libertad». Más ventajosa aún, la anexión del país vencido (caso Roma), o la independencia sólo nominal, bajo gobernantes de la raza vencedora (como la Galia bajo los francos). Y en fin, el no va más, lo que vemos hoy en día:
«Los estados modernos son más exigentes. Además de la anexión como en los imperios antiguos, se procurará destruir la mentalidad particular de la raza vencida, sustituyéndola por la del vencedor, procurando incluso borrar la propia memoria histórica.»
Hasta aquí no han salido ni una sola vez los nombres de España o Cataluña, pero todo el relato apunta a la relación entre ambas. Incluido el caso, traído algo por los pelos, de los jenízaros:
«Los turcos, cuenta Novicow, escogían a los muchachos más vigorosos y bellos de los países vencidos, les convertían al mahometismo, y de mayores les destinaban al cuerpo de jenízaros y al personal administrativo.» [1]
Es un modo como cualquier otro de reconocer que el tirano español también supo apreciar y sacar partido de los mejores especímenes de etnia catalana, convertidos al españolismo y elevados a grandes políticos civiles y militares. Quién no recuerda al jenízaro Juan Prim y Prats, Conde de Reus y Vizconde del Bruch, aparte de Marqués de los Castillejos y casi un virrey de España, con olvido total de sus raíces plebeyas catalanas. O a los también catalanes D. Estanislao Figueras y Moragas y D. Francisco Pi y Margall, primero y segundo Presidentes del ejecutivo de la I República Española (1873).
«Por regla general» –generaliza el autor, siempre sin mentar la bicha que más le preocupa– «el medio para sustituir la mentalidad de los vencidos por la del vencedor ha sido la escuela. En pocas generaciones, la lengua de los vencidos desciende a la condición de dialecto, quedando reducida al uso doméstico y entre gentes de oficios primitivos.»

El desenfoque es mío. Es indecente implicar a menores,
       incluso 'en bien de ellos mismos', en causas políticas
¡Ah, la escuela! La Escuela española, se entiende, aunque no se la nombra todavía. La gran corruptora de menores. La del anillo y palmetazo para extirpar del ámbito escolar toda lengua propia. La de la ‘Historia de España’, suplantadora de las ‘historias’ locales, sagas de agravio y redención…  En compensación, la escuela nacionalista será la gran industria manipuladora de cerebros infantiles para la causa.
Rossell describe con fruición el conocido proceso asimilatorio, pero su referencia no será Cataluña bajo España, sino la Francia asimiladora, donde (pág. 15)
«el Senegal y Argelia, Gascuña y Bretaña, tienen bien demostrada la fidelidad francesa; súbditos que comparten la misma pérdida de memoria racial, tanto el pobre diablo argelino como el payés provenzal, como el filósofo lenguadocino o el científico bretón».
Junto a ese modelo de conquista con asimilación existe otro que el autor llama circunstancial. Depende de la raza conquistadora, pero también de la afinidad racial con los pueblos conquistados. El ejemplo tipo de esta modalidad es Inglaterra, que asegurado el dominio político-económico deja a cada pueblo sometido gobernarse por sus propias costumbres y leyes.
No entro en esos vericuetos, que en suma lo que vienen a mostrar por comparación es lo mala y torpe que ha sido España conquistando razas. Más adelante se descubrirá el porqué. Pero veamos siquiera la calidad del argumento:
«En los dominios de raza nórdica o inglesa, la independenci o cuasi independencia se ha realizado cordialmente.»
¿De veras? Cuatro líneas arriba acaba de recordar que «la autonomía de Irlanda costó una guerra más larga que lo habría sido, si el condado de Ulster, poblado de ingleses, no se hubiese resistido a la anexión de la nueva República». Y la guerra de independencia de los Estados Unidos, ¿fue otro encuentro deportivo amistoso? Pues bien, atentos, que aquí España con Cataluña del bracete hacen su primera entrada en escena:
«En el siglo XVIII [sic] simultáneamente Portugal y Catalunya se separaron de España. La raza portuguesa se diferencia menos de la española que la raza catalana, y por eso España hizo todo lo posible por retener en su poder a los catalanes, mientras Portugal, con poco esfuerzo, recobraba la independencia.»
Debe de ser errata. Portugal se separó de la Corona de España (no de España, a la que no estaba unido) en diciembre de 1640. Aquel año en Barcelona el ‘Corpus de Sangre’ no marcó ninguna separación efectiva de España, sino una guerra civil que llevaría a una intentona separatista del Principado bajo ‘protección’ de Francia  (diciembre 1641); un paso en falso del Conseller en Cap de la Generalitat Pau Claris, que tendría como efecto el regalo definitivo de Rosellón y otras partes de Cataluña al reino vecino.
Este punto histórico se aclara sin dificultad consultando la Historia objetiva. Más difícil de resolver es el teorema ese del parecido entre razas portuguesa, catalana y española. Ni siquiera raza castellana: española. A lo Jardiel Poncela, cabe preguntar: ¿Pero hubo alguna vez una raza española?
Llama la atención que no se mencione una raza gallega, afín a la portuguesa, dado que Portugal se segregó primeramente de España (Tratado de Zamora, 1143), como condado que fue del Reino de Galicia [2]. Tampoco se habla de la famosa raza vasca. Y digo que llama la atención, porque el autor de La Raça andaba por entonces en tratos e intrigas para levantar la tríada de regiones pioneras en la desintegración de España: Cataluña, Euzkadi y Galicia. Pere Màrtir Rossell fue uno de los promotores del  GalEuzCa, más eufónico que CaEuzGal, pero menos gracioso que CaGalEus.


Rossell (en medio), en San Telmo de San Sebastián, en gira promotora de GalEuzCa


I. iv. Consolidación de la conquista
No desmerece de lo anterior el apartado sobre ‘consolidación de la conquista’. El victorioso caníbal, mejor alimentado que sus vencidos, se hace más fuerte. Pero cuidado, que con armas tan sencillas como las de entonces, cualquier Espartaco surgido de la esclavitud podía cambiar las tornas. (Si lo sabrá Rossell, tan preocupado él por ‘La defensa interior’ de Cataluña frente a la II República Española.)
Además, entre los conquistadores ya había clases, y las más bajas y desfavorecidas, o como prefiere llamarlas Rossell, «la soldadesca rasa se habría despojado del espíritu imperialista, confundiéndose a la larga con el pueblo vencido». La aristocracia así depurada aporta «los primeros elementos formales de consolidación de la conquista» y ya despuntan los reinos y las dinastías. Con lo cual, la propia aristocracia decae del espíritu imperialista y se vuelve cortesana...
¿De qué donde y de qué cuando estamos hablando? ¿De qué raza? Da igual. Ahora el mentor es Bainville con su Historia de dos pueblos: Francia y el Imperio Alemán, pág. 41:
«Bainville observa que en Francia ha habido al menos seis restauraciones»...
No exactamente. El católico integrista Jacques Bainville (1915), en la pág. 42, se remite a «un autor oscuro, aunque juicioso, que en la primera mitad del siglo pasado escribió una original historia de lo que él llamaba ‘las seis restauraciones’» etc.  
El innominado era Frédéric Dollé, autor de Historia de las Seis Restauraciones francesas (1836); pero que tampoco él se atribuía el hallazgo, cuyo verdadero padre fue Louis-Pierre Anquetil en su archiconocida Historia de Francia (1805). [3].
Taine
Pero dejando eso, que si bien o mal citado, ¿qué pintan aquí las razas? ¿qué luz proyecta una visión más o menos original y brillante de la monarquía francesa sobre el tema racial que nos ocupa? Porque la cita siguiente, de H. Taine, sobre la vida y etiqueta versallesca,  tampoco aporta nada. Da igual. A nuestro catalán Taine le cae bien, sin duda por el uso profuso y difuso que hace del término ‘raza’ como principal factor explicativo ‘científico’ en el devenir determinista histórico; por cierto, sin aclararlo como es debido. Es bien conocido su trinomio, ‘race - milieu - moment’  (raza, medio, momento), un auténtico pas-partout [4] El uso que Taine hace de ese término, para él clave, es de lo más versátil hasta hacerlo ambiguo e inútil. A menudo es sinónimo de nación (la raza francesa). «Las explicaciones de Taine en lo que concierne a la raza me parecen finalmente incoherentes», concluye un crítico suyo, Paul Lacombe [5].
Es asombroso hasta qué grado de sublimación y disfraz llega el instinto caníbal en los humanos. Superadas las estrategias de esclavitud, conquista y monarquía dinástica, los tiempos modernos conocen el desarrollo del Capitalismo nacional e internacional, que no sólo se permite negar pleitesía a reyes y gobiernos, sino que los utiliza si le conviene como títeres. El imperialismo capitalista: he ahí el novísimo avatar de aquel pobre diablo del pleistoceno, que despilfarraba todo su esfuerzo venatorio en un atracón, en vez de invertir en acciones e imposiciones a medio y largo plazo. Como los profetas bíblicos, el ideólogo de Esquerra Republicana Rossell i Vilar así lo advierte con ingenuidad encantadora a sus conciudadanos, algo proclives al culto de Mammón:
«Las antiguas excursiones de pillaje se han transformado en lucha por la posesión de terrenos petrolíferos, de minas de hierro, carbón, explotaciones de caucho etc. Por diferentes que sean los métodos, el imperialismo sigue siendo el mismo, a saber: la explotación del mayor número de razas en favor de unas pocas.»


I. v. Justificaciones de la conquista
Es difícil ser racista y a la vez cultivar un socialismo humanista, como le gustaría a nuestro filósofo catalán. La idea de raza se basa en un determinismo genético que no tiene nada que ver con la razón ni con la libertad individual. Ahora bien, la cuestión de la convivencia y conflicto entre el fuerte y el débil sólo es abordable con alguna esperanza de solución humanística sobre bases de libertad y razón.
Si se fía a las razas, y no a las élites individuales, todo poder creativo de cultura humana; si se afirma la raza como producto natural, incluso por encima de los individuos que la comparten; si se admite que la humanidad consta de razas, antes incluso que de personas (como lo común es antes que lo propio); que las razas no son todas iguales ni equivalentes, y que las razas puras son intrínsecamente mejores que las mestizas…; en ese terreno no va a ser tarea fácil refutar los argumentos del racismo radical, empezando por la ley del más fuerte y el derecho de conquista.
De hecho, el primer tropiezo lógico de Rossell viene de ignorar esa distinción entre conflictos raciales e individuales.
«Todos los argumentos que se utilizaron para justificar la conquista se basarán en la naturaleza zoológica del hombre; como si la humanidad, incapaz de crear ideas reguladoras de las acciones, hubiese de estar dirigida y sometida por los resultados de la lucha del fuerte contra el débil. Esta tesis ya aparece expuesta por el sofista Calicles» [6]:
«Las leyes son, a mi entender, obra de los más débiles pero más numerosos, que al hacerlas sólo han pensado en sí mismos y sus intereses… Pero la naturaleza demuestra ser más justo que el que más vale más tenga… Esa es la ley natural, no las establecidas por los hombres.»
La educación al uso, argüía Calicles, consiste en detectar desde la infancia a los mejores y más fuertes, para domesticarlos y atontarlos con embelecos, enseñándoles a respetar la igualdad. Hasta que aparece el hombre bien nacido, que se deshace de esas trabas y se salta todos nuestros códigos y leyes contra natura. Uno que, del esclavo que nosotros hicimos de él, se eleva a la condición de amo y señor. Entonces se ve brillar la justicia tal como ella es, según Naturaleza.
Es el manido axioma: «En casi todo, la Ley va contra Natura». (Por cierto, la base del desafío actual del Desgobierno Catalán a la Legalidad española.)
Será difícil encontrar una cita más inoportuna que la del ‘Gorgias’, para el caso. «La Ley es el recurso miserable del débil contra el fuerte», se burla Calicles. «El instinto zoológico en el fondo es cobardía», opone Rossell metido a Sócrates, porque «ante una fuerza igual se inhibe». ¡Por favor! Ceder o huir el animal ante una fuerza igual, o superior, no es cobardía, es una forma de inteligencia, según el instinto de cada especie. Pero ese no es el tema entre Calicles y Sócrates en el diálogo, que versa sobre la pólis y su ciudadanía. A nuestro autor le da lo mismo:
«La desigualdad de fortaleza es, ciertamente, una ley natural, lo mismo en los individuos que en las razas».
Con una diferencia:
«En la vida individual el período de fortaleza es casi de igual duración que el de debilidad. En las razas, la fortaleza suele tener un tiempo más corto, de manera que en la mayoría de ellas la inactividad es la regla. Pero si en el momento de fortaleza la sugestión imperialista ayuda a exaltarla, la acción es todavía más enérgica.
Un caso de estos fue provocado por el Conde de Gobineau en la raza germánica. Gobineau defendía la tesis, que la civilización se debía exclusivamente a la raza dolicocéfala y rubia, cuyos mejores representantes creían ser los germánicos».

Gobineau
En su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas (1853-1855), Joseph-Arthur de Gobineau usa efectivamente la metáfora de los organismos biológicos, aplicada a las civilizaciones, que tras su desarrollo y clímax decaen y mueren, junto con las razas que las producen. Gobineau asume la entonces nueva hipótesis lingüística de un pueblo indoeuropeo o ario, que para él es la super raza humana.
A la raza aria se deben todas las grandes civilizaciones que han existido, y que si decayeron fue por una causa biológica: el mestizaje y degeneración racial. En el momento de publicar Gobineau su obra, la reserva aria más pura está representada en Europa por el pueblo Alemán. El cual tendrá que cuidar su pureza, so pena ver arruinarse toda su empresa cultural.
Rossell no comulga con la tesis de la superioridad aria, ni con las consecuencias que de ella se sacaron (pág. 27):
«El resultado de esta exaltación racial fue la gran ofensiva pangermanista, primero de palabras, luego de hechos. El sentimiento imperialista era tan vivo, que la mayoría de los alemanes repetía las palabras del ministro de la guerra, general Schellendorf: “Anexionaremos Dinamarca, Holanda, Bélgica, Suiza, Livonia, Trieste, Venecia y el norte de Francia, del Somme al Loira”  
No comulga, pero tampoco discrepa totalmente del dogma de la desigualdad racial. Gobineau hizo escuela, pero también tuvo contradictores. Una de las respuestas más cumplidas la dio Anténor Firmin, abogado y antropólogo franco-haitiano, Sobre la igualdad de las razas humanas. (Antropología positiva) (1885) [7]. Rossell no le cita, tal vez porque no le conoce. Siguiendo con su paradigma biológico, de pronto parece que esa desigualdad es como en las poblaciones humanas, donde conviven todas las edades, jóvenes, adultos y decrépitos (pág. 28):
«La actividad de las razas no es perpetua. Algunas de las más floridas actualmente, siglos atrás valían poca cosa. Otras, por el contrario, tienen el legítimo orgullo de haber dotado a la humanidad de buenas obras. Estos hechos, que son evidentes, contrastan con la actitud de determinados autores, que creen en la inmutabilidad facultativa de las razas.»  
Una vez más, el autor nada entre dos aguas inmiscibles. Primero dijo que sin desigualdad no habría lucha entre razas. Ahora resulta que hay fuertes y débiles como hay jóvenes y ancianos, sanos y enfermos. Pero la explotación del hombre por el hombre no consiste en que los varones en la treintena se aprovechen de los niños, los viejos y las mujeres que le rodean. El paradigma no funciona así.
Entre los defensores del determinismo racial cita a un tal Ch. Woodruff, biólogo. Según éste,
«La civilización se ha desarrollado antes de que muchos pueblos colocados en situación óptima medioambiental hayan tenido tiempo para que su cerebro adquiera volumen suficiente. Al dejar de practicarse la selección, el encéfalo no ha aumentado, y tras haber alcanzado un nivel bastante alto, estos pueblos no han hecho más progreso. Es lo que les ha pasado a los chinos, peruanos y mejicanos. Ch. Woodruff concluye que las razas inferiores, que no han participado en el desarrollo de la civilización, quedan excluidas del mismo para siempre, y sólo pueden ocupar puestos secundarios.»
El Dr. Chas. E. Woodruff fue un cirujano militar estadounidense con base en Fort Riley, Kansas. Defensor acérrimo de la desigualdad de las razas, y lo que era peor, de la baja calidad de algunas, que hacía el mestizaje peligroso para el sano pueblo norteamericano. En esa línea fue colaborador asiduo en The American Journal of Insanity, antes de que la revista, por buen acuerdo, pasara a llamarse The American Journal of Psychiatry (julio 1921) [8].
El artículo aludido de Woodruff se titulaba ‘Estudio antropológico del cerebro pequeño del hombre civilizado y su evolución’ [9]. Con pretensión muy superior al trabajo y método empleado, allí se puede ver un árbol antropogénico –disputado entre Ernst Haeckel y Eugène Dubois–, con el origen de las razas humanas, que bien estuvo para cuando Rossell estudió Veterinaria. En sus conclusiones, Woodruff augura a la raza negra en el país un porvenir más oscuro que su color. Dejados de la mano de Dios y del hombre blanco, los antiguos esclavos tornarán a su condición primitiva (como en Haití), hasta la completa extinción.
Rossell discrepa, pero cita con algún respeto, porque «Ch. Woodruff es un biólogo», y ya se sabe,
«la biología profesada en los pueblos de tipo nórdico, principalmente en los Estados Unidos e Inglaterra, sustenta la eterna desigualdad de razas, sin pensar que a las de tipo nórdico también les llegará el largo período de decrepitud».
Por si sirve de consuelo…
Pasando de los biólogos a los filósofos de la historia, seguimos en lo mismo. Ernest Renan, por ejemplo [10]:
«Renan cree en una predestinación de las razas. La naturaleza, dice, ha hecho una raza de obreros: la raza china; una raza de bastajes: la raza negra; una raza de amos y soldados: la raza europea. Pero más humano que los biólogos aludidos, el filósofo bretón pensa que la superioridad de la raza europea ha de utilizarse para regenerar las razas inferiores o bastardas, ya que este destino está en el orden providencial de la humanidad.
Renan

El racismo humanista no apuntalado por argumentos científicos se queda en buenismo. Y aquí tiene su ironía ver al izquierdista catalán escandalizado cuando Renan defiende la necesidad del imperialismo, «porque en ausencia de acción exterior, los partidos de izquierda tenderían a predominar».
«Una nación que no coloniza, dice Renan, va derecha al socialismo.» «Los comunistas se equivocan cuando consideran el trabajo como origen de la propiedad. El origen de la propiedad es la conquista, por la que el conquistador garantiza los frutos del trabajo».  

Pero  lo más divertido viene ahora. No sé decir si es humorada, pues desconozco en absoluto el sentido del humor de Rossell. En todo caso, tiene gracia (págs. 30-31):
«La doctrina imperialista lo impregna todo, infiltrándose incluso entre sus víctimas, y lo que es peor, en hombres conscientes de su personalidad nacional. Tal es el caso de Prat de la Riba.
“El imperialismo –dice Prat de la Riba– es el período triunfal de un nacionalismo, del nacionalismo de un gran pueblo… El imperialismo es un aspecto del nacionalismo, un momento de la acción nacionalista: el momento que sigue al de plenitud de vida interior, cuando la fuerza interna de la nacionalidad, acumulada, irradia, se sale de madre, anega las llanuras de su alrededor”.»  [11].

Prat de la Riba
Nadie imagine una estocada a fondo contra el I Presidente de la Mancomunidad Catalana (1914), a quien tanto debía Rossell como a protector. Un pellizco de monja, como mucho, tiempos aquellos. Imperialismo catalán de menor cuantía: los Países Catalanes, sin las Dos Sicilias aragonesas, ni siquiera L’Alguer en Cerdeña. El mismo apetito pequeño-imperial del nacionalismo vasco para zamparse su Euscalerría, sin dejar nada en los bordes del plato. Empezando por Navarra. Si los navarros se dejan, claro (Constitución Española - Transitoria IV).



I. vi. Los resultados
«La política imperialista ha causado gran reducción de razas».
«Desde el Cuaternario antiguo hasta la Edad Moderna, la destrucción de razas no ha cesado».
¿Como cuántas?
«Holmes [12] reconoce en la América precolombina 22 regiones etnográficas. Cada una de ellas equivaldría al menos a una raza; pero un inventario bien hecho daría seguramente un número muy superior…»
Quede para otros lamentar el estrago en vidas humanas. Éstas valen poco y, como diz que dijo Napoleón, una noche de París las repone para nuevas masacres. Aquí se trata de razas, bienes absolutos e irrecuperables, porque son razas ‘naturales’, razas ‘puras’. Como la raza catalana.
Dejando para luego la cuestión de la supervivencia de esta raza, una de las más claras y preclaras del grupo civilizado, creada y conservada en su solar patrio desde la Prehistoria, al racista humanista de izquierdas Rossell i Vilar le preocupa la amenaza inédita que, para el sistema de razas en general, plantea el Capitalismo:
«El régimen capitalista, sucesor del imperialismo de las dinastías, ha originado en las razas conquistadas complicaciones de tal naturaleza, que en el porvenir serán causa de profundas alteraciones.»
El Oráculo de Delfos, en un ataque de lucidez. Merece responderle, como Sócrates a Calicles: «¿No ves que tú mismo largas, y largas, pero no explicas nada?»
Con todo,  es de justicia reconocer mérito de lecturas a un político ‘de los de antes’, que sabían leer y practicaban. Algunos, como D. Pablo Iglesias (Sr.) lo hacían del derecho y del revés, por razón de su oficio: era tipógrafo. Pere Màrtir nos caerá mejor o peor, pero su libro demuestra lecturas. La última por hoy, Holmes.
William Henry Holmes (1846-1933) bien pudo decirse gaditano, si nació en Cádiz, Ohio. Su ‘Manual de Antigüedades Aborígenes Americanas’ es un monumento.  M. Rossell será un racista de poco fuste, pero al menos leía para informarse. Al lado de aquéllos, muchos políticos de hoy, de toda sigla y color,  casi se gradúan de analfabetos.
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[1] La cita es de J. Novikow, Les luttes entre les societés humaines et leurs phases successives. Paris, Alcan, 1839, 752 págs.; pág. 137; citado por Rossell como La lutte etc., cfr. La Raçe, págs. 14-15. Yakov Aleksandrovich Novikov (1849-1912), en francés Jacques Novikow, fue un sociólogo ruso de espíritu humanístico internacional, pacifista, feminista y antiracista. Aunque Rossell le cita como de pasada y sobre un dato incidental, de hecho le utiliza ampliamente, por más que sus tesis básicas sobre la raza le son contrarias. Novikow rechazó la correlación entre civiliación y raza, a contracorriente de ideas racistas muy difundidas, por ejemplo, en los Estados Unidos. En este sentido puso en solfa el famoso ‘peligro amarillo’ (La péril jaune, 1897, 17 págs.) y otros prejuicios  sociales del momento, como la relación entre inteligencia y craneometría o color de la piel. Frente al concepto científico y verificable de ‘especie biológica’, destacó la endeblez científica de la ‘raza’.
[2] Alfonso Henriques (1109-1185), hijo de Enrique de Borgoña, I Conde de Portugal, y de Teresa de León, bastarda de Alfonso VI,  fue aclamado rey de Portugal sobre el campo de batalla en Ourique, 1139. Por el Tratado de Zamora, Alfonso VII de León (el ‘Emperador’), le reconoce por rey vasallo suyo. En 1179 el papa Alejandro III declaró por bula la independencia de Portugal como reino vasallo de la Iglesia. La independencia portuguesa frente a Castilla se confirmó (con ayuda inglesa) en el desastre de Aljubarrota (14 de agosto 1385).
[3] Jacques Bainville, Histoire de deux peuples. La France et l’Empire Allemand. Paris, 1915, pág. 42. F. Dollé, Souvenirs historiques. Histoire des Six Restaurations Françaises. Paris, 1836 (2ª ed., 1841).
[4] Hyppolite Taine, Les origines de la France contemporaine. L’Ancien Régime, 20ª ed., Paris, 1896, pág. 57.
El determinismo positivista de Taine le lleva a expresarlo en boutades: «La virtud y el vicio son productos naturales, como el azúcar o el vitriolo».
En su Introduction à l’Histoire de la Littérature Anglaise, V: «Trois sources différentes contribuent à reduire cet état moral élémentaire, la race, le milieu et le moment. Ce qu’on appelle la race, ce sont ces disposition innées et héréditaires que l’homme apporte avec lui à la lumière, et qui ordinairement sont jointes à des différences marquées dans le tempérament et dans la structure du corps. Elle varient selon les peuples. Il y a naturellement des variétés d’hommes, comme des variétés de tauraux et de chevaux…» Taine, Introd Hist. Litter Angl., edited with an Essay on Taine by Irving Babbitt. Boston, 1898, págs. 17-18. Como ejemplo pone «el antiguo pueblo ario, esparcido desde el Ganges hasta las Hébridas», como quien habla de una realidad tangible; y una de sus conclusiones en el libro es precisamente, a partir de un literatura,  la afirmación de una raza anglosajona.
[5] La psychologie des individus et des sociétés chez Taine, historien des Littératures. Étude critique. Paris, Alcan, 1906, pág. 15. Véase luego en esta obra el cap. 2: Construcción imaginaria de las razas anglo-sajona y latino-francesa; pp. 25 y ss.; cap. 4: Discusión de la idea de las razas en sí misma; pp. 115 y ss.
[6] En el Gorgias de Platón, que Rossell cita en catalán remitiéndose a la traducción francesa de Victor Cousin (Oeuvres de Platon, Paris, 1826, t. 3º, págs. 127 y sigs.
[7] A. Firmin, De l’égalité des races humaines. (Anthropologie positive). Paris, Cotillon, 1885, XIX+662 págs. El cap. 16, sobre la solidaridad europea, va encabezado por este lema en español:
“No hay quien desconozca, no, cómo lo idea de raza completa la idea de patria» (Emilio Castelar).

La frase está tomada de Las guerras de América y Egipto. Historia contemporánea, Madrid, La Ilustr. Española y Americana, pág. 49 (50). Hay ediciones facs.: Kessinger Publishing, LLC (2010), Facsimiles Publisher, 2015.
[8] ‘The American J. of Insanity’ vio la luz como revista mensual en 1844, editada por los Oficiales del  Asilo Lunático del Estado de Nueva York, Utica, bajo el lema: «El cuidado de la mente humana es el ramo más noble de la medicina.–GROTIUS»
(Sólo para memoria: Fort Riley fue sede del VIIº de Caballería y primer destino importante del general Custer (1866-1867), que no terminó bien para el militar.)
[9] An Anthropological Study of the Small Brain of Civilized Man and its Evolution.’ The Amer. J. of Insanity, 71 (julio 1901): 1-77.
[10] La reforma intelectual y moral, pág. 93)
[11] Enric Prat de la Riba, La Nacionalitat Catalana, págs. 129 y 134.

1 comentario:

  1. Muy entretenido este hilo, Querido Profesor Belosticalle. Muchas gracias.

    Me han hecho especial gracia dos cosas :

    - ...he ahí el novísimo avatar de aquel pobre diablo del pleistoceno, que despilfarraba todo su esfuerzo venatorio en un atracón, en vez de invertir en acciones e imposiciones a medio y largo plazo... Con esto me he reído

    - Lo de que para Prat de la Riba, la culminación de la raza ( catalana, claro ) es su imperialismo. Como estamos viendo ahora mismo, con su intento de colonizar Baleares, Aragón , y, supongo que con el tiempo, también Murcia, y puede que el resto de España, como protectorados de segunda para su nuevo Imperio Catalán.
    Y aquí tiemblo después de haber reído...

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