jueves, 6 de enero de 2011

Siempre los Reyes Magos



Hace mucho que no les escribo, pero escribo de ellos. El año pasado por estas fechas les dediqué dos entradas: ‘Rey de los Judíos’ y Peregrinando a los Tres Reyes de Colonia. En la segunda me despedí «hasta la próxima». Hoy cumplo, sin repetirme, y no digo que no volveré. Una buena historia de magos ha de ser mágica ella misma, y un atributo de lo mágico es la cornucopia, el aumento indefinido, como en el cuento de Las habichuelas, o éste de los Reyes Magos. Uno de los mitos más fértiles de la cultura cristiana, y de los más intrigantes también.
Aquí conviene distinguir dos cosas: el Evangelio de Mateo, cap. 2, por un lado; y por el otro, todo lo demás. Vamos por partes.

1. El relato de Mateo…

En ‘Rey de los Judíos’ ya comenté la naturaleza del relato, a modo de cuento popular infantil con su ilusión, su desparpajo y trámite expeditivo, también su truculencia. Allí señalé la coincidencia del título regio que aplican a Cristo los Magos y la tabla del INRI.
Lo que no dije es que, precisamente por esto, el capítulo 2 de Mateo es desconcertante. Leamos el capítulo 2 de Lucas y comparemos. Éste es un relato sereno. Creíble o no, pero diáfano y desde luego incompatible con esa historia extraña y trágica que se trae Mateo.
Algo no encaja aquí. Metiendo al Niño en política ya desde el principio, Mateo contradice al Jesús adulto («mi reino no es de este mundo»), y da pie a sus enemigos, que le acusaron de agitador y falso Mesías:

–¿Jesús de Nazaret? ¡No me diga usted nada, menudo intrigante! El ‘Rey de los Judíos’. Uno que, ya de crío, tuvo que exiliarse como refugiado político, librándose de un baño de sangre inocente que él mismo provocó…

Una historia que, además, obliga a adelantar la fecha del nacimiento de Jesús hasta casi el año –8 antes de la Era cristiana. Tampoco sería mucho problema, cuando ni sabemos qué edad alcanzó Jesús.  ¿La treintena, la cuarentena? «Aún no tienes cincuenta años, ¿y conociste a Abraham?» (Juan 8: 57).
Lo más sencillo es ‘dejarse de historias’ –aquí, de Historia (con mayúscula)– y tomar el relato en su primera intención: contar un cuento imaginado sobre varias ‘profecías’ antiguas. Empezando por la ‘Estrella de Jacob y Vara de Israel’, que dijo Balaán (Números, 24: 17). ‘Estrella-Vara’, es decir, un cometa de aquellos que anunciaban a los grandes caudillos y héroes. ¿Y quién más entendido en esas cosas que los astrólogos caldeos y los magos persas? «Unos magos de Oriente…»
El desenlace de Mateo tampoco cuadra. Herodes, con toda su crueldad, no tuvo tiempo para ejecutar una matanza pueril en todos los sentidos. Además, Lucas lo dice bien claro: Jesús nació en Belén de casualidad, en un viaje burocrático de sus padres; pero nunca vivieron allí, sino en Nazaret.

2. … y todo lo demás

Si los buenos Magos, buscando al Rey de los Judíos, se liaron en un enredo político con Herodes, once siglos después de muertos acabarán metidos en política en cuerpo y alma. Esto es lo que ocurre en el siglo XII, cuando sus restos, perdidos en una iglesia de Milán desde no se sabe cuándo, reaparecen de la forma más extraña, y también más oportuna a ciertos intereses.
En 1158 el emperador germánico Federico I Barbarroja, en guerra con el papa Alejandro III, sitia la capital lombarda. No va a serle fácil tomarla. Pero mira por dónde, se rumorea que en la cripta de San Eustorgio se han hallado los cuerpos incorruptos de Melchor, Baltasar y Gaspar, los Tres Reyes Magos.

En esta operación está el Canciller del Reich Reinaldo de Dassel, que por sus buenos servicios en Italia recibe de Federico la mitra de Colonia (1159). Ganada por fin la plaza (1162), el nuevo príncipe-arzobispo discurre que aquel hallazgo le vendría bien en su sede, como nueva capital espiritual del Sacro Imperio, mejor que Aquisgrán.
¡Sacro Imperio! La rutina del uso no debe hacernos olvidar que esa fórmula –Sacrum Imperium– la creó precisamente Dassel, prodigándola en los diplomas de su cancillería, «con idea de fundar una santidad autógena del Imperio emulando la del Papado» (1).
Así fue como en 1164 los Tres Reyes viajan con todos los honores a su meta definitiva. Primeros peregrinos de la Cristiandad, por ellos Colonia fue la cuarta peregrinación más importante, después de Jerusalén, Roma y Compostela.
Por una mirilla del Arca maravillosa –una joya de la orfebrería medieval–, los devotos veían lo que había que ver: tres cuerpos «íntegros, incorruptos, embalsamados»; o bien, «enteros por fuera, en cuanto a la piel y cabello»; o tal vez ni eso, sólo las osamentas. Eso sí, aun enfriada la fe con el paso del tiempo, nadie ponía en duda que la testa de Melchor tiene un mechón de cabello pegado al hueso pelado, justo donde el Niño Jesús le puso su manita.

De esto ya dije algo en Los Tres Reyes de Colonia. Pero el ‘todo lo demás’ incluye las excrecencias legendarias y folclóricas. El Evangelio de Mateo sabe a poco, los Magos necesitan número y nombres, linajes, patrias.
En 1364 se cumplía el II Centenario del traslado de los Reyes a Colonia. El mismo año un canónigo coloniense, don Florencio de Wevelinghoven, era promovido a la mitra de Münster. Un publicista avispado vio la ocasión de sacar partido dedicándole en latín una Historia de los Tres Reyes. Este sujeto era el prior de los carmelitas de Hildesheim, y el éxito respondió a su esperanza. Todavía hoy, su libro es la obra de referencia (no la única, pero sí la más completa) para la leyenda medieval de los Magos, traducida con libertad a los principales idiomas.
Para componerla, fray Juan de Hildesheim compiló diversas fuentes e interpoló notas a su aire. No tuvo que forzar mucho el magín. Le bastaba con ser fiel al espíritu de su orden, tan adicta como la que más a la fábula. La Orden del Carmelo aparece a mediados del siglo XII, pero todavía en el XVII y después sostenían que sus fundadores fueron Elías y Eliseo, profetas del Antiguo Testamento. Preconizaban un escapulario que, fallecido el portador, le sacaba del purgatorio el sábado siguiente, y afirmaban sin pruebas que morir dentro de la orden libraba del infierno. 

3. La ‘Historia de los Tres Reyes’

Hoy es posible informarse sobre cualquier materia, y aun pasar por experto, a brincos por la Red Mundial. Así podemos disfrutar de esta obra en excelente edición crítica, lo mismo que de otros textos y estudios (2).
Es una novela de enredo, donde la leyenda de los protagonistas se complica con la de Santo Tomás apóstol de las Indias, y finalmente con la del misterioso Preste Juan.
El libro, naturalmente, da nombres de tierras y lugares. El eje geográfico es el Monte Vaus –Mons Victorialis, o de las Victorias–, observatorio astronómico de los magos. Pero no busquemos esa montaña en ‘Google Earth’, porque todo es una geografía de ensueño, al garete los puntos cardinales, con situaciones y distancias tan precisas como imposibles (3).
Tampoco el relato es coherente. Primero parece que los tres personajes eran socios en la empresa estelar, pero luego llegan a Jerusalén cada uno por su lado, intercambiando sus tarjetas de visita. Como si no se conociesen de nada.
La historia arranca de la profecía de Balaán sobre la «Estrella de Jacob». En el monte Vaus, el más alto de la India, un equipo de 12 astrólogos a las órdenes de los Tres Reyes Magos observa día y noche, hasta que la descubren. O más bien la Estrella se les descubre, se deja ver. Tiene cara de niño, y por si acaso, hasta es parlante: «Hoy ha nacido el Rey de los Judíos». Era la Nochebuena del año 42 de Augusto.
Los Tres Reyes se reparten las Tres Indias. La India Primera es de Melchor, rey de Nubia y Arabia con el Sinaí. Melchor presentará al Niño el oro: una manzana que fue de Alejandro Magno. También entregará 30 dineros. La Virgen los perderá en el desierto, en la huida a Egipto, y de mano en mano llegarán a las de Judas, cuando venda a su Maestro.
La India Segunda es de Baltasar, incluida Sabá, rica en incienso. En la India Tercera se halla Tarsis, reino de Gaspar, el rey-médico de la mirra, un etíope negro.
De los tres, Melchor era el más bajo, Baltasar el mediano. Pero no eran altos, al contrario, ellos y sus ejércitos llaman la atención por su breve estatura, pues ya se sabe, cuanto más al Oriente, la gente es más bajita, las hierbas más aromáticas, las serpientes más venenosas... Allí todo es diferente. El sol amanece con ruido ensordecedor; y en efecto, la gente es sorda, pero muy inteligentes, hablan por señas y son astutos mercaderes…
En 13 días, sin comer ni beber, ellos y sus ejércitos acampan ante Jerusalén, en una intensa niebla que oculta la estrella. Aunque hablan lenguas distintas, los tres magos se entienden.
De camino a Belén, se cruzan con los pastores: éstos son las primicias del judaísmo, ellos la primicia de la gentilidad.
Muy curioso el retrato de Jesús y María. El Niño Jesús era gordezuelo («aliquantulum pinguis»), en su pesebre con heno, envuelto hasta los bracitos en pobres pañales. La Virgen, metida en carnes y morenita («Maria erat in persona carnosa et aliquantulum fusca»), con la izquierda se recoge el manto azul, la cabeza envuelta en lino, menos el rostro.
–Si elige el oro, es que es rey; si el incienso, es un ser divino; si elige la mirra, es médico.
El Niño se quedó con todo: Dios, Rey, Médico del Mundo. A cambio, los visitantes reciben un cofrecito cerrado.
El viaje de vuelta por otra ruta es más animado, perseguidos por Herodes, que les echa una flota de Tarsis a pique. Con un ángel como guía, en un par de años estarán de vuelta en sus reinos (4).
La apertura del cofrecito les decepciona: sólo había una piedra sin valor. No entienden lo que significa y con desprecio la tiran a un pozo. ¡Torpes, con lo fácil que era! Un fuego divino les hace saber que la piedra simboliza la solidez de la Iglesia.
En el monte Vaus construyen ellos una, adornándola con su escudo de armas: la Virgen con el Niño y la Estrella. En la cima de Vaus, el solar de Melchor, se reúnen cada año por Navidades los Tres Reyes.
En una de éstas, pasa por allí el apóstol Tomás y reconoce el emblema del escudo. Se presenta, les predica la historia de Jesús, les bautiza y les ordena arzobispos de sus respectivos reinos. Al morir el apóstol, ellos aseguran la sucesión de la Iglesia en la India, ordenando al Preste Juan.
Pasan los años, y en una de las juntas se muere el más viejo, Melchor, en la octava de Navidad. A los cinco días, en Epifanía, le toca el turno a Baltasar. El último fallece Gaspar. A su entierro preocupa que falte sitio, pero ¡milagro!, los otros dos cadáveres se apartan para hacerle un hueco en medio.

¿Y qué se hizo del Preste Juan? El ‘Preste Juan’ –título hereditario del supuesto rey-obispo sucesor de los Magos en la Edad Media– reina no se sabe dónde. Un embajador suyo visita al emperador bizantino Manuel Comnenos (1165) con cartas en hebreo. Traducidas al latín, interesan también a Barbarroja y al papa Alejandro. Éste envía expediciones a buscar la corte misteriosa, desde la India a Etiopía; pero el Preste no vuelve a dar señales de vida.

Juan de Hildesheim relaciona el linaje de los Vaus (de Vaux, de Vauls, de Vallibus) con los caballeros Templarios, que en San Juan de Acre guardaban una corona y otros recuerdos de los Reyes Magos. ¡Los Templarios! ¡Zoroastro, la Gnosis, Tomás! ¿Qué más hace falta para que los sucesores del Doctor Jiménez del Oso tejan otra de sus historias de nunca acabar? Yo en cambio puedo prometer y prometo que aquí pongo fin a la mía. Por este año.
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       1) H. Kluger; cit. por H. Seibert, ADB & NDB, 21: 120.
       2) C. Horstmann, The Three Kings of Cologne. London, 1886. Edición crítica de una versión en inglés antiguo, junto con el texto original latino.
       3) Uno de los candidatos a Monte Vaus es el Sabalán o Savalán (4.811 m), volcán apagado en el Azerbayán Iraní, cerca de Ardabil. Su cráter lacustre viene bien para el baño ritual de los Reyes al emprender viaje (aunque nuestro autor habla de una fuente en una cueva). La montaña tiene también relación con leyendas del Zoroastrismo. Por lo demás, toda identificación es superflua para el caso.
       4) Otras versiones son en esto más lógicas: dos años para la idea, y para el retorno lo que haga falta. Así la siaríaca Revelación de los Magos; C. Landau, The Sages and the Star-Child. 'Revelation of the Magi'. Harvard, 2008 (Tesis doctoral).


1 comentario:

  1. ¿Y Bennozzo Gozzoli no se ocupó del Olentzero?
    ¿Qué raro, no?

    Abrazos, maestro. Es usted un pozo de erudición.

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