miércoles, 20 de junio de 2012

‘Al Rey de los Ingleses…’

  

       A mis amigos y amigos entre sí, Félix GOÑI, cantor y médico como Alfano de Salerno, y Juan Luis INCHAUSTI, jurisconsulto y maestro de cata, compañero de viaje en la jornada salernitana


No hace falta excusa para conocer Salerno. Una vez conocido, en cambio –hablo por mí–, puede que haga falta algún motivo para volver. 
Si se llega a Salerno por tren, como nosotros, lo mejor que puede hacerse es ir de la Estación  directamente al Pennello, el muelle turístico, y desde allí con un vistazo entender la ciudad. A la izquierda, la parte antigua, la vieja Salerno recostada con holgura al pie de la montaña, dominada por la fortaleza inexpugnable de Roberto de Altavilla, el Guiscardo (o Astuto, h. 1015-1085).
El pensamiento volará entonces al tiempo de las conquistas normandas, y al complicado sistema feudal, que por una parte ayudo a poner orden en un mundo destrozado por razias de vikingos, magiares, sarracenos…, pero a la vez permitía el cambio de lealtades y, en definitiva, otra forma de desequilibro. El estado de Salerno, después de los lombardos, recomienza (1076) como una aventura personal ajustada al orden nuevo.
El feudalismo fue un sistema contractual sobre protectorados (feudos) que se hicieron hereditarios con distintos nombres jerárquicos: reinos, principados, ducados, señoríos... La cúspide teórica era el rey, y más en teoría aún el emperador.
Siendo el contrato feudal voluntario, el de más arriba (señor) no podía fiarse demasiado de los de abajo (vasallos), máxime coexistiendo otro poder universal, con facultad divina de atar y desatar toda clase de nudos.
El instrumento jurídico que la monarquía discurrió para sacralizar y amarrar lealtades fue la investidura. Inobjetable en principio («todo poder viene de Dios»), de hecho tocaba también a los señoríos eclesiásticos, que por definición no eran hereditarios, de modo que a cada fallecimiento del obispo, el rey o su lugarteniente confería al sucesor la investidura. Investir un príncipe seglar a un obispo, a un clérigo en general, chocaba de frente con el nuevo orden de la Iglesia, instaurado por el papa Gregorio VII (1073-1085). Quien justo aquí, en Salerno, desterrado de Roma,  dio su última batalla por su reforma gregoriana, otro de mis atractivos para la visita.
Homo medicus
Como biólogo o biologastro, mi interés por Salerno se debía sobre todo a su Escuela de Medicina. La he mencionado a propósito de los baños de Bayas/Puzol, donde me permití una ironía venial sobre el virtuosismo de la hidroterapia antigua, casi una división de la magia. Esta vez la ironía tendría que ser mortal de necesidad, si toca emprenderla con los matasanos.
Reírse de los médicos y de su ciencia ha sido una constante histórica, hasta que vino la Seguridad Social y no cobran por recetar. «¿Qué saben éstos?»: hace unas  décadas esa pregunta se oía hasta en las salas de espera de las urgencias.
Quitando una minoría de pacientes adeptos incondicionales a la clase médica, los demás mayormente han ido a la consulta mermados por el dolor, el terror o la angustia. Y ya se sabe, los más cobardes suelen ser los que luego, pasado el susto, hablan de los médicos como de charlatanes [1]. Además, qué caramba, leamos:

       Medicaster
Fingit se medicus quivis idiota, prophanus,
Iudaeus, monachus, histrio, rasor, anus,
sicuti Alchemista Medicus fit aut Saponista,
aut balneator, falsarius aut oculista.
Hic dum lucra quaerit, virtus in arte perit.

       El medicastro
Médico se finge cualquier mostrenco o profano,
monje, judío, histrión, barbero, vieja o anciano;
el alquimista el primero, lo mismo que el jabonero,
hasta el bañero, o el impostor anteojero:
todos por la guita, el Arte al fin periclita

        ¿Qué versos son estos? Un poco de paciencia, que pronto lo hemos de ver.

Hoy nos preguntamos cómo fue posible la Medicina en la Edad Media, qué clase de terapia pudo cultivarse en Montpellier, en Bolonia, Padua o Salerno.
Es como si el coche te deja tirado y lo pones en manos de un tipo que no tiene ni idea de lo que hay debajo del capó. O quizá peor, que conociendo la estructura de bielas, engranajes y émbolos, tiene de la mecánica un concepto mágico-metafísico, a base de corrientes simpáticas y antipáticas, en relación con el ying-yang y los influjos planetarios.
El avance del siglo XVI consiste en descubrir la ‘fábrica’ del cuerpo humano, intuyendo a la vez lo que tiene de ‘máquina’. Mas no impidió a la especulación seguir dándole vueltas al macrocosmos/microcosmos y otras fantasías, mientras las facultades médicas ponen la Astrología judiciaria como asignatura obligatoria, de modo que los que entonces se llamaban físicos nunca fueron más metafísicos.
Y no lo digo por los médicos de Molière, explicando el efecto del opio por su ‘virtud dormitiva’, un chiste de teatro. Todavía hoy no se toma del todo en serio la psiquiatría –no digamos el psicoanálisis–; y de las medicinas alternativas, homeopatía y todo eso, ni hablar.
Con todo, la medicina funcionaba. Siempre funcionó. Si el animal tiene instinto médico, algo nos toca también a los humanos: homo medicus. El médico antiguo, el sanador, era ante todo un psicólogo empático, sagaz y con vocación de ayudar.
Por ahí vamos bien. A partir de ahí, casi todo lo malo que pueda decirse de aquella medicina era ajeno al propio médico. Era el peaje de prejuicios y errores acumulados como ganga cultural. Como en cualquier gremio, sólo que en éste se nota más, por la desproporción entre el fin y los medios...

En estos considerandos iba yo por Salerno, camino de la catedral, que de milagro no me perdí de los compañeros, gracias a ser la Via dei Mercanti tan recta y tan estrecha. ¿Qué quedaría de aquella famosa Escuela? Algún anfiteatro anatómico, una sala de hospital, un aula, un estuche quirúrgico, cualquier cosa me habría interesado.
Cuando he aquí que la calleja se ensancha en el Larghetto San Gregorio. Allí, a mano derecha, está la antigua iglesita de San Gregorio Magno como nueva, enjalbegada al estilo del barrio. Ya no es un templo. Se anuncia como  ‘Museo Virtual de la Escuela de Medicina de Salerno’. ¡Tan chiquito!... ¿Qué puede caber ahí?
El título ‘virtual’ respondía a la pregunta: «nada». Por lo demás, la presentación es ingeniosa, atractiva. Miniaturas de códices que se animan, que hablan y gesticulan para dar idea de cómo operaba aquella medicina. Bien está, pero la verdad, para eso no es menester moverse de casa. 

Medicina en Salerno
La Escuela Médica de Salerno tuvo de particular su origen monástico, filial de Monte Casino. De hecho, la propia catedral, consagrada por Hildebrando (san Gregorio VII, 1084), sería réplica de la abacial casinense del abad Desiderio (1058-1087).
Todavía en los siglos IX-X el cultivo de la medicina o la herboristería no registra nombres de monjes en Occidente. A partir de ahí sí, pero también se les prohibe la profesión médica de forma reiterada, como si en algunas partes se desafiara la medida, hasta fulminar la excomunión Honorio III (1217-1227).
Ahora bien, eso se refería al clero regular y al ejercicio profesional remunerado, lo mismo que la práctica forense civil, según el Concilio de Letrán II (1139):  «Los monjes y canónigos regulares no estudien leyes temporales (Derecho Civil) ni medicina gratia lucri temporalis». Por lo demás, Muratori comentando la Crónica de Monte Casino da fe del cultivo de la medicina incluso entre el alto clero [2].
Según eso, Umberto Eco imagina bien, en su gran monasterio, códices médicos iluminados, o la oficina de fray Severino de Sankt Wendel, el herbolario. Y ya que he mentado El nombre de la rosa, recordemos que el asesinato monástico medieval con veneno está rigurosamente documentado [3]
Fuera de esa relación con Casino, del origen de la Escuela no hay noticia. En su lugar se forjó una leyenda fundacional con cuatro actores: un rabino judío, un árabe, un griego y, como jefe, un latino, el epónimo Salerno. Bonita alusión a la simbiosis de culturas  favorecida en las Dos Sicilias bajo el dominio sarraceno y continuada bajo el régimen normando, luego por Federico II de Suabia [4].
Sin embargo, esa presencia judía no la confirma Benjamín de Tudela, que en su visita a Salerno conoce la Escuela Médica ‘cristiana’ y una gran aljama hebrea de 600 familias, pero ningún médico, mientras que en la vecina Amalfi una veintena de judíos cuenta con uno [5].
Entre los primeros maestros de Salerno figura Alfano (m. 1085), excelente  cantor y médico, abad de San Benito y promovido más tarde a obispo de la ciudad. Desde luego, no fue ni con mucho el único clérigo en la escuela. Esa circunstancia explicaría el poco interés de los salernitanos clásicos por la anatomía y la hidroterapia. Esto último a su vez daría base a la leyenda del ataque de los médicos salernitanos a las instalaciones balnearias de Puzol. Y aunque ya conocemos la obra sobre ‘Los baños puteolanos’, su atribución al salernitano Pedro de Éboli no es segura.
Paradójicamente, la propia idiosincrasia clerical pudo haber favorecido la promoción de matronas al magisterio, para ocuparse de la ginecología; como aquella contemporánea de Alfano, Trótula, autora de una ‘Patología femenina pre y postpuerperal’ . Es significativo que esa obra médica, alias la ‘Trótula mayor’, tuvo como apéndice o ‘Trótula menor’ una ‘Cosmética’ [6].
En fin, no se trata aquí de pasar lista de los maestros de Salerno, sus saberes y escritos; el misterioso Constantino el Africano, el maestro Cofón, el célebre valenciano Arnaldo de Villanova, Pedro de Éboli o al archiconocido Juan de Prócida, el cerebro de las Vísperas Sicilianas (30 de marzo 1282).


       El ‘Regimen sanitatis’, Flor de la Medicina de Salerno


Conozcamos al menos la obra más popular que produjo aquella escuela: la ‘Flor de Medicina’ (Flos Medicinae Scholae Salernitanae). Un poema a base de aforismos, que con el tiempo se fue ampliando aquí y allá, de modo que si la primera edición impresa (1479) sólo constaba de 362 versos, en la última ese número se había multiplicado por diez. Los versos son hexámetros latinos, en gran parte leoninos, –de rima interna entre ambos hemistiquios–, pero otras veces la rima es externa, en pareados, o el verso es libre. Al meterse manus sucesivas, el resultado quedó chapucero.
Dar la doctrina en versos mejor o peor rimados fue un recurso didáctico  muy común en la Edad Media, también para estudiar la gramática, la dialéctica, el derecho  y en general cualquier asignatura. No exagero: durante siglos, muchos médicos se han ganado el pan sin más conocimiento teórico que los versos de la Medicina de Salerno aprendidos de memoria.
Consta de 10 secciones o partes, con un prólogo y un epílogo.
Partes: 1. Higiene. 2. Materia médica. 3. Anatomía. 4. Fisiología. 5. Etiología. 6. Semiótica. 7. Patología. 8. Terapéutica. 9. Nosología. 10. Arte médica.
Es, pues, todo un compendio médico, aunque su interés y enfoque se centra en la Dietética o Régimen  (Regimen sanitatis es otro título de la obra), por aquello de que más vale prevenir que curar.

El prólogo es un dedicatoria que sin preámbulo entra en materia:

Anglorum Regi scribit Schola tota Salerni.
            
¿Qué rey era ése? Quien quiera que fuese, el chauvinismo galo no lo aguantó, y algunos manuscritos franceses lo cambiaron por Francorum Regi. ¿Carlomagno? Muy descarado el anacronismo.  Felipe Augusto, en cambio  resulta tardío [7]. El candidato tradicional y más votado es Roberto Duque de Normandía, el hijo de Guillermo I el Conquistador, que pasó por la consulta de Salerno en 1100. 

Dejémoslo así, «Rey de los Ingleses»:

Al Rey de los Ingleses escribió la Escuela de Salerno en pleno:
Si te importa tu salud, si deseas vivir sano, 
deja las procupaciones y prohíbete el enfado,
tasa el vino, cena poco, no tengas por vano
tras yantar moverte, evita el sueño meridiano,
no te aguantes la meada, ni aprietes con fuerza el ano.

Vaya, la primera en la frente. Con que ahora resulta que la siesta es mala (somnum fuge meridianum), esto nos suena de algo: el peligrosísimo ‘demonio meridiano’ (Salmo 90: 6). Y qué casualidad, prescindible siempre, la siesta no hace mal en los meses en -us (ianuarius, februarius etc.), pero en los meses frescos y fríos, los en -er (september a december), es francamente dañina. 
A este poema pertenece la receta famosa:

Sex horas dormire sat est iuvenique senique,
septem do pigris, nemini conceditur octo.

(Dormir seis horas le basta al joven y al viejo;
siete para el vago, pero ocho a nadie le dejo)

Higiene. La escuela de Salerno recomienda lavarse por la mañan, en ayunas, y los ojos con agua muy fría. Lavarse las manos a menudo evita enfermedades [9]. En cuanto a los baños, atención:

«En días de ayuno, con dolor de cabeza o de ojos, con fiebre, úlcera o llaga, con el vientre lleno y en los calores del verano, fuera baños. No importa que el mal sea leve, por ahí se empieza. Si te sientes mal, mejor que no te bañes. »


El sexo (machista, por supuesto) también cuenta para la higiene: 

Carmina laetificant animum, persaepe iocosa
femina: iucundam cole, desere litigiosam:
saepe tibi vestis novitas sit especiosa,
interdumque thoro sit amica tibi generosa...

(Los cantares alegran el ánimo, y la frecuente compañía femenina. Corteja a la risueña, planta a la peleona.  Estrena a menudo ropa elegante, y de vez en cuando comparte lecho con amiga complaciente.)

Pero no, no todo el monte es orégano, la oreja clerical asoma aquí o allá, en moralinas, sexo bien reglado, más alguna franquicia escatológica:


Mingere cum bombis res est saluberrima lombis.

«Mear seis veces al día, hacerlo sin interrupción», acaba de decir, y ahora añade que mejor con efectos sonoros, para bien de la riñonera. ¿Algo más?

Prolongat vitam coitus moderamine factus
quibus sit licitus; e contra, valde nocivus.

(El coito moderado alarga la vida a quienes les es lícito; de lo contrario, es muy dañino.)

Legitimam venerem cole.  Si male captum amorem
prosequeris vetitum,  formidans munera foeda.
Ut sis certa salus, sit tibi nulla venus;
ut sis certa venus, praesto tibi sit liquor unus,
quo veretrum et nymphae prius et vagina laventur.
Lotio por coitum nova fecerit hunc fore tutum;
tunc quoque si mingas, apte servabis urethras.

(Da culto a la Venus legítima. Si mal te enamoras / y faltas al deber, cuidado con los regalos desagradables / Para salud segura, nada de sexo. / Para sexo seguro, ten a mano agua limpia, / y asea antes la verga, ninfas y vagina. / Y tras el coito, nueva loción para seguridad. / Buen momento también para mear, y así mantén el miembro en condiciones.)

«La peor forma de acostarse a dormir es la supina; / boca abajo ayuda a la tos, pero daña los ojos; /lo mejor es de lado, a ser posible del derecho». En los internados masculinos siempre se miró mal dormir boca arriba, así como meter los brazos bajo la sábana. Que es precisamente lo que se suele hacer en invierno, con grave peligro de topar con el ‘diablejo del mediodía’ . Decididamente, esto tuvo que salir de algún convento. Adelante:

Quatuor ex vento veniunt in ventre retento :
spasmus, hydrops, colica, vertigo, quatuor ista.
  
(Pedo retenido, cuatro males siempre ha traído:
espasmo, mareo, cólico, ascitis, eso veo.)

A todo esto, el guarda del ‘Museo’ nos avisa que es hora de cerrar. Hagamos, pues, una última cata. Pero que no sea de orina, por favor,  que acabamos de ver a un galeno paladeando pis de enfermo como si fuese vino de marca. Veamos… ¿Qué tal andaban de anatomía aquellos doctores? Porque en Salerno no se practicó la disección de cadáveres humanos… Pero huesos al menos sí que verían. Según eso, nuestra pregunta será facilita: A ver, ¿Cuántos huesos componen el esqueleto humano?
       La miniatura del Códice Angélico en el ‘Museo Virtual’ se anima, nos encara, y responde de carrerilla:

Ossibus ex denis bis centenisque novenis
constant homo ; denis bis dentibus et duodenis,
Ex tricenis decies sex quinque venis.

Os, nervus, vena, caro, cartilago, corda,
pelli et axungia tibi sunt simplicia membra:
hepar, fel, stomachus, caput, splen, pes, manus et cor,
Matrix et renes et vesica sunt officialia membra.

(El hombre consta de 219 huesos, 32 dientes, 365 venas. Los miembros simples son: hueso, nervio, vena, músculo, cartílago, tendón, piel y enjundia. Los miembros funcionales son: hígado, vesícula biliar, estómago, cabeza, bazo, pie, mano, corazón, matriz, riñones y vejiga.)

       Ahí queda eso. Ahora sí, cerramos el Códice salernitano. Y como todo se pega, las infecciones y también los sonsonetes leoninos, uno de los visitantes lo ha cerrado con broche de hojalata y sale  del Museo recitando:   
               Vayase al infierno tu ‘Flor de Medicina’,  Salerno.
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[1] Muy diferente es la cirugía. El cirujano, el dentista, practicante, sangrador, algebrista, comadrona, siempre han sido vistos como técnicos en su especialidad, y juzgados por su pericia en ella, al margen de su ciencia médica.
[2] Concilio de Letrán II (1139), c. 9.; en G. de Rives, Epitome Canonum Conciliorum. Lugduni, 1663, pág. 313. A. Muratori, Rerum Italicarum Scriptores, t. 4 (Milán, 1728), pág. 309, nota 4, a León de Ostia, Cronicón Casinense, 1, 33.
[3] Por ejemplo, el Cronicón Monástico de Farfa refiere con todo detalle como el abad Ratfredo murió envenenado por una pareja de monjes desalmados, uno de ellos experto en medicina (en Mabillón, Anales de la Orden de San Benito, l.43, n. 74; Paris, 1706, t. 3: 431).
 [4] Federico fundó la Universidad de Nápoles (1224) y años después dio carácter oficial a la Escuela de Salerno; pero el nivel de facultad (Studium) no lo tuvo hasta su hijo y sucesor Conrado IV (I de Sicilia, 1252), o ya en la dinastía siguiente, bajo Carlos de Anjou (Studium Generale, 1280). Por otra parte, la Escuela fue suprimida de hecho por el rey napoleónico intruso Joaquín Murat, en 1811.
[5] Benjamín de Tudela, Masa‘oth/Itinerarium, Leiden, Elzevir, 1633,pág. 16.
«Salerno, donde los cristiano [lit. los Bney Edom, Hijos de Edom, Idumeos] tienen una Escuela de Médicos. Allí moran 600 judíos, cuyos sabios son R. Judá ben R. Isaac… De allí media jornada a Amalfi, donde hay una veintena de judíos, entre ellos el médico Hannanel…»
 [6] Salvatore de Renzi, Collectio Salernitana, 5 tomos, Nápoles 1853-1859. La ‘Trótula mayor’ es el poema también llamado De secretis mulierum, publicado por Renzi,t. 4, pp. 1-24; seguido de la ‘Trótula minor’, en Renzi Liber de Ornatu mulierum, ib. pp. 25-38. (No confundir este De secretis mulierum con el homónimo apócrifo de Alberto Magno.) Sobre Trótula, el mismo Renzi, Storia documentata della Scuola Medica di Salerno. 2ª ed., Nápoles, 1857,  p. 389
[8] De san Bernardo se cuenta una anécdota humillante para los médicos de Salerno, en particular porque juega con el tan recomendado aseo de manos. Incapaces de curar a cierto personaje de mucha cuenta, el santo que se hallaba en la ciudad acudió a la cabecera del enfermo, se lavó las manos como ellos hacían y le hizo beber el agua de la jofaina. La historia figura en la Vida de S. Bernardo compilada por Mabillón (AA. SS. Augusti IV, día 20, col. 291). En francés, Vie de St. Bernard, libro 2 (por Arnaldo de Bonneval), cap. 7 ; en M. Guizot, Mémoires relatifs à l’Histoire de France, t.10, Paris, 1825, p. 299.





3 comentarios:

  1. Por lo que parece la Flor de la Medicina está muy preocupada en no reprimir el funcionamiento de los esfínteres. Pero de los cuatro males atribuidos a la retención de traque, los dos primeros (espasmo y mareo) parecen más probables en los involuntarios espectadores de los no retenidos.

    p.d. El coito moderado alarga la vida a quienes les es lícito; de lo contrario es muy dañino... si te pillan.

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  2. 'Al Maestro D. Belosticalle'

    Como dice uno de los remeros (no recuerdo si D. Artanis o D. Parmenio): Desopilante.

    Leer, reír, aprender... Disfrutar.

    Gracias, querido Maestro.

    Muy bueno también lo suyo, D. Navarth. As usual.

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  3. Me regalaron hace años un facsímil de la edición príncipe de 1762 del libro del Doctor Casal(1680-1759): «Historia natural y médica del Principado de Asturias». Fue un pionero reconocido en su época como una eminencia médica. Abría una ficha de cada paciente en la que detallaba de forma minuciosa los síntomas, el diagnóstico, los remedios, la evolución y el resultado del tratamiento.

    A parte de informaciones espeluznantes sobre la salubridad de la época, me llamó mucho la atención que, aunque alude con frecuencia a estudios de otros médicos (Friderico Hoffman tom.2 cpa. 5 de Caus. morbile fede), por poner un ejemplo textual de una referencia a estudios médicos más cercanos a él, la fuente de la que bebe constantemente es Hipócrates, a quien cita infinidad de veces en sus fichas. Eso significa que, aunque los médicos de la Edad Moderna, tenían conocimientos de tratados médicos más modernos, los estudiaban y aplicaban sus tratamientos con frecuencia, en los tiempos del Doctor Casal, la escuela hipocrática de medicina seguía siendo el referente constante de los profesionales.

    Me ha encantado su entrada maestro. Un afectuoso saludo.

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