viernes, 17 de mayo de 2013

Nobel fáustico (y 3)


Clonación humana


Audax omnia perpeti
Gens humana ruit per vetitum nefas  
  

En octubre del año pasado,  abrí una miniserie titulada ‘Nobel fáustico’, sobre el tema de la clonación por trasplante nuclear, a propósito del tardío premio Nobel al pionero John B. Gurdon.
Y tan mini. La miniserie se me quedó colgada en su capítulo 2, como anunciando un 3 que no escribí, donde pensaba explicar el adjetivo ‘fáustico’, aplicado a este tipo de experimentos. Posteriormente volví a tocar el tema, a propósito de un experimento mental de santo Tomás de Aquino sobre clonación humana por tejido corporal no sexual de individuo adulto, y su consecuencia teológica sorprendente: tales clones no heredan el pecado original.

Estos días es noticia otra première: la clonación humana aplicada a la obtención de células embrionarias de eventual utilidad  médica [1].
Desde luego, nada de clonar individuos humanos, ni siquiera fetos. De momento, todo muy  primario, sólo blástulas con su blastocisto o primera masa celular embrionaria, como semillero de células diferenciables en distintas estirpes prometedoras: células β de páncreas, productoras de insulina; diferentes tipos de células sanguíneas de reemplazo; células de miocardio para parchear necrosis por infarto; hepatocitos (las células principales del hígado), como sustituto ‘seguro’ del azaroso trasplante; neuronas, tal vez como recambios en dominio tan complejo como es el sistema nervioso, suponiendo que funcionen como se desea… El equipo investigador que acaba de publicar su hallazgo ni se plantea la producción más o menos seriada de individuos humanos.
Ahora bien, la clonación humana se conoce desde siempre como cosa natural, aunque accidental. Los clones espontáneos se llaman gemelos idénticos o uniovulares (no simples mellizos), y como norma no pasan de dos. Pero ahí tenemos el caso del armadillo (Dasypus novemcinctus,  D. hybridus), cuya hembra tiene de un mismo ovocito fecundado cuatro crías gemelas idénticas (poliembrionía).
¿Qué llama entonces la atención en un experimento  que, hoy por hoy, es sólo un torpe remedo de la naturaleza? 

Bromeando diríamos que el haber tardado tanto. Y aun hay quien culpa al presidente Bush Jr., por su veto timorato a la investigación en células troncales embrionarias. Lo cual no tiene mucho fuste, pues eso fue en 2006 y no todos los laboratorios del mundo, ni  siquiera todos los de aquel país, carburan con dinero federal norteamericano.
Ahora en serio. La reproducción humana es complicadilla y guarda muchos secretos. La investigación por tanteo y por ensayo y error no es la más productiva, aparte de ser la menos elegante. ¿Qué morbo tiene, entonces, esta carrera de obstáculos hacia la clonación artificial humana?
Yo diría que lo fáustico. El genio romántico de Goethe se apoderó de la leyenda de un tal Dr. Johan Faust (h. 1480-1540), nigromante que pacta con el Demonio para su propio mal, transformándola en mito filosófico bello, aunque un tanto atravesado. Por de pronto, su Dr. Fausto se llama Enrique, ávido de ciencia trascendental o mística, a lo que el diablo Mefistófeles, su antagonista, sólo aporta cinismo y maestría en el celestineo.
Pero aunque haya sido el héroe trágico de Goethe (1806)–y antes, de Marlowe (1604)– el que dio pie a hablar de lo fáustico, la idea en sí es de siempre. La Biblia y la Mitología recogieron nombres de audaces descubridores e inventores que cambiaron la vida de la humanidad, no sin daño:  los ingeniosos descendientes de Caín –a los hijos de Set les dio más por la Teología («Enós fue el primero que invocó a Dios por su nombre, Yahweh» (Génesis, 4: 26)–; Noé, el primer gran arquitecto naval y gran catador de vinos… Pero sobre todo, los arquitectos de la Torre de Babel.
El patriarca Noé, en lo naval, no puso mucho de lo suyo. El proyecto y hasta los planos con sus medidas se los pasó el Señor; por cierto, antes de la experiencia vitivinícola, que esa sí fue suya, y fáustica en la resaca.
La empresa babélica fue auténticamente fáustica, por la audacia y por la tragedia que como sombra inevitable sigue a aquélla. Un instinto nos dice que hay saberes prohibidos, inventos que jamás se debieran realizar. «Traernos Prometeo el uso del fuego, y volvernos pantufleros  enclenques, todo fue uno», viene a decirnos Horacio. Pero leamos la segunda mitad de su oda, donde ironiza sobre los inconvenientes del progreso:

En vano un dios prudente
puso entre tierras mar infranqueable,
si al fin naves impías
por senderos vedados la vadean.
Atrevida con todo,
la humanidad se arroja a lo prohibido.
El audaz Prometeo
del cielo el  fuego con astucia roba,
y con él los achaques
nos trajo y la cohorte de dolencias
que aceleran el paso
hacia la Muerte, que antes  era lento.
Prueba el vacío Dédalo,
y con alas no dadas al humano
el aire fuerza, como
Hércules el infierno en su trabajo.
Nada nos es difícil:
ahora nuestra locura atenta al cielo,
así el airado Jove
no dé, por nuestra culpa, paz al rayo [2].


Lo fáustico pasa por una etapa imitativa de lo natural, para luego tomar la iniciativa y crear lo que la naturaleza tal vez produce, pero no ha seleccionado. Porque, en su ceguera estadística y probabilística, eso no toca, no funciona.
Ahí está el problema y el peligro de jugar con fuego, cuando los no ciegos del todo, pero estadísticamente cecucientes y poco informados, aventuramos una partida. Si tuviésemos información bastante, si nuestra tabla de contingencias fuese completa… ¡Ah!, pero en ese caso seríamos ‘como Dios’. Y Di0s no existe, en el sentido de que ese hipotético Crupier ausente deja jugar, y jugar, y jugar, así salte el mundo.
Eso que la Biblia llama ‘el Dios escondido’, para los ateos tiene otro nombre: desinformación. Dios –lo que va quedando de Él es lo que todavía ignoramos. Nuestra Ciencia está en mantillas, y el linaje de Jápeto será todo lo audaz que quiera, pero es todavía un cegato a rastras de su palo.

La dimensión ético-estética de lo fáustico
No se trata (sólo) de moral, aunque también. Porque la normativa ética no la creamos nosotros, nos viene dada por una ‘selección cultural’. Llena de prejuicios y otro lastre, pero con dos virtudes muy de tener en cuenta: 

1) Se formó y evolucionó en una humanidad más en estado de naturaleza que la nuestra.
2) En muchos ámbitos ha funcionado. No a la perfección, pero ha funcionado. Y los que proponen cambiarla no siempre conocen los pros y contras.

A mí me gusta la sopa caliente y la calefacción en invierno. Pero debo reconocer que el confort excesivo me vuelve catarroso y más propenso a la neumonía. Tal vez haya unos parámetros térmicos que no me conviene traspasar. 
La clonación humana  estaba cantada. Algunos hasta pretenden haberla logrado hace años. Cuestión de paciencia y también  golpe de suerte. Esta vez ha sido un golpe de cafeína. No sé si golpe de diseño, o de ‘sonó la flauta’. La histología del sistema nervioso, que llevó a nuestro Ramón y Cajal al premio Nobel (1906) –injustamente compartido con un  pobre Golgi, que ni supo bien de qué iba el invento de la neurona–, sabe mucho de esos ‘toques’ empíricos, esos ‘secretos’, esos ‘trucos’. Por algo Cajal sabía también mucho de fotografía, de la de entonces.
Lo que queda por hacer en esta línea (y seguramente se hará, si es que no se ha hecho ya de forma clandestina) –la clonación de individuos humanos– jamás debería ser una carrera hacia la meta de la prioridad, la patente, la ganacia y la satisfacción de necesidades ficticias. Traspasa la frontera de la ética y de la selección cultural. Por eso,  la carga de la prueba de sus bondades tiene que pesar muy en serio sobre los hombros de los trasgresores.
Si un día ha de ser –y no hablo de partenogénesis inducida–, creo que me agradaría más una vía a lo Santo Tomás en su experimento imaginario: dejarse de óvulos naturales e ingeniarlos sintéticos. Bandearse con una bioscopia de glúteo, por ejemplo, todo células somáticas, nada de sexo. ¿Por qué? No lo sé, algo estético, más que racional. ¡Ah!, y el vientre materno sólo  para los casos de clonación filial o adoptiva. Para las clonaciones industriales, con destino a la militancia en partidos políticos, así como para la clase de tropa ciudadana identitaria, mejor incubadoras también industriales. A lo Aldous Huxley en Brave New World (Un mundo feliz, 1932). El feto y la gestante dialogan mucho, y eso sofistica una operación donde todos los individuos de cada serie deben venir al mundo limpios, «como la calva del viejo», que decía el otroquasi tabula rasa, in qua nihil est descriptum. 

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       [1] Masahito Tachibana et al., ‘Human Embryonic Stem Cells Derived by Somatic Cell Nuclear Transfer’. Cell, 153 (2013): 1-11; 6 de junio 2013.
       [2] Horacio, Odas, 1, 3, vv. 21-40:

Nequicquam deus abscidit
prudens Oceano dissociabili
terras, si tamen impiae
non tangenda rates transiliunt vada.
Audax omnia perpeti
gens humana ruit per vetitum nefas.
Audax Japeti genus
ignem fraude mala gentibus intulit.
Post ignem, aetheria domo
subductum, macies et nova febrium
terris incubuit cohors;
semotique prius tarda necessitas
Leti corripuit gradum.
Expertus vacuum Daedalus aera
pennis non homini datis,
perrupit Acheronta Herculeus labor.
Nil mortalibus arduum es.
Coelum ipsum petimus stultitia, neque
per nostrum patimur scelus
iracunda Jovem ponere fulmina.





3 comentarios:

  1. Querido Profesor Belosticalle

    Lo de la clonación en serie, tipo "Brave New World", en úteros artificiales, con diferentes número de individuos, nutrientes y estímulos según los nasciturus fueran de clase A (la élite ), claseB ( los cuadros medios ), o clase C (los hechos nacer para obedecer y trabajar sin hacer preguntas ) , con un mensaje transmitido a cada uno de esos nasciturus, a lo largo de todo el proceso, y en su infancia, que les dijera que ellos eran los más importantes, y los mejores, precisamente por pertenecer a esa clase; A, B, o C, . Y si se consiguiera separar totalmente el sexo, y que no tuviese más significado que el placentero, y ninguna trascendencia reproductora, y si encima, cuando se hubiera producido un error, y se hubieran administrado a un embrión de tipo C, o B, los nutrientes y los mensajes destinados sólo a los de tipo A, y con ello se hubiera obtenido un individuo con las características físicas de un individuo de las clases múltiples, pero con las ideas y las capacidades de las élites... Si cuando esto ocurriera, se le diera a ese individuo la posibilidad de elegir, entre quedarse y ser asimilado a la clase A, pero aceptar el statu quo , o irse al la enorme Isla en que se mantuviera "Lo Natural", y donde, probablemente acabaría siendo un jefe,
    Si la cosa fuera de verdad así, me parecería de verdad un Mundo Feliz.

    No me gusta en cambio que se hagan clonaciones de células embrionarias destinadas a subsanar los problemas físicos de los que ya han vivido muchos años, y mantenerlos así mucho más tiempo jóvenes, y vivos.

    En cambio, como madre, me parecería estupendamente que se usaran estas técnicas para evitar o curar cierto tipo de enfermedades a nuestros hijos. Que no hay nada más duro que darse cuenta de que un hijo es mortal, y que incluso le podemos sobrevivir.

    Como siempre:
    Ha sido un placer leerle, y un privilegio que se me permita opinar aquí.

    ¡¡¡ Muchísimas Gracias !!!

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  2. Me gusta mucho la alusión literaria del final de su entrada, Maestro. Me parece una genialidad como cierre de una idea e introducción del párrafo final que la remata.

    El hecho objetivo es que se han clonado células humanas. Del blastocito al recién nacido va un mundo de procesos que se han revelado inviables en el momento actual y casi seguro, en centurias; pero tenemos a los literatos que ya soñaron todo eso y lo dejaron por escrito.

    Unos judíos (no sé si los cautivos en Nínive) vieron un zigurat y como no sabían que era, ni nadie supo o pudo decírselo, se inventaron nada menos que la leyenda de la Torre de Babel, simplemente porque algo tan impresionante tenía que ser el escenario de algo tremendo en lo que el propio Dios estuvo implicado. Como les pareció una torre inacabada, la historia fue en clave de tragedia para la humanidad.

    En la literatura antigua, el mito de la longevidad de los antiguos es una constante. Vivían más de cien años e incluso eran capaces de engendrar a los ochenta años. Nada importa que las investigaciones sobre los restos antiguos demuestren todo lo contrario. El mito de que todo tiempo pasado fue mejor se mantiene y los arquetípicos fáusticos o calderonianos se mantienen vivos, incluso entre aquellos que tienen cultura suficiente para ser capaces de centrar el tema en su justos límites.

    Las noticias de esta semana han convertido el éxito de la puesta en marcha de la reproducción de células clonadas, con ayuda de agentes como la cafeína y algún otro truco, en la antesala de la clonación humana.

    Todo es fantasía desbordada, exageración e ignorancia supina. No sé si el Viejo (como llamaba Einstein a Dios) juega o no a los dados; lo que tengo muy claro es que nuestros científicos no sabrían lanzar los dados que supuestamente usa Dios, ni siquiera con un golpe increíble de suerte.

    Me ha dejado tantas cosas que pensar, que tengo diversión para varios días.

    Como siempre, a sus pies, Maestro.

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  3. Querido Profesor:

    La posibilidad de producir seres humanos como receptáculos vivos de órganos o tejidos para futuros Faustos o Faustas me eriza el vello del alma. Hoy existe un mercado, poco conocido, pero no por ello menos real de órganos para trasplante, fuera de todo canal institucionalizado. Siempre habrá un humano dispuesto a pagar para vivir, siempre habrá un humano dispuesto a matar para vivir, sobrevivir, perdurar.

    Supongo que no debería ser muy dificil conseguir una vivisección de la mórula, que es la causa natural de gemelos univitelinos, cómo se produce esa fractura en el útero creo que sigue siendo un secreto de la naturaleza.

    Con o sin Dios, el hombre no debería arrogarse el rol creador de un ser ex novo, creo que a todos nos repugna morálmente esta posibilidad, crear células con fines médicos parece, sin embargo, loable.

    Reflexionar sobre esta propuesta suya me provoca un vértigo parecido al que experimento cuando reflexiono sobre el aborto. Arrogarse el derecho a creear la vida es tan turbador como arrogarse el derecho de interrumpir la vida humana que se desarrolla en el útero materno.

    Voy a escribir una expresión muy demodé: "contra natura".

    Gracias Profesor.

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